De todas las fiestas que celebra el ser humano, la Navidad es una de las más importantes. Resulta gratificante que, pese a los tiempos convulsos, de vertiginosos cambios tecnológicos y de tensiones políticas y sociales, las tradiciones se mantienen intactas. La nostalgia propia de la época decembrina nos revitaliza y reúne con seres queridos y con las memorias de aquellos que ya no están. Sin embargo, hay veces que el verdadero sentido de esta celebración se ve opacada por el dispendio, la desmesura, los excesos y el consumismo. No debemos olvidar que el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios en Belén, ocurrió en un humilde pesebre, único lugar que encontró José para que su esposa diera a luz. Recordar y revivir ese momento debe llevarnos a activar la solidaridad y la atención a los verdaderos y más graves problemas que vive la humanidad. Debe, también, conducirnos a fomentar una conciencia crítica y transformadora en los cristianos ante las situaciones de injusticia y desigualdad en la búsqueda de ese deseo de vivir en paz. Estos días son, de cierto modo, un impulso a la acción y a la reflexión. Momentos para defender y celebrar la vida. Para invitarnos a nunca claudicar y no perder la esperanza, pese a las incapacidades globales para frenar las violencias, las injusticias y las guerras. ¡Feliz Navidad, queridos lectores de La Decana! Que nunca soltemos la fe y que la unión prevalezca en nuestros hogares.

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