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Obviamente, el título no aclara que nos referimos al aseguramiento del fruto de nuestro trabajo, el cual se produce mediante la protección de la salud actual y de la que nos quedará en el futuro.
Desde los inicios de la organización del trabajo humano siempre imperó la racionalidad de guardar parte del mismo. En eso el humano se distinguió de la generalidad de los animales que consumen todo lo disponible, salvo algunas especies que también lo hacen.
El ahorro del producto del trabajo en forma de cajas de apoyo mutuo se rastrea desde la baja Edad Media, en donde las corporaciones de artesanos separaban parte del producto del trabajo para, en aquel presente, socorrer a un artesano enfermo o también para garantizar la vejez de todos.
¿Qué hacer con los capitales no consumidos? Ese es el reto de ayer, del presente y del futuro. En todo caso, una corporación de trabajadores debía tomar buen recaudo de que esos excedentes no se los fumigara un aventurero.
Hoy, para ser didácticos, no vemos obligados a reiterar que las misiones del aseguramiento son tres:
1. La misión de salud: esta propone que los ahorros se utilicen para mantener andando la rueda de la producción protegiendo a la fuerza de trabajo. Es una misión que protege el funcionamiento de la fuerza laboral.
2. La misión de retiro: esta prevé que la fuerza de trabajo eventualmente haya de separase parcial o totalmente, temporal o definitivamente de la actividad laboral, y que al retirarse tenga capacidad de consumo para seguir impulsando la rueda de la producción.
3. Misión de inversión: esta responde a la necesidad de guardar y acrecer los excedentes dinerarios y evitar que personas ajenas malgasten o mengüen el capital excedente después de cumplir las misiones de funcionamiento con salud y retiro.
En este aspecto, la misión puede cumplirse haciendo inversiones propias o las confiamos a extraños. Es un aspecto delicado porque, al guardar las reservas en un banco, cualquiera de la multitud que se registra en el mercado seguramente trataría de darle rentabilidad a los fondos. Lo haría en esos mercados foráneos y extraños que invierten teniendo en cuenta únicamente el rendimiento de los valores. La Caja de Seguro Sociale debería asegurarse de que su capital se invierta en inversiones tangibles, no especulativas, que ayuden al desarrollo nacional y demanden el crecimiento de la fuerza de trabajo. Tal vez sea necesario la creación de un banco propio de la seguridad social. Podríamos tal vez sortear la sentencia de Bertold Brecht, el genial referente del teatro universal, quien advertía que: “quien roba un banco comete un delito, pero quien lo funda podría estar cometiendo un delito mayor”.
En fin, que este es un problema que atrae a los cuentacuentos y debemos alertar los sentidos y la conciencia.
*El autor es médico