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- 02/10/2024 00:00
Un monumento centenario
Hace cien años, el 29 de septiembre de 1924, fue develado en la ciudad de Panamá el monumento a Vasco Núñez de Balboa. Personaje no alejado de controversias que fue elevado a héroe nacional en el proceso de creación de los imaginarios colectivos del país, en medio de un contexto complejo a inicios de la vigésima centuria. Esa obra escultórica centenaria que ha ocupado el espacio público constituye una oportunidad para examinar críticamente nuestra historia y comprender que su presencia nos dice más sobre los personajes que decidieron erigirla que sobre el propio sujeto al que rinde homenaje. Así pues, los monumentos son un mecanismo en la construcción de las identidades nacionales, por tanto, conforman el mundo simbólico de los procesos de recuerdos colectivos. Es más, transmiten imágenes cambiantes en el tiempo, tal como ha ocurrido recientemente en diversas partes del mundo.
Es menester subrayar que la narrativa sobre la creación del héroe Balboa hizo énfasis en su hazaña de atravesar el inhóspito Darién, tomar posesión del Mar del Sur, en 1513, y su recuerdo fue vinculado con un presente marcado por el camino del “progreso”. Con su travesía, según ese relato, se configuró la función estratégica del Istmo de Panamá, desde el siglo XVI, como sitio de tránsito del comercio internacional. Al mismo tiempo que apeló al legado hispano, un elemento necesario para comprender los procesos históricos de Panamá a inicios del siglo XX. Cablegramas, cartas, decretos y la prensa de la época informan sobre la importancia de la develación del monumento a Balboa, esto es, dan cuenta de esa política de memoria de la naciente república. Al respecto, el periódico El Mercurio, en su edición del 15 de septiembre de 1906 publicó algunas decisiones del Consejo Municipal, como la remodelación de un parque para erigir un monumento al “héroe auténtico” Balboa, Arosemena y Fábrega, y gestionar ante los archivos españoles una copia de la documentación relativa a la fundación de la nueva ciudad de Panamá, el 21 de enero de 1673, por Antonio Fernández de Córdoba. Cablegramas de los primeros meses de 1924 revelan la apremiante misión de los representantes diplomáticos panameños para trasladar el conjunto monumental desde Europa a Panamá. En definitiva, los monumentos simbolizan y “legitiman un régimen político, un orden social y una historia”.
Así pues, el 29 de septiembre de 1924 fue decretado “día de júbilo nacional”, asimismo, esa disposición estableció una conexión/continuidad entre el pasado y el presente al reiterar que ese homenaje a Balboa recordaba “la configuración y situación de nuestro territorio y puso de manifiesto nuestro destino”. Ahora bien, un día después de inaugurado el monumento, el Diario de Panamá (30/9/1924) publicó unos cuestionamientos sobre la personalidad del Gran Adelantado como ejemplo digno para las presentes y futuras generaciones de Panamá e insistió que su promoción debió hacerse con ciertas reservas. Lejos de retener su idea original y representación, los monumentos son resignificados y reinterpretados en el tiempo. En el caso panameño, Balboa instituyó una visión selectiva y excluyente en la creación de la identidad cultural oficial. El monumento es un patrimonio, sí, pero cien años después invita a una reflexión sobre nuestra memoria histórica, prestar atención a nuevas voces y lecturas en una sociedad diversa culturalmente que intenta consolidarse democráticamente, pero con una pesada carga: la profunda desigualdad social.