Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 21/08/2024 23:00
Un neandertal escribe al ministro Boyd
Su excelencia, soy un Neanderthal muy ordinario e informal. Por eso hago un esfuerzo para tener buenos modales. Comprendo que esas maneras son correctas y necesarias.
Inicio esta carta como se estila, indicando que mis primeras líneas son portadoras de un cordial saludo y deseo que tenga usted éxito en sus delicadas funciones.
Estoy en Panamá por algún capricho de los dioses que controlan los viajes en el tiempo. Ayer me acosté a dormir en la Europa de hace 41 mil años. Hoy al despertar aparecí, junto a una fonda muy simpática, en Calidonia. Pregunté a un ‘bien cuidao’ que día es hoy y dijo “agosto 12 de 2024”. Sorprendido, rasqué mi barba piojosa.
Mientras medito frente a un plato de carimañolas cocinadas en un aceite venenoso, reciclado muchas veces, pido a usted que me informe, por el medio que estime conveniente, sobre una preocupación que me aqueja y le presentaré como una pregunta: ¿qué políticas públicas lograrían que la inversión del Estado en salud sea para la medicina preventiva y no la curativa?
Tal como usted ya sabe, la población mundial está agobiada por la diabetes, obesidad, cardiopatías y cáncer. En su país, según indican las estadísticas del ministerio, el 35% de los panameños tiene sobrepeso y el 28% sufre de obesidad.
Conocer sobre alimentos nutritivos y tener acceso a la información necesaria para ejercitarse de manera apropiada, parece ser el privilegio de unos pocos. Y a quienes creen en las conspiraciones, les encantará que yo mencione aquí el presunto acuerdo existente entre la industria alimenticia, las farmacéuticas y los hospitales, como una tríada perversa, organizada para ganar dinero enfermándonos, medicándonos y hospitalizándonos.
Ustedes están en esa condición por razones que podemos entender con un rápido repaso histórico. Todo ha cambiado mucho desde que desaparecí de la tierra. Si me permite y tiene paciencia, doctor Boyd, le explicaré con mucho gusto.
Nosotros conseguíamos alimentos pescando, cazando o recolectando frutos. Fuimos nómadas, caminábamos mucho, saltábamos de mata en mata, nos estirábamos y tomábamos sol, así fuimos musculosos y sanos.
Los que hoy anuncian la innovación de la dieta “paleo”, no tienen idea de lo que es una genuina dieta paleolítica, ni entienden el lío que era cazar mamuts. Tampoco entienden que, si nosotros consumíamos frutas y tubérculos, era porque algo había que masticar cuando nos iba mal y escaseaba la carne cazada para asar.
Muy esforzada hubiera sido la feroz carrera de ustedes, en caso de encontrarse con un tigre dientes de sable. Ahora pagan para que en los gimnasios entrenadores los obliguen a realizar ejercicios de alta intensidad, réplica de nuestra situación al correr para salvar la vida. En esos mismos gimnasios, ustedes también imitan el esfuerzo que nosotros hacíamos al cargar el peso del animal cazado hasta la cueva donde mi tribu aguardaba hambrienta.
En aquella época, nosotros medíamos el tiempo con estaciones, lunas y mareas. ¡Fue una idea interesante! Ya cuando la humanidad inventó la agricultura, el tiempo comenzó a medirse en cosechas. Eso ocurrió aproximadamente en el año 9.000 a. C. y así acabó la caza de animales y recolección de frutas.
Ustedes establecieron una cultura de siembra y cría. Gracias al suministro estable y contante de comida, las personas se asentaron dando origen a las ciudades. Así las mujeres parieron como conejas causando el hacinamiento que facilitó la propagación de enfermedades. La agricultura fue, simple y llanamente, una revolución dramática que creó las clases sociales, la división del trabajo y el sistema de gobierno necesario para gestionar aquella nueva realidad.
Ya que la agricultura orgánica no produce comida en la cantidad necesaria para todos, la industrialización de la producción de alimentos es lo que permite que ocho mil millones de personas coman.
Esa industria representa hoy día la mayor parte de la superficie cultivable, consume dos tercios del agua dulce y nos mata en silencio con nitratos, fosfatos y plaguicidas necesarios para producir a gran escala y que están presentes en todo lo que comemos.
Ya nadie caza para comerse ni un pincho. Ahora ustedes ganan un salario por trabajar sentados moviendo los pulgares para chatear. Usan el dinero del sueldo para visitar un supermercado o pedirle comida a domicilio a un motorizado convocado con algo que parece magia: un App del celular.
Señor ministro, seré sucinto por respeto a su tiempo, razón por la cual concluyo ya, pidiéndole que impacte favorablemente la economía nacional: por favor ajuste de inmediato el presupuesto del Minsa, para que dedique una inversión adecuada a la medicina preventiva. Usted mejorará la productividad laboral y la esperanza de vida de los panameños. Como sabe, para disfrutar bien del “chen chen” que este gobierno traerá, mejor es estar sano que vuelto leña.