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- 15/09/2021 00:00
El totalitarismo progresista
Asistimos, a un ritmo acelerado, a la imposición a nivel mundial de un pensamiento único e incuestionable. Las causas progresistas reclaman diariamente la intervención estatal en múltiples conflictos en el seno de la sociedad.
Previamente, sus activistas han colocado sal en las heridas sociales, con el propósito declarado de “agudizar las contradicciones inherentes a un modelo explotador”. Maravillosamente, como expertos en el mercadeo que son, importan causas como el feminismo radical, el etnocentrismo, los derechos de las minorías sexuales y otras banderas que hace unos pocos años atrás eran inexistentes en nuestro territorio nacional.
Con una visión sagaz, adelantada a su tiempo, la izquierda progresista logra apropiarse del amplio y abstracto concepto de la “justicia social” y siembra conflictos para luego exigir la intervención reparadora del Estado. Pero los medios y los auténticos productos de sus gestiones son más importantes que los fines declarados. Soy del criterio que este progresismo social se ha degenerado en lo que es un absoluto totalitarismo.
Vemos cómo una idea aparentemente sana, como la del “Estado laico y aconfesional”, hace mutaciones que persiguen la eliminación de la libertad religiosa. De igual manera, los grupos homosexuales sostienen la justa reclamación de ser “visibles” para el resto de la sociedad, pero esta sana aspiración pronto se convierte en la exigencia de cuotas de empleo y penalización de lo que consideran “discriminatorio” bajo la figura de la introducción legal de los “delitos de odio”.
La idea de que colocar mayor cantidad de recursos, fondos y poderes al Estado (totalitarismo) curará nuestras dolencias es una forma de utopía romántica. El mundo ha tenido muchos flirteos con el totalitarismo y todos, absolutamente todos han terminado muy mal.
Identifiquemos en nuestro medio a los auténticos “cazadores” de progresistas y expongamos sus intenciones reales para que no puedan seguir dañando a nuestra juventud.