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- 11/09/2024 00:00
Reflexiones en torno al erotismo en la literatura
Resulta fundamental entender que al conceptualizar el erotismo, el cuerpo de una manera u otra es el principal objeto (dador, receptor o ambos) de atracción y placer, pero no menos importante es al mismo tiempo la actividad de la mente, de la imaginación, que se desata descaradamente o tímida adelantándose a los hechos (y luego acompañándolos), junto a ese intermediario ineludible que fluye sin interlocuciones valederas entre ambas instancias: el deseo. Sin estos elementos no hay situación posible conducente al fenómeno erótico humano. Lo cual significa que en una obra literaria que pretenda lidiar con este tema, independientemente de las muy diversas variantes posibles –reales o ficticias–, dichos elementos por lo general presentes, aunque el autor elija enfocarse más en las peripecias de una, de dos o en las tres como epítome de realización sexual plena.
Así, siendo numerosas las perspectivas desde las que se puede narrar o describir el ejercicio de la sexualidad en un cuento o en una novela, para que se dé un auténtico erotismo resulta indispensable el flujo de la creatividad con sus componentes más constantes, como lo son la capacidad inventiva, el riesgo, el desafío e incluso el desborde de las fronteras de lo usualmente “prohibido” como resultado de una inherente voluptuosidad o lujuria impostergable.
Es decir, igual que ocurre en la vida misma en ausencia de prejuicios o una vez vencidos estos. Y, siempre dentro de una trama, un ambiente y una caracterización perfectamente forjados y usando un lenguaje a tono con cada situación. Lógicamente, la textura de la escritura misma es tan importante como lo que sucede en la anécdota tramada.
Por otra parte, por supuesto que hay un fuerte elemento de interés, morbo y/o censura en cualquier expresión sexual cuando existe un trasfondo sociocultural que, aunque vaya variando con el tiempo y las costumbres, limita, segrega, crítica, inhibe, prohíbe o castiga algunas de estas manifestaciones que nacen de modo natural con la raza humana e igualmente forman parte de la vida de todas las especies desde que el mundo es mundo. Y, sobre todo, se censura injustamente a las mujeres que eligen estos temas o los ejercitan como parte de su libertad y de su gusto, como resultado de sociedades ofensivamente machistas.
Cabe señalar que suele manejarse una importante diferencia conceptual entre sexualidad y erotismo, aunque forman parte de una misma ecuación, y a menudo se manejan como términos perfectamente intercambiables. Los animales disfrutan instintivamente su sexualidad, pero los seres humanos, además de gozar del acoplamiento o del simple roce de los cuerpos que sus instintos propician o sugieren, doblemente lo disfrutan exacerbando el placer en el proceso, porque intervienen al mismo tiempo, elementos eminentemente humanos, tales como: la emotividad, el deseo, el juego, la estimulación, el regodeo y una muy particular creatividad sexual añadida que varía en cada individuo. Así, las muchas variantes de esta actividad física, mental y emocional simultáneas a las que solemos llamar erotismo, cuyas diversas características son propias tanto de una relación heterosexual como de la homosexual y la bisexual, al igual que en el autoerotismo, a menudo son abordadas por la creación literaria.
Otros elementos que inciden en los diversos tipos de sexualidad son los procesos de seducción, los aspectos lúdicos de una relación y las propensiones a querer descubrir nuevos modos de realizar la cópula y sus numerosas variantes para exacerbar la excitación y su inevitable desencadenante (los fetichismos, por ejemplo). El goce sexual que la mente puede anticipar y que el cuerpo materializa es variado y muy a menudo de una plenitud asombrosa, pero también, por una serie de razones, puede producir gran ansiedad o frustrarse en el proceso.
El asunto de la diferenciación entre la sexualidad y el erotismo es mucho más complejo que lo antes expresado, como complejos y diversos somos los seres humanos en el conjunto de nuestro comportamiento, temores y esperanzas, cada quien con sus gustos, sus fobias, sus fantasías; sus inhibiciones reprimidas o desafiadas; sus capacidades y deficiencias sexuales y de cualquier otro orden. El mejor libro de ensayos que he leído sobre este tema es La llama doble, amor y erotismo (1993), del gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz.
Ocurre en Panamá con Rogelio Sinán, a quien se considera pionero del erotismo literario nacional, con su novela La isla mágica y sus cuentos A orilla de las estatuas maduras y La boina roja. Pero en términos generales, la publicación de novelas eróticas en nuestro país ha sido escasa, no tanto así el cuento, aunque con el surgimiento en el siglo XXI de un gran número de nuevos cuentistas, sobre todo mujeres, ese tipo de texto se ha incrementado. Véanse mi reciente antología Consumación de Eros. Antología del cuento erótico en Panamá. Sin embargo, tratándose de una manifestación tan vital e inclaudicable en el acontecer humano, a mi juicio, las variantes del erotismo deberían ser una veta mucho más cultivada en nuestras letras. Como los cuentos fantásticos, absurdos y de horror.