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- 10/10/2023 00:00
Racismo y dominación colonial, ¿desaparecieron?
En 1981, se realizó un foro teniendo como eje temático el reclamo de una comarca para las naciones Guamíes -hoy conocidas como Ngäbe y Buglé- con el propósito de sensibilizar al resto del pueblo panameño, aclarando las razones de su lucha y desmitificando estereotipos negativos levantados en su contra. Líderes naturales de este pueblo, académicos fraternizados con esta lucha, las fraternidades jesuitas, vicentinas y agustinas recoletas (misioneros) y los obispos católicos de David, Colón y Bocas del Toro -Monseñores Núñez, Ariz y Ganuza, respectivamente- respaldaron como pocos, esta y otras iniciativas similares.
Aquí, aportamos a la desmitificación de la idea de la negligencia laboral respecto de las tierras poseídas, las cuales, en el imaginario económico liberal, no las cultivaban, cosa que aún la narrativa racista sigue reiterando. Esta idea de la vagancia de esta nación indígena sugería, y sugiere aún, descalificarlos, en tanto sujetos con derechos, para poseer la propiedad de una determinada superficie cultivable; para esto, no se requiere que los códigos o la Constitución sean modificados. Sus tierras -después que el colonizador español los empujó hacia esas zonas- los grandes ganaderos y las transnacionales extractivistas las miran con ojos de codicia.
La difundida idea de negligencia productiva sobre los suelos ocupados en la hoy comarca Ngäbe-Buglé, emitía hasta hoy el mensaje de que tales tierras “ociosas” deberían entregárselas a otros -poseedores de capital no indígenas- que sí las ponen a producir. Pues bien, nos tocó explicar que el aparente “no uso” tenía que ver con la aplicación de una tecnología de protección del suelo consistente en que se dividían parcelas y pasado un período en que se hacía uso de esta, se la ponía a “descansar” para regenerar su capacidad agrológica. Esto, mientras cultivan en otra parcela, con el propósito de ponerla en reposo después y así sucesivamente hasta completar un ciclo, que puede comprender varios años, según el número de parcelas divididas.
Este modelo tecnológico para nada inédito de nuestras naciones originarias, es muy propio de donde el desarrollo de las fuerzas productivas no ofrece otra opción ecológica para la regeneración de la fertilidad de la superficie agraria. Consecuentemente, este modo de tratar la tierra deteriorada característica de las de las regiones comarcales -despreciada inicialmente por los colonizadores europeos- resulta lo más razonable ante la falta de medios de producción y de inversión de capital para ser más intensivos en el uso de la tierra.
Sin embargo, al mirarse con los ojos del amo, como diría Frantz Fanon, se anatemiza la práctica agraria de los hermanos ngäbe, ocultando -deliberadamente o no, el resultado es el mismo- que se trata de una forma en la que no cabe concluirse negligencia alguna de parte de este pueblo sino de pura y dura protección ecosistémica.
Tampoco cabe afirmar, científicamente, que los trabajadores de esta nación originaria no han aportado al crecimiento económico de esta región occidental del país, porque se niegan al trabajo bizarro que exigen las labores agrarias. Una pregunta que habría que hacerse es, ¿y por qué los empresarios ticos fronterizos con Panamá hasta les ofrecen cédulas de identidad personal de nacionalidad tica con tal que trabajen en sus haciendas y plantaciones?
En aquella época, decíamos, cuando el salario mínimo rondaba los 300.00 dólares mensuales, a los trabajadores provenientes de las áreas indígenas se les negaba el derecho de obtener más de 3.00 dólares/día, de lunes a sábado. ¿Así quién no se hace gran señor potentado? Algunos flamantes “honorables” diputados de las Asambleas legislativas desde aquella época, provienen de estas familias que han hecho gran parte de sus fortunas y aporte al crecimiento económico regional a costa de negar el reconocimiento de la dignidad de sus trabajadores racializados.
La idea de la inferioridad -en dignidad humana- de los indígenas, lo mismo que de la población negra traída desde inicios de la colonización, es tan vigente hoy como en 1492. El racismo no equivale a una actitud individual de este o aquel latifundista o funcionario, sino que se hace parte de la cultura de un país, articulando las lógicas de dominación de unas clases sociales frente a otras, sobre todo, con base en normas sociales no escritas que jerarquizan a los grupos en el sentido colonial, con un propósito esencial: descalificar a los sometidos a racismo en aras de la dominación de una clase social determinada, no únicamente internas sino las de intereses transnacionales. Esta lógica racista y de dominación, pues, está más vigente que nunca.