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- 31/08/2024 00:00
Reflexiones acerca del minicuento panameño
El llamado minicuento (o minificción) debe ser antes que nada un cuento, y solo en segundo lugar “mini”, y no al revés; es decir, muy breve y ceñido. En este sentido, aclaro que hay dos corrientes de pensamiento al respecto: una considera que si se cumplen estas dos premisas, el minicuento es un auténtico cuento. La otra sostiene que este tipo de ficción breve se ha hecho tan popular y tan variada, que ya debe considerársele como un nuevo género literario con identidad propia. Las normas a seguir para su elaboración son fundamentalmente las mismas, a excepción de su muy breve extensión, y a veces del ejercicio de cierto inesperado golpe de ingenio.
Hay editores tan tradicionales que jamás los mezclarían en un solo libro que vayan a publicar; otros, en cambio, siguen la primera concepción porque, por el contrario, les parece que combinarlos en un mismo libro hace que este sea más interesante y variado. Sin embargo, debo reconocer que los minicuentos (llamados microrrelatos en países como Argentina y España) a menudo -no siempre- ha introducido en la habitual estructura del cuento tradicional un importante nuevo elemento: el ingenio, es decir, la ironía, como parte integral del breve conjunto. Pero no se debe abusar de la novedad distorsionando al minicuento al confundirlo con otro tipo de narraciones, tales como chistes, parábolas, refranes, adivinanzas, sermones, prédicas o consignas.
En cambio, el grado superlativo que necesariamente entra en juego cuando se habla de la propia creatividad aplicada a determinadas formas de narrar una historia significa, en el fondo, un tener que hurgar por segunda vez – la primera fue durante el acto de creación del texto – en los mecanismos más íntimos del ingenio, en el modo de composición y ensamble de las partes para lograr el indispensable efecto de integridad preexistente, aunque este no fuera cierto.
Escribir cuentos y minicuentos, sabiéndolo hacer con propiedad, es, sin duda, un oficio fascinante. Implica lidiar lúcidamente en la escritura con los problemas de la vida -sus satisfacciones, sus incongruencias-, pero al mismo tiempo permitir que la imaginación expanda las fronteras de lo real, de tal manera que la adecuada combinación de ambos permita un alto grado de creatividad en las historias planteadas, ampliando así sus fronteras más allá de lo cotidiano, enriqueciéndolas.
El minicuento panameño, en mi opinión, empieza con textos poco conocidos de Rogelio Sinán (1902-1994), muy breves todos, que con su autorización recuperé para la historia de nuestras letras al publicarle en 1982 el libro que él tituló: El candelabro de los malos ofidios y otros cuentos en mi primera pequeña editorial, Signos, fundada en México. Fue de las primeras publicaciones que hice en México como incipiente editor bajo dicho sello editorial. Cabe señalar que, de ese libro, el minicuento más trascendente por su perfección temática y formal es El hombre que vendía empanadas, una joyita literaria que habría de ser, sin saberlo, precursora de una largo caudal de minificciones de alta calidad literaria que siguieron en el tiempo, hasta nuestros días.
Así, poco a poco, otros autores panameños habrían de ir publicando excelentes minicuentos. Al grado de que en 2019, con el fin de rescatar esta vertiente de nuestra narrativa de ficción, tuve la iniciativa de publicar una amplia recopilación al respecto que entonces denominé: Minificcionario. Compilación histórica selecta de minicuentos en Panamá (1967- 2018).
Para mi gusto, los autores panameños que más y mejor se han dedicado a la creación de estos cuentos brevísimos han sido: Rey Barría (1951- 2019), Claudio de Castro (1957), Raúl Leis (1947-2011), Isabel Burgos (1970), Benjamín Ramón (1939), Melanie Taylor H. (1972), Héctor M. Collado (1959), Rafael De León-Jones (1969-2002), Sonia Ehlers (1949), Jairo Llauradó (1967), Héctor Aquiles González (1963), Annabel Miguelena (1984), Gloriela Carles Lombardo (1977), Pedro Crenes Castro (1972), Alberto Cabredo (1956) y Eyra Harbar (1972), entre otros; y, más recientemente, Enrique Jaramillo Barnes (1983), Arabelle Jaramillo (1978) y Dennis A. Smith (1971). Y es sabido –modestia aparte– que mi propio aporte en cuanto a minicuentos publicados a partir de 1973 en varios de mis libros ha sido vasto y diverso.
Cabe mencionar que dos escritores venezolanos residentes en Panamá desde hace más de diez años también se han destacado por su excelente producción de minicuentos: Carolina Fonseca (1963) y Joel Bracho Ghrersi (1984); ambos han publicado la mayor parte de sus libros en nuestro país.