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- 26/10/2024 00:00
Un día en el ‘navío de China’
“Ello permitió a personas, mercancías, ideas y negocios, transitar desde China hasta el centro de Europa, sin más obstáculo que el de los temibles piratas, los terribles huracanes y la fragilidad de las embarcaciones” (Prieto, 2021).
Desde 1580 hasta 1610 con la ruta directa Lima-Catón -pasando o no por Filipinas- se estableció una travesía alterna a la del Galeón de Manila que partía de Acapulco, extendiéndose hacia el Pacífico aquella primera globalización mercantilista y “haciendo posible la expansión de Europa, cuna del incontenible y voraz capitalismo occidental” (Prieto, 2021) hacia el Asia.
Los marineros de los primeros viajes del “navío de China” que partía del puerto de El Callao con el auspicio del propio virrey García Hurtado de Mendoza, IV marqués de Cañete, eran hombres temerarios que solo fueron superados en audacia por los comerciantes que navegaban con ellos llevando sus productos y la codiciada plata potosina (Iwasaki, 1992). Tempére (2021) señala que “esta intensa red de comunicación marítima abarcaba vertientes muy diferentes: mercantil, por supuesto, pero también administrativa, militar, política, cultural y sobre todo humana. A menudo olvidados, los sencillos actores de esta gran mecánica de comunicación imperial fueron sin embargo decisivos a la hora de homogeneizar y acercar espacios distantes”.
Las tareas diarias de la navegación se combinaban con momentos de sociabilidad durante las horas de las comidas que, según la función que se cumplía en el barco, tenía distintas manifestaciones. La “gente de guerra” responsable de la defensa del buque pasaba su tiempo leyendo o jugando a los naipes con apuestas que a pesar de estar prohibidas, se hacían con frecuencia.
Los oficiales se reunían en el castillo de popa mientras que los comerciantes que no permanecían en sus camarotes se mezclaban con los marineros en cubierta para jugar a los dados o participar de la práctica colectiva de la lectura. Se cree con frecuencia que la marinería no tenía apego a la lectura, sin embargo, el listado de sus pertenencias revela lo contrario, gustaban de poesía, obras de teatro, novelas románticas, libros de oración, vida de santos o de hagiografía e incluso, unos pocos, de tratados de ciencia.
Hay que precisar que se trataba de la lectura oral hecha por terceros ya que el 80% de las tripulaciones eran analfabetas e incluso, varias de ellas, incapaces de firmar (Pérez-Mallaína, 2021). A menudo los momentos de lectura colectiva donde el que sabía leer lo hacía en voz alta para disfrute de todos, se utilizaba también como momentos de adoctrinamiento en la fe católica cuando en la nao viajaba un misionero.
Tempére (2021) indica que esto era particularmente cierto cuando se trataba de jesuitas y dominicos que dictaban el catecismo durante los días que duraba el viaje transpacífico. Cuando algún tripulante o pasajero fallecía durante el trayecto a o desde Cantón y no tenía quien se hiciese cargo, sus muchos o pocos bienes eran vendidos en almoneda pública, siendo los libros lo primero que se subastaba y por los que se obtenía la mejor suma que después se entregaba a los deudos.
Sin embargo, no hay que perder de vista que para los mercaderes peruleros “tanto las obras literarias como los tratados científicos y religiosos viajaron como mercancías” (Rueda, 2005, citado por Tempére, 2021), es decir, su destino final era la venta al otro lado del Pacífico. Recuérdese que la Ciudad de los Reyes (Lima) en el siglo siguiente desarrollará una importante industria de copistas que generará cientos de reproducciones de libros del Viejo Continente (Raffo, 2022). Al facilitar la divulgación de libros, el buque se convirtió en un agente de propagación de la cultura en los lejanos espacios de Filipinas, Japón y China (Cantón y Macao).
“El galeón, pequeña ciudad flotante, era también un espacio sagrado en el que el tiempo laboral iba entrelazado con el tiempo religioso” afirma Tempére (2018) por ello no es de extrañar que, en la Semana Santa, se llevasen a cabo pequeñas procesiones en la cubierta de la embarcación y “se sacaban además para celebrar la misa altares portátiles, candelabros, cirios, misales”. Pérez-Mallaína (2021) sostiene que, de otro lado, cuando pasaban las festividades religiosas obligatorias, se llegaban a representar pequeñas obras teatrales (“entremeses”) a la anochecida, cuando el calor se hacía menos sofocante.
El descubrimiento de Andrés de Urdaneta, en 1565, de la ruta conocida como Tornaviaje, activa durante 250 años y que supuso el enlace comercial entre Filipinas, México y España gozó de un trayecto alternativo directo que partiendo del virreinato peruano se vinculó con Cantón influyendo, al menos durante treinta años, en la arquitectura, la gastronomía, el arte, la religión y las costumbres de los puertos, como Panamá, que se enlazaban en esa nueva ruta.