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- 27/11/2022 00:00
Las relaciones de Panamá con los EE. UU.
Luego de una larga e injustificada espera de cuatro años, vemos con satisfacción que el reemplazo del embajador Feeley, de muy triste recordación, se haya finalmente concretado con la llegada de Mari Carmen Aponte como embajadora de nuestro primer socio comercial y, supuestamente, aliado más cercano. Aumenta la complacencia que sea de Puerto Rico; esa isla del encanto con la cual los panameños compartimos una cultura en común casi fraternal.
Contamos con la esperanza de que, al llenarse el vacío diplomático que hubo por casi 50 meses, se facilitará un diálogo en igualdad de condiciones entre dos naciones con intereses comunes y que, por lo tanto, están destinadas a marchar por los senderos de la más sincera amistad, respeto y reciprocidad, como única fórmula para cumplir satisfactoriamente con tan histórico destino.
En honor a la franqueza, como pilar de toda relación exitosa y duradera, la nuestra con los EE. UU. ha tenido altas y bajas; como un noviazgo de “amor y odio”. La firma del Tratado Hay-Bunau Varilla el 18 de noviembre de 1903, tratado que ningún panameño firmó y le colocó una camisa de fuerza cuasicolonial a un joven Estado que tenía apenas 15 días de existencia; el rompimiento de relaciones diplomáticas el 9 de Enero de 1964 por el Presidente de la Dignidad, Roberto F. Chiari; la firma de los Tratados Torrijos-Carter en septiembre de 1977, que terminó con el colonialismo roosveltiano y lo reemplazó por un neocolonialismo senatorial vía el Tratado de Neutralidad, el cual, les recuerdo, es a perpetuidad; la invasión de los EE. UU. a Panamá el 20 de Diciembre de 1989 y el traspaso formal del Canal a la administración panameña, el 31 de diciembre de 1999, son fiel reflejo de lo anterior.
Ahora bien, a pesar de ser una relación desequilibrada; caracterizada por la falta de ecuanimidad y consideración del socio más grande hacia el más pequeño; lo cierto es que la gran mayoría del pueblo panameño ha mantenido, y mantiene aún, sentimientos de amistad y de admiración hacia el Pueblo Estadounidense, como herederos que son de esa gran nación que les dejaron sus Padres Fundadores al emitir la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, a mi criterio, el documento más importante para la cultura occidental y la defensa de las libertades individuales.
Pareciera, sin embargo, que ese interés en fortalecer nuestras relaciones vía el respeto mutuo y la reciprocidad, en el Departamento de Estado, ha sido reemplazado por otro basado en un neocolonialismo fiscal y financiero, el cual, so pretexto del lavado de dinero, el financiamiento del terrorismo y las armas de destrucción masiva, nos pretenden imponer. La afectación económica que sufrimos por la lista GAFI y la lista Clinton son consecuencias de esa nueva relación, casi una guerra fría.
Es por lo anterior, que requerimos de una política exterior que represente los intereses nacionales, que actúe con dignidad y que no sea una mera caja de resonancia de los intereses geopolíticos de potencias extranjeras.
Entendemos que el narcotráfico y la migración irregular son temas importantes por razones obvias, sin embargo, ya es hora de que Cancillería afronte los mismos con una visión que vele por nuestros intereses y no solo por los intereses foráneos. Debemos seguir el paso que están tomando Colombia y Costa Rica, entre otros, de terminar la guerra contra las drogas y reemplazar las políticas criminales por otras de educación y salud pública. So pretexto de la migración irregular, nuestras fronteras no pueden convertirse en una muralla de contención que impida el paso de migrantes hacía Norteamérica y a nuestro costo, eso no es problema nuestro.
Adicional, hay que exigir el respeto al derecho y a la autonomía de Panamá de aplicar el sistema tributario más adecuado a sus intereses económicos fundamentales; se debe rechazar cualquier intento de convertir a Panamá en un recaudador de facto de impuestos de otros países ni de establecer procedimientos legales con ese propósito; y sobre todo la protección y preservación de Panamá como un Estado independiente y soberano, que incluye la capacidad de libre determinación de su política criminal, fiscal, financiera y de cualquier otra índole, así como el derecho de explotar su posición geográfica para su exclusivo beneficio.
Por último, y lo más importante, se debe empezar a abrir el camino para una revisión al Tratado de Neutralidad que busque, sobre todo, eliminar la nefasta Enmienda de DeConcini, la cual le permite a los EE. UU. intervenir militarmente en Panamá sin el consentimiento de los panameños. Solo así podremos alcanzar plenamente nuestra soberanía y el respeto de las demás naciones como un Estado verdaderamente libre, independiente y soberano.