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- 11/12/2022 00:00
'Sacristán que vende velas...'
“Sacristán que vende velas y no tiene cerería, ¿de dónde pecata mea si no es de la Sacristía?”. El refrán, que no conocía, lo dijo una admirable mujer de verbo ágil y ameno, cuando conversábamos sobre las turbias riquezas de algunos personajes criollos y sobre la indudable infiltración en nuestro país de capos de la droga, nacionales y extranjeros, que en varias ocasiones se han vinculado con funcionarios. Para conocer el significado de “pecata mea” (o “pecatta mia”) recurrí al safari cibernético, a “guglear”, palabra en observatorio por la Real Academia Española que por ahora recomienda el uso de “buscar en Google”. El refrán también aparece con el sacristán vendiendo cera, lo que no le cambia su sentido. El manto del silencio que lleva a la desmemoria cubre fortunas de sospechoso origen ante las cuales con crónica aceptación decimos “Nombe no, esto no lo cambia nadie”. Y nos subimos al carro de las fiestas, carnaval, patronales, las de noviembre y diciembre, los “parking” del barrio y a casi cualquier recurso para sobrellevar frustraciones, necesidades y desengaños en tanta gente buena y trabajadora en nuestro Panamá. Y así llega el olvido, la desmemoria que para su conveniencia propician los interesados.
No podía faltar en aquella conversación la manifiesta renuencia del clan de la Asamblea Legislativa tan “guabinoso” para evadir y dilatar la discusión sobre la ley que debilitaría las operaciones del crimen organizado. El artículo de Adelita Coriat (La Estrella de Panamá 10/10/22) dice que “Al ministro de Seguridad, Juan Pino, le está costando un mundo que los diputados aprueben el proyecto de ley de extinción de dominio”. Con toda clase de argumentos y argucias el proyecto está y sospecho que seguirá, en la bandeja de “Pendientes”. Como soy lega en asuntos de la ley y especialmente en esta, que además de tener muchas púas tendría largo alcance que ni a los narcotraficantes ni a los pillos que saquean el Erario conviene, saco en conclusión que el refrán que cito arriba es aplicable a algunos sacristanes políticos que intentan evadir el origen de las imaginarias velas con las que se enriquecen sin pudor. El entramado de corrupción, “pan nuestro de cada día”, es la razón para aparecer mal calificados en índices internacionales de corrupción.
Los recientes resultados de una investigación con la participación de autoridades de varios países revelan los tentáculos de poderosa red internacional de narcotraficantes en la que aparece el nombre de Panamá, el de uno de nuestros puertos y el de ciudadano panameño y sus empresas registradas localmente. Los grandes decomisos de droga que llegan a nuestro país por aire, tierra y mar, son “cosa de todos los días”; aun así, algunos cargamentos llegan a sus destinos, pero parte queda como pago a los colaboradores locales que la mueven. Con esos pagos aparecen viviendas de altísimo costo, muchas amuralladas, fuera de vías principales para evitar la notoriedad: autos de lujo, negocios y propiedades valiosas en áreas “exclusivas”; todo esto sin contar lo que se haya adquirido en joyas u otros bienes. Y dinero en los bancos, otra cara de este entramado que no está clara.
La Comisión de Gobierno, Justicia y Asuntos Constitucionales (que integran tres diputados, entre ellos el presidente de la Asamblea, Cipriano Adames) “notaron una serie de “incongruencias jurídicas” (artículo de Adelita Coriat) que motivaron estudiar el tema en una subcomisión técnica,… bla bla...) ¡Ja ja! Como dice una ranchera mejicana, “dar tiempo al tiempo”. Algunos sostienen que una de las razones de este “chifeo”, (“mareo de la Asamblea para evitar aprobar la ley”, artículo de Coriat) es que insisten en centrar la ley solo en delitos como narcotráfico y crimen organizado y que “ni por refilón” se investigue el enriquecimiento por rapiñar los fondos del Estado que proveen el profesional honesto, usted, yo, el obrero, etc.
No faltará quien diga, “pero bueno, esta doñita con estos temas ahora que estamos en el mes del Día de la Madre, del Niño Dios, Navidad, del San Nicolás y el Año Nuevo” (que lamento decir, es solo cambio de un número, del 2022 al 2023, aguafiestas que soy). Sí, y es precisamente mi intención. Nos distrae el fútbol, la fiesta, todo propicio para alimentar la desmemoria; para distraernos mientras se extienden los tentáculos del poder para el provecho personal, las ambiciones politiqueras, el maridaje con los monstruos del narcotráfico que vemos, incrementa la delincuencia entre jóvenes, grupos desatendidos que se suman a las pandillas y al consumo de drogas; que son resultado del fracaso patente del sistema educativo; de la desintegración familiar y la falta de trabajo, entre otras causas, El “pecata mea”, según traducción del latín, que aparece en internet, significa “mi culpa”, “pecado mi culpa”. ¿Lo interpreto como que es también mi culpa, la suya, porque sé y sabemos que convivimos con el delito que permite nuestra pasividad, el mirar hacia otro lado y convivir ignorando a los “sacristanes vende velas”, porque estamos acogotados, “amachinados”, mientras los malos sacan ventajas? Se repiten sopeteados y huecos discursos de políticos “en la papa” (y de los que aspiran a estarlo en 2024) con floripondios de promesas y preocupación por nuestro destino y me pregunto ¿cómo podemos seguir creyéndoles, dándoles nuestro voto? ¿Es que ya no vemos el camino para enfrentar la corrupción, el egoísmo, la codicia y nos hace cómplices pasivos el pesimismo que aconseja que “ante lo inevitable, resignación”? Tal vez es así. ¿Se reflejará esta complicidad en las elecciones del 2024? De nosotros dependerá.