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- 02/09/2021 00:00
El reino de los bichos
La vida es una medida continua de resultados para los que nos la ganamos en el sector privado. Es un sector privado de comodidades. Privado de segundas oportunidades, incluso de primeras, con demasiada frecuencia. Es un sector privado de beneficios, como viáticos para alimento, teléfono y combustible. Es privado de seguridad, pues no tenemos guardaespaldas en una sociedad peligrosa. También es privado de salud, ya que el sistema público, que pagamos todos, colapsó hace décadas. Para agregar insulto al golpe, también es el sector privado de la educación.
Como hormigas, nos levantamos todos los días, por la Gracia de Dios, para ir temprano al trabajo, en donde, sin importar qué tanto pudimos descansar en casa, debemos producir resultados que le indiquen a nuestro empleador, o cliente, de ser el caso, que somos personas que cumplen. Si no damos la talla, adiós.
Pagamos impuestos, seguro social y seguro educativo, sin importar que nuestros hijos vayan a la escuela privada, con el sudor de nuestra frente, y mientras, pagamos paralelamente seguros privados, que son otros grandes saqueadores en este país. ¿Ha tratado de que su seguro privado le reembolse algo, amigo lector? Es como tratar de ensillar un gallote. Pero nos estamos desviando. Volvamos al asunto.
Con el escaso dinero que podamos devengar honestamente, tenemos que cubrir nuestras responsabilidades. Tenemos que pagar la electricidad más cara de la región, a una empresa descarada, cuyas líneas telefónicas están siempre atestadas de mensajes que nos piden disculpas por un sistema ineficiente, que deja sin electricidad a medio país con una frecuencia casi cotidiana.
Debemos comprar comida cara, pues al productor no le brindan apoyos, y le imposibilitan que pueda vender directamente al consumidor, poniendo en bandeja de plata las ganancias a los intermediarios, que cobran lo que quieren. Hay que restarle al salario también los costos de comunicación y entretenimiento, ya que ahora, en pandemia, sin conexión a internet no podemos hacer nada. De veras que hay que ser magos.
Del otro lado de la moneda viven los panameños “afortunados”. Son panameños que no se han enterado de que hay una pandemia y una crisis mundial. Ellos, en su burbuja partidista, han seguido cobrando jugosos salarios, sin descuentos, y encima piden becas para seguir ilustrándose, todo esto pago por nosotros que caminamos sobre una cuchilla, de lo estrecha que está la situación.
Pero para estos panameños “Gold Roll” la vida es bella. Vacacionan, pasean, estudian, y se hacen operaciones estéticas en plena pandemia, porque su nivel económico subió los escalones del éxito, desde el 2019. No importa si van a trabajar, si tienen conocimientos para cubrir los requisitos de su trabajo, ni si cometen errores que terminan costándonos millones al resto del país. Ellos no temen que su estabilidad se vea afectada por nada, pues viven un momento sin consecuencias.
Debe ser embriagador tener ese poder.
Además, el grado “Gold Roll” no es algo que solo premia a los funcionarios, sino que ha degenerado en un sistema infeccioso, que, por contacto cercano, contagia a toda la familia del “bendecido y en victoria”. Y vemos familias enteras viviendo la mejor época de sus vidas.
Ricos y famosos. Gentuza de lo más común, con aires de realeza. Y es que, en este país, son realeza, aunque sea temporal. Tristemente, ese título solo viene con el beneficio económico, y no con las capacidades, el porte ni la educación que debería. Son los reyes del bajo mundo, y vaya que se han tomado en serio su título. Son moscas…
Al sentido opuesto del rey Midas, que volvía oro todo lo que tocaba, estos tiranillos vuelven excremento lo que tocan. Y así, leyes, instituciones, sistemas de salud, en fin, transforman una sociedad que tiene todo para descollar económicamente en la región, en una letrina dentro de la cual lo único que prospera son los bichos como ellos. Un verdadero mosquero, con su peste particular. Junto con sus larvas, y con el resto de ciudadanos hormiga, constituimos el reino de los bichos en el cual se ha transformado Panamá.
No es un reino bonito ni equitativo. Es un lugar patas arriba, en el cual, como a los clavos, el sistema golpea a los rectos, y deja tranquilos a los torcidos. En el reino de los bichos paga más ser un indecente que un ciudadano de bien. Hemos llegado a un punto bajísimo en nuestra historia, en donde los buenos son culpables, y los malos son héroes.
Esta debacle resulta de años de adoctrinamiento. Hace años que no enseñan historia nacional en las escuelas, o, al menos, no han actualizado el contenido. Aquí tenemos que conocer quiénes son los responsables, para bien o para mal, de que llegáramos a este punto. Hay gente que ha estado abrazada a cada Gobierno, incluyendo a la dictadura y que hoy sale a hablar de democracia y derechos humanos. Eso sucede porque la población no los conoce.
Basta de romantizar a un dictador, cuyo mérito fue estar en el poder en el momento histórico y tener la suerte de que el líder del norte fuera una persona de buena fe, al punto de que, con el tiempo, le galardonaron como Premio Nobel de la Paz. Basta también de escudarse en una memoria borrosa de otro personaje con un fuerte tufillo racista, y con abiertos apegos extremadamente nacionalistas en una época en que eso era visto como extrema derecha, lo que le terminó costando el mandato. Ni ahondar en lo que pasó en Europa con esos extremos.
Tener caudillos que murieron hace rato habla de una falta de liderazgo, aparte de una carencia dolorosa de actualización social y política. Esto permite que surja otra raza de malvados, y engañen al país, como ha sucedido.
Los buenos ciudadanos queremos dejar de ser hormigas y de vivir en el reino de los bichos. Queremos esforzarnos por un futuro mejor, pero para todos, no solo para las criaturas parasitarias que se han hecho con el poder. A esas las tenemos que erradicar. La fumigación necesaria es una constituyente, que acabe con toda la plaga, de manera retroactiva. Podemos hacerlo. Los buenos somos más.
Dios nos guíe.