No conozco a una sola mujer que alguna vez no haya vivido el miedo en una calle, en un medio de transporte, en la escuela, en donde trabaja o en cualquier lugar público o privado donde una presencia masculina es percibida como amenazante y no se nos haya acelerado el pulso hasta hacernos sentir aterradas.

Si algún hombre duda de lo expresado, pregúntele a su madre, hermana, amiga o cónyuge, y permita que una de ellas le narre una o varias situaciones donde experimentó que su seguridad física estaba en peligro o que en el desempeño de cualquier labor su posición estaba amenazada. La violencia ejercida contra la mujer a través de la historia ha tenido diversas manifestaciones, todas caracterizadas por la crueldad y la deshumanización.

Hace unos años fui a Colón por invitación de Argénida de Barrios, con un grupo de Fundamujer, a compartir con estudiantes de la USMA algunas reflexiones sobre el tema de sexo y género. Para hacer clara esta distinción, como siempre acudí a preguntar a quienes participaban en qué momento supieron la diferencia entre ser niño o niña.

El primero en dar su testimonio fue un joven y nos contó que un día, siendo un niño pequeño, bañándose con su padre descubrió que tenían los mismos genitales, su padre de la manera más natural le respondió que ambos eran varones y ahí quedó el asunto; así el pequeño confirmó cuál era su sexo biológico.

Después, una joven maestra compartió su experiencia. Provenía de un poblado cercano a la ciudad de Colón y caminaba más de una hora para llegar a su escuela; nos hizo conocer la alegría que para ella significaba estudiar y los sueños que tenía. Sin embargo, al terminar el sexto grado su madre le informó que el año siguiente ella no continuaría asistiendo a la escuela. Ante su sorpresa, la madre le confesó: “porque eres una niña mayorcita”, lo que implicaba que no podía desplazarse sola por esos caminos. Su mundo se vino abajo, no valieron llantos y súplicas... ser niña era peligroso, además, descubrió que su sexo biológico tenía otras limitaciones –sociales y culturales– relacionadas a su género.

A lo largo de los años, entre los más de 10 mil casos que se atendieron en Fundamujer en temas de asesoría legal, conocí el mundo tenebroso de la violencia física, sexual y patrimonial que se ejerce contra las mujeres en Panamá.

Por allí pasaron mujeres golpeadas, otras con quemaduras de tercer grado que requirieron hospitalización; mujeres violadas, incluso por sus propios cónyuges, y dos casos en que esa violencia costó la vida. El primero, una joven y su madre, quien intentó protegerla, fueron asesinadas en plena calle de un barrio residencial por disparos asestados por el exmarido de la primera, y el segundo caso, una compañera de nuestra oficina fue asesinada de 14 puñaladas propinadas por su antigua pareja.

Hasta el año 1995 la violencia contra la mujer se atendía en las corregidurías, salvo que las lesiones presentadas por la víctima superaran los 20 días de incapacidad física, mediante la evaluación de un médico forense y, en ese caso, entonces pasaba a una fiscalía. Así de claro, la violencia ejercida contra una mujer no se distinguía de una pelea de borrachos en una cantina o una riña callejera. A principios de 1991, la muerte de una joven periodista a manos de su esposo en una discusión familiar comenzó a movilizar a grupos de mujeres organizadas para llamar la atención sobre los vacíos legales que permitían que muchos de estos actos violentos quedaran impunes o con sanciones irrisorias.

Aunque a partir de 1995 se tipificó el delito de violencia intrafamiliar y más adelante se perfeccionaron las leyes de violencia contra la mujer, no fue sino hasta 2013, con la Ley 82, que se logró identificar el delito de femicidio de manera clara y contundente.

Ahora, el 25 de noviembre de cada año, en el mundo entero se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Este día, marcado para siempre por el asesinato de tres hermanas dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal; ellas vivieron con un miedo que supieron vencer para combatir a costa de su vida al dictador Rafael Leónidas Trujillo.

Que ninguna mujer en el mundo muera como las hermanas Mirabal por defender los ideales democráticos, y todos renovemos el compromiso de que se atiendan las denuncias a tiempo, se dé protección a las que lo necesitan, y que mujeres y niñas podamos vivir sin miedo.

*La autora es exdiputada de la República

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