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- 16/10/2019 00:00
Estrés tóxico y salud pública
La pediatra Nadine Burke Harris, cirujana general del estado de California, ha documentado los resultados de su investigación sobre la directa relación entre las carencias que sufren ciertos niños durante su infancia, y daños de por vida a su salud, sus emociones y su comportamiento social. Fue el caso de Diego, víctima de un asalto sexual que impidió su crecimiento y desarrollo, lo que la movió a enfocar su estudio sobre el “estrés tóxico” de niños. Ella entiende por tóxico el estrés causado por experiencias intensas y duraderas, que aumentan las palpitaciones y el nivel de cortisol, a diferencia de otro estrés intenso, pero temporal que ayuda a enfrentar amenazas o huir de ellas. El tóxico aumenta la “carga alostóstica” que es el desgaste del cuerpo de cualquier individuo expuesto a ese estrés.
La doctora Harris asemeja sus estudios al descubrimiento del microscopio que permitió observar bacterias y organismos antes desconocidos, y reaccionar a ellos. De manera similar, el resultado de sus investigaciones y de colegas en Estados Unidos, gracias a adelantos modernos de la medicina, neurociencia, psiquiatría, psicología y otros progresos científicos, les permite conclusiones fehacientes sobre daños al desarrollo neurológico de las víctimas, incluyendo disminución del tamaño del cerebro, aceleración del desarrollo de enfermedades, envejecimiento prematuro, ataque al sistema inmunológico.
Un estudio del siglo pasado con más de 17 000 víctimas de estrés tóxico en su niñez —mitad mujeres, con edades promedio de 57 años, la mayoría de raza blanca y educación superior, con buenos empleos y protegidos con programas de salud— reveló que la mayoría había sufrido diferentes traumas: abuso sexual, físico o emocional, abandono físico o emocional, violencia doméstica, consumo de drogas, enfermedades mentales, separaciones, divorcios, encarcelamiento de algún familiar. En muchos casos las experiencias malsanas ocurrieron al mismo tiempo. Se ha comprobado que el estrés tóxico no constituye un elemento exclusivo de la pobreza, raza, cultura o sexo, pues ocurre igualmente a todos los niveles.
Se asegura que la gran incidencia de estas malas experiencias impacta problemas de comportamiento a lo largo de la vida de las víctimas: consumo de drogas y tabaco, abuso de alcohol, promiscuidad, obesidad mórbida, depresión, enfermedades del corazón, cáncer, diabetes, enfermedades pulmonares y otras que reducen los años de vida. Y comparado con personas libres de traumas en su niñez, cuatro malas experiencias juntas se han asociado con un 700 % de aumento del alcoholismo, 200 % riesgo de cáncer, con 400 % incidencia de enfisema, 3000 % aumento en intentos de suicidios. Hay estudios que demuestran que individuos encarcelados en su mayoría han sufrido violencia y sufren de desorden postraumático, como también lo han sufrido niños con dificultades en enfocarse, en confiar en otros, en autocontrolarse, con fracasos académicos, problemas de conducta y de atención.
Actualmente se realizan estudios y encuestas semejantes en Rumania, República Checa, Macedonia, Noruega, Canadá, China y Jordania y, de acuerdo con estudios de la Organización Mundial de Salud, resulta razonable concluir que en otras partes del mundo la misma situación puede verse reflejada.
El estrés, a nivel adecuado, es positivo para permitir a los niños reaccionar ante amenazas; y puede ser tolerable, ante eventos familiares como divorcios y fallecimientos, siendo intenso pero temporal, si cuenta con el apoyo de adultos confiables. Pero el tóxico se convierte en un problema de salud pública y de delincuencia, si no es atendido adecuadamente por toda la sociedad, corriendo el peligro de transmitirse de generación en generación por la conducta de padres que a su vez han sido víctimas.