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- 06/08/2023 00:00
Sonido de Libertad
La película “Sound of Freedom” exterioriza un inframundo dantesco. La trata de adultos y de niños prostituidos privados de sus dignidades y de sus libertades emerge a la conciencia pública global gracias a este largometraje que –tras afrontar y vencer la indiferencia y desdén cómplices de los más importantes patrones cinematográficos y otros muchos e increíbles obstáculos– se estrenó el pasado 4 de julio, día en que los Estados Unidos de América celebra su independencia y la libertad.
Batiendo récords de taquilla y ventas, este hito fílmico –tildado de conspirador por sus detractores en medios y portales– estampó los reflectores en los rostros, escenarios y circunstancias de la mayor de nuestras miserias, embistiendo contra todos sus multimillonarios vínculos.
Habiendo vivido, escuchado o leído tantas historias, no nos han bastado los horrores de dos guerras mundiales, la Gran Purga ordenada por Stalin, el Holocausto, otras “limpiezas étnicas” y conflictos recientes para evitar que se siga esclavizando una cantidad inmensa de personas y cuyas cifras oficiales de Naciones Unidas no existen o no están disponibles para cualquiera.
El tráfico de adultos y de infantes -algunos pequeños también son captados por otros “niños” vía sus celulares- no sería posible sin la concertación entre cárteles, los mal llamados “consumidores” y demás delincuentes que lucran con este multimillonario “negocio”.
Sólo en la primera potencia mundial, el tráfico de este submundo ascendería a billones de dólares anuales, un verdadero imperio de la corrupción.
Según los productores del inequívoco y potente mensaje libertario, el FBI –una las agencias federales que combaten estos crímenes– registra anualmente 400 000 desapariciones de infantes en su país y sólo el 10 % reaparece. También afirman que los Estados Unidos de América es el país donde más se practica sexo con niños, en su mayoría mexicanos, pedofilia que incluye a poderosos y a famosos.
Quienes explotan y prostituyen a adultos y niños, pasando un tiempo, calculan que sus cuerpos “valen” más por trozos, condenando con frecuencia a muerte a sus víctimas.
Todos sus principales órganos son comprados por importantes sumas de dinero, cifras que aumentan conforme más joven es la víctima. Sucede, según me informé cuando vivía en México representando a la OIT hace más dos décadas, que a veces hasta se subastan órganos en el camino.
Resulta obvio, pero debo subrayarlo, esta estulticia de nuestra condición humana es moneda corriente en más de 80 países y soborna todo tipo de controles aeroportuarios, aduaneros, clínicos. También a jueces, abogados, registradores y médicos, red que, calculando, no puede involucrar a menos de 20 delincuentes hasta que los trasplantes son recibidos en adinerados cuerpos.
James Caviezel, quien encarnó a Jesús en “La Pasión de Cristo” y el único actor exitoso que no se negó a protagonizar el papel principal del rescatista de los niños abusados, recorre la vida subterránea y pérfida de esta industria y cuyos pecados fueron simbolizados por Dante Alighieri en “La Divina Comedia”, obra escrita en Florencia desde 1304 durante 17 años.
El poeta viajero –el propio Dante–, tras perderse en un oscuro bosque y ser atacado por bestias, es rescatado por el poeta romano Virgilio -conociendo ambos en su larga travesía- la ultratumba del infierno.
Los círculos de esa magistral obra medieval –obsequiada en forma de poemas y de cantos– nos refieren a la lujuria, la avaricia, la violencia, el fraude y la traición; pecados que debían ser pagados en vida con severos castigos, lo que equivalía entonces -y en varios países hoy- a la pena máxima para quienes profanan las almas de terceros festejándose a sí mismos con sendos baños de estiércol.
“Sonido de Libertad” logró largamente su cometido. Pudo enterrarse hasta el centro de la Tierra –allí donde la gravedad cambia de giro– como los poetas viajeros Dante y Virgilio, recorriendo la otra mitad del globo para finalmente salir de las tinieblas.
A pesar de la existencia de numerosos tratados internacionales vinculantes y leyes nacionales que condenan y persiguen estas miserias humanas y de múltiples y loables esfuerzos públicos y de entidades independientes, el monstruo es grande y pisa fuerte como cantaban León Gieco y Mercedes Sosa.
Esta maldición -que se aferra cual ácaro a nuestra piel societaria- sólo podrá ser eficazmente combatida cuando nuestras conciencias y acciones superen la corrupción, permisividad e impunidad que la encubre.
La obra estrenada -que no contiene escenas explícitas según atestiguan quienes la vieron- encoge corazones y destapa ojos ofreciendo esperanzas a los esclavizados. Estamos por primera vez frente a la posibilidad de potenciar una guerra sin cuartel ni fronteras contra los culpables de esta degradación humana sin par y a la que me sumo con mi pluma -y acaso con algo más- como uno de miles de sus crecientes y férreos combatientes.
Por lo pronto, acogiendo esta columna, la Estrella de Panamá se suma a esta indispensable cruzada del siglo XXI.