• 24/02/2024 00:00

Preguntas para escoger al mejor o al menos malo

A los ocho aspirantes a ocupar la silla presidencial habría que indagarles cosas muy importantes... Nuestro destino colectivo no puede estar en manos de farsantes ambiciosos, de mentirosos patológicos ni de arrogantes arbitrarios

La contienda electoral, que revivimos cada quinquenio como un bucle temporal perverso, me hace recordar lo que decía Aristóteles en su libro Retórica: “... las emociones alteran nuestros juicios y vienen acompañadas de placer o dolor...”. Esta apoteosis emocional (perdón, electoral) que vivimos bajo los supuestos de nuestra imperfecta democracia liberal y aupada por las manipulaciones de la partidocracia nueva o vieja, tradicionalmente nos ha arrinconado y forzado a escoger entre el terror y el pánico, entre lo amargo y lo ríspido, entre Guatemala y Guatepeor.

Hoy en día, hay temas tan graves que son materia de obligatoria e inevitable cavilación, desde ahora, para todo ciudadano responsable que esté a la altura de sus responsabilidades ante el país, ante este momento histórico, ante la urna el día de las elecciones y, sobre todo, ante sí mismo frente al espejo. Por ejemplo: si un candidato ya ha sido presidente o vicepresidente o ministro ¿Cómo encontró y cómo dejó el país o a su sector al término de su mandato?, ¿cómo enfrentó, en su momento, los mismos programas que dice ahora que va a resolver (corrupción rampante, crisis del seguro social, gravísimo endeudamiento nacional, declive económico, criminalidad, la droga y la narcopolítica, inseguridad alimentaria y sanitaria, crisis ambientales, etc.), cuando no lo hizo durante su mandato anterior? ¿Por dónde salió del Palacio de las Garzas?, ¿por la puerta de adelante o la de atrás, por las ventanas o por el retrete?

En todo caso, con los ocho contendientes, habría que indagar cosas muy importantes. Su personalidad, su propensión al histrionismo, al narcisismo, a la egolatría, a la obcecación, a la mitomanía, características personales proclives al desastre. Su historial personal y sus vínculos con los círculos de poder (económico, político y mediático, los siete u ocho bellacos que “mecen la cuna” tras bambalinas) del país y del extranjero. Su visión íntima sobre el presente y el futuro del país, lo cual revela realmente la clase de sujeto que quiere, para sí, las riendas de Panamá y el destino de sus habitantes. Nuestro destino colectivo no puede estar en manos de farsantes ambiciosos, de mentirosos patológicos ni de arrogantes arbitrarios, por no decir de simples amanuenses de los grandes intereses que se creen dueños de nuestro país.

De cada aspirante al solio presidencial, habría que conocer cuáles problemas (del largo rosario de iniquidades nacionales) ha identificado como asuntos importantes y/o urgentes, como heridas abiertas por curar y sanear prioritariamente, en nuestra sociedad. Qué pasos concretos se compromete a tomar para enfrentarlos, en cuánto tiempo intentará resolverlos, cuánto costará cada acción específica que proponga y cómo se pagará... y sobre quiénes recaerá la responsabilidad de realizar y de rendir cuentas, por cada programa o actividad a ser ejecutada por su gobierno. Quiénes darán la cara y asumirán las consecuencias de su gestión de gobierno ante la ciudadanía y ante la justicia.

Muy importantes son sus posturas ante la Justicia. Habría que saber si se comprometen a perseguir las bribonadas de los regímenes anteriores o si les seguirán echando tierra para taparlas, en ese descarado pacto de no-agresión, tácito y mutuo, que opera en Panamá hace décadas, entre los operadores de la crápula politiquera nacional. ¿Se comprometerían estos candidatos a crear un sistema de control ciudadano efectivo, imparcial e independiente, para la fiscalización de su propio gobierno? Me refiero a medidas como la creación de una corte constitucional o a fortalecer ambas procuradurías (la General y la de la Administración) o a purgar y a dotar de autonomía real y apoliticidad a la Contraloría General de la República o a crear una poderosa y eficaz procuraduría nacional del consumidor o a limpiar y fortalecer a la Autoridad Nacional de Transparencia (ANTAI), entre otras. ¿Se atrevería a empeñar y a cumplir su palabra, convocando a una Asamblea Constituyente? ¿O a meter en cintura a esa asociación mafiosa denominada Órgano Legislativo? La fuente de muchos de nuestros males como nación, nace y se revuelca en ese chiquero llamado Asamblea de Nacional de Panamá.

Estamos frente a un nuevo panorama que abre muchas expectativas reales. Esta vez, coexiste el usual voto lumpen clientelista con un voto más informado y mejor meditado, un voto que no podrán comprar ni corromper tan fácilmente, emitido por votantes curtidos en las calles, con los ojos y oídos cada vez más abiertos. La patria boba comenzó a morir en octubre y noviembre del año 2023 y eso quedará demostrado el domingo 5 de mayo de 2024. Hoy, tiemblan muchas lacras politiqueras, porque esta vez muchos saben que “No van”. Y que, para variar, puede ganar el mejor o el menos malo.

El autor es bioquímico y profesor universitario
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