Una nación que desconoce las necesidades de su juventud está condenando su futuro. La precarización laboral y la falta de oportunidades en un país tan desigual como Panamá son el caldo de cultivo ideal para que el crimen organizado termine utilizando los barrios populares como su coto de caza, para reclutar muchachos al pandillerismo. Un camino donde les espera la cárcel o la muerte. Frente a esto, el Estado ha fallado en construir alternativas de oportunidad para esa juventud, mientras la violencia se dispara, en momentos que estas bandas criminales juegan un rol cada vez más relevante en el tráfico de drogas. ¿Cómo evitar perder a nuestro relevo generacional? El impulso inmediato es la mano dura, medida que esta semana se ha materializado con la decisión del Gobierno de imponer toques de queda en Colón y San Miguelito, zonas duramente castigadas por el pandillerismo. Una estrategia que podría dar resultados positivos en cuanto a la represión del delito, pero no puede ser la única política contra este flagelo. Las pandillas no son solamente un problema de seguridad, también tiene un importante componente social, que de no abordarse integralmente, cosecharemos más violencia, como ocurre en México, Ecuador y Colombia. El Gobierno debe aplicar mano dura contra la delincuencia, pero si no está acompañado de una política social ligada realmente a los problemas de los barrios, estaremos arando en el mar.

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