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- 16/03/2024 00:00
Revisionismo histórico y el peligro de la libertad
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, hemos escuchado cada vez más el término “revisionismo histórico”. Desde occidente acusan a Vladimir Putin y a Xi Jinping de ser autócratas que lideran potencias revisionistas. El término en sí no representa un mal. El revisionismo histórico es simplemente el ejercicio de revisar, criticar y reinterpretar hechos históricos. De alguna manera, el revisionismo histórico es una legítima reclamación de la realidad por parte de un grupo de personas.
Por supuesto, el revisionismo histórico tiene un impacto en la política, que después de todo no es más que la organización del poder. Y el poder emana del consenso. El consenso sobre los hechos de la historia y la realidad actual es una de las fuentes de poder social más poderosas. Hegel y Marx, pensadores antiliberales, introdujeron la revisión agonística de la historia. Para Hegel, la historia se define en función del choque de poderes: una tesis contra su antítesis que genera la síntesis de los hechos históricos. Marx añadió la óptica de las clases sociales. Para los liberales, la historia es una historia “whig” o una progresión hacia una moralidad deseada. Para los liberales, la historia ha sido una acumulación de mejoras sociales y tecnológicas donde se corrigen los errores del pasado. Ambas pretenden establecer un statu quo que explique nuestro presente y movilice las fuerzas sociales.
En el caso de la China comunista, por ejemplo, el Gran Salto y la Revolución Cultural no fueron errores del Partido Comunista, sino el producto de una lucha interna entre las fuerzas revolucionarias de Mao y las élites del partido comunista. La masacre de Tiananmen de 1989 no existió. De la misma manera, en China comunista no se habla de la Segunda Guerra Mundial, porque las fuerzas militares que principalmente lucharon contra el imperio de Japón en defensa de China continental fueron las fuerzas de Chiang Kai-shek y el gobierno Nacionalista Chino, que luego tuvo que refugiarse en la isla de Taiwán tras la victoria del Ejército Rojo chino. El Partido Comunista de China evita legitimar cualquier parte de la milenaria historia de China que no pueda vincularse al poder del partido comunista.
En el caso de la Rusia postsoviética de Vladimir Putin, es evidente que el aparato soviético necesita ser la antítesis de la narrativa de occidente y se apalanca en ciertos hechos históricos para hacerlo. Por ejemplo, en la historia rusa, fue el Ejército Rojo quien derrotó a la Alemania nazi de Hitler. No solo fue la población rusa la que sufrió mayores pérdidas en la Segunda Guerra Mundial, sino que también fue la bandera comunista la que se izó primero en las ruinas de Berlín. El primer hombre en el espacio. El primer satélite en órbita. De 1956 a 1992, por ejemplo, la URSS obtuvo en cada Olimpiada más medallas que EE.UU., excepto en 1968. En el caso de la guerra en Ucrania, hay suficientes elementos para que Putin pueda tejer una narrativa que le produzca apoyo popular por encima del 75%. Más allá de las herramientas opresivas que utiliza el régimen de Putin, ese 75% de rusos que apoya la invasión de Ucrania lo hace sin ser coaccionado.
EE.UU. tiene que ser la potencia por excelencia que mejor ha utilizado el revisionismo histórico para generar consenso no solo internamente, sino también a nivel mundial. Es increíble que el mismo gobierno que incineró a más de 130.000 personas en un día de 1945, haya liderado al mundo durante los próximos 70 años. En la historia liberal de los hechos existe una justificación y luego una “corrección moral”, un esfuerzo en contra de la proliferación de armas, etc. El mismo país que invadió Panamá, gestionó un golpe en Chile, mintió sobre las armas de destrucción masiva en Irak y una larga lista de atrocidades que han sido revisadas por la hegemonía estadounidense y desinfectadas.
El posmodernismo que hemos experimentado en los últimos 20 años no es más que la estimación de un siglo de mentiras, de ambos bandos, y un intento de las élites de mantener el poder ante la desintegración del consenso. Es por eso que hoy tenemos a un presidente de EE.UU. disculpándose por llamar emigrante ilegal al presunto asesino de una estadounidense. Es por eso que EE.UU. está construyendo un muelle para envíos humanitarios en Gaza, mientras que en Haití, un pandillero que se llama Barbecue acaba de forzar al primer ministro a renunciar desde el exilio. La izquierda en EE.UU. tiene que apelar a un revisionismo histórico que sea la antítesis del individualismo de la derecha y ampare a todas las causas que se sientan oprimidas por la historia.
El revisionismo histórico es un ejercicio necesario. En Panamá y muchos países de la región, por ejemplo, la Comisión de la Verdad al menos ventiló algunas de las atrocidades de la dictadura y desmintió esa nostalgia que algunos tienen por un tiempo de supuesto orden. El problema es quién está haciendo el revisionismo histórico y si aquellos que legitimamos las revisiones lo hacemos en libertad. Ese 75% de rusos que solo pueden consumir información oficial no está apoyando a Putin en libertad. Y en Rusia, la búsqueda individual de la verdad es perseguida por el régimen. Ahí está el ejemplo de Alexéi Navalni, entre muchos otros. Pero no caigamos en la trampa hegeliana o marxista. En EE.UU. los medios de comunicación no paran de hablar de Trump y de Biden. Biden no para de hablar de los autócratas y la lucha existencial por la democracia. Sin embargo, un 67% de los estadounidenses no quiere que Trump o Biden sean los candidatos presidenciales. En América Latina, el revisionismo histórico llevó al poder a Chávez, a Morales, a Correa, a Ortega, a Petro, a Lula y a AMLO. Pero tras un cuarto de siglo de revoluciones sociales en la región, ¿qué beneficio nos trajo cambiar el descubrimiento del Nuevo Mundo por el Día de la Resistencia Indígena? ¿Qué beneficio nos ha traído mencionar a las y los estudiantes en vez de simplemente utilizar el plural neutro? ¿Qué beneficio nos ha traído las cientos de horas de discursos televisados rechazando el imperialismo gringo?
El único beneficio lo obtuvieron en votos los políticos que nos manipularon. La cobardía generalizada de no enfrentar el peligro de la libertad está teniendo su propio juicio, un juicio que condena al futuro en vez de manipular el pasado. Hannah Arendt dijo en 1956: “no existen pensamientos peligrosos... pensar en sí es peligroso”. La libertad de pensamiento es peligrosa. Pero más peligroso es abandonar nuestro razonamiento a las perversiones de las ambiciones de otros. En un súper ciclo electoral a nivel mundial, no permitamos que nos envenenen con mentiras evidentes. Revisiones históricas que insultan el sentido común. Tengamos el coraje de pensar libremente. Nuestro voto cuenta y el beneficio debería ser nuestro. La verdad se sostiene por sí sola, no requiere de llamadas de pecho ni discursos vociferantes.