Este domingo 16 de febrero se efectuó en el boulevard Panamá Pacífico el XXV Festival de Cometas y Panderos, organizado por Aprochipa.
1. Secuelas en secuencia de la posinvasion. Han pasado 35 años y aún no se restañan las heridas de la invasión. Los militares yanquis llegaron al país, cumplieron sus designios hegemónicos mediante su cruento cometido militar y dejaron a ciertos nacionales el encargo de la destrucción de aquel esbozo de modelo de Estado intervencionista en la economía que teníamos. Este, aunque no era dirigista ni totalizaba una voluntad que concibiera su omnipresencia en toda la economía, establecía prioridades para promover lo que rezagado estaba y diversificar las aspiraciones nacionales, combinando el obligado tributo al servicio con la olvidada producción nacional. A esa combinación de prioridades las llamábamos simple y llanamente “defender la soberanía nacional”. Entiéndase que en ello consiste la soberanía: en hacer lo que queremos, necesitamos y podemos. Aquella destrucción económica deberían cumplirla sus cómplices internos, todos los cuales han proseguido la tarea, cambiando solo las chaquetas partidarias, pero sin repudiar el mandado. No es pertinente enumerar lo percibido en el pasado reciente, pero absolutamente todos los gobiernos, sin distinciones partidarias, acometieron las tareas neocoloniales rivalizando tan solo en el nivel de abyección. De ahí que la destrucción no militar de las instituciones jurídicas de nuestra independencia se perpetraron en la forma de acuerdos complementarios que horadaban los principios de soberanía y neutralidad. El rejuego semántico procuraba evitar la discusión y salvaguardar la cara de los parlamentarios -de entonces y ahora- que han incurrido en el pecado de no exigir que esas añagazas y acuerdos se presentaran al conocimiento de una Asamblea que debe reasumir el concepto de depositaria de la soberanía. Aquella soberanía que debe mostrar la personalidad externa del Estado, es lógicamente completada con los actos de organización interna del mismo para que cumpla su función expresiva de la voluntad de la población. Por ello aquella destrucción militar, seguida por el despojo de nuestra autoridad sobre nuestras aguas, bosques y tierras, encuentra su complemento en los proyectos para destruir la soberanía de la voluntad popular en aquellos temas que son de natural atribución nacional: tales como los ahorros nacionales (llámense seguros), la educación popular científica y transformadora, el uso protegido de tierras contra la devastación minera y el dispendio de aguas nacionales esparciéndolas sin criterio soberano, pero solo privilegiando su uso crematístico. Comprenda el lector, todo esto que vivimos es la “invasión continuada”.
El canal es panameño y sus retornos son significativos en el presupuesto nacional, pero en el aspecto estratégico las decisiones del canal no son autónomas ni autogestionadas porque están obligadas dentro de un concierto transnacional que no es posible ignorar, pero solo tendremos presencia real si lo hacemos con gallardía soberana. Lo anterior dicho sin prescindir a la alusión a un título constitucional que protege al canal de la recepción de aspiraciones nacionales. Falta aún el desarrollo de una conciencia histórica pergeñada en un plan de desarrollo de nuestras posibilidades sin aquello del pro- mundi beneficio. La realidad ha de obligar a otra racionalidad en la que priven los intereses de todos los sectores del país y no del tránsito unidireccional bioceánico. Por eso las declaraciones del actual presidente son solo enjuagues sin sustancia patriótica.
2. Panamá necesita amigos y aliados. Para proseguir parafraseamos la aseveración del presidente en el sentido de que “Panamá no necesita compañeros de viaje”. Esta frase es la prenda argumental proclamada que desnuda una plataforma programática que justifica y prosigue la sujeción y coyunda del bilateralismo, aquel que rompió Omar cuando expuso el caso de Panamá como demanda de una política inspirada en el multilateralismo, la cual acogieron todos los pueblos del mundo. Al posicionarse de tal forma el gobernante cumple el mandado de la invasión dejándonos desguarnecidos. Lejos están los días en que delegaciones de Panamá iban a Sri Lanka para recabar solidaridad, o que se apelaba a distintos movimientos sociales en el mundo, como el Consejo Mundial de la Paz, para que ante el mundo socialista rompiera el escepticismo con que se veía esa lucha encabezada por un raro militar que exaltaba el patriotismo en momentos en que Sudamérica exhibía regímenes militares derechistas. Eran tiempos en que se requería solidaridad a dictaduras como la de Pinochet para escarbar en ellas una veta de latinoamericanismo que pudiera utilizarse en beneficio de nuestra causa. Ahora nos asalta el horror de comprobar que tomamos el camino que nos interna solos por el bosque, con más candidez que la de Caperucita, o será tal vez que hay complicidad para que nos coma el lobo.
3. En consecuencia, de lo anterior desearíamos “Que florezcan canales”. El ámbito de los pretendidos derechos de EE.UU. por el tema de un Canal interoceánico se circunscribe al Istmo de Panamá y esto deviene de derechos de intervención generados a partir del Tratado Mallarino Bidlack, que a lo largo de los siglos XIX y XX se fueron transformando en cláusulas “Frankenstein” que pretenden dar vida a lo que debía estar muerto, e insisten en pervivir como derechos residuales de intervención que subsisten a los ojos de los imperialistas, pero que los panameños ni vemos ni reconocemos. En otras partes del mundo no hay un solo papel ni una letra de compromiso de un país que acepte dejarse intervenir explícitamente por Estados Unidos, aunque es cosa sabida que ellos intervienen con o sin papel.
La oportunidad de Nicaragua y la de China surge ahora ante nuestros ojos: la lógica del manejo de los tiempos largos, que es atributo milenario de China, nos dice que este país posee la sobrada factibilidad técnica y financiera para hacer un canal por Nicaragua que usufructúe sin ansiedades la riqueza hídrica y pluvial de ese país centroamericano. Si a China le clausuran sus vías navegables para cruzar sus productos de un océano al otro gracias al canal que le pretenden cerrar, no quedará más remedio que iniciar operaciones para abrir el de Nicaragua. China tiene tecnología y rauda eficacia para ello. El lector conocerá que también hay esfuerzos similares en el istmo de Tehuantepec y en Sudamérica está el proyecto terrestre desde Santos hasta Chancay.
¿Y qué pasa con las admoniciones yanquis? Pues, que deberán administrar sus bravuconadas con cautela, ya que no se trata de andar dando correazos a los países del sur del continente, sino de no pisar los intereses de otra potencia como lo es China. Nicaragua juega en otras ligas. Los regaños a Panamá tienen una validez efímera. Será imperioso pedirnos explicaciones entre los panameños porque hay bastantes errores escondidos que explicar. Habrá que aguantar el correazo, pero el final de la película será otro.