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- 22/05/2022 00:00
Polémica eclesial
Tiempo de Semana Santa. Recorrido por los templos del Casco Antiguo en ciudad de Panamá. Devoción entre los creyentes, y de los que por una razón u otra, no comulgan con la fe. O la profesan pero desde credos diferentes.
Me complace admirar el valor histórico y arquitectónico de los distintos templos, con lo cual satisfago mi espíritu desde dos vertientes: como católico, atraído también por el halo mágico que se desprende de un universo allí plasmado: adoquinado de las calles y las edificaciones aledañas. Ambas escriben un pasado con manifiesto abolengo cosmopolita.
De modo singular sus templos. Sobresale la catedral Santa María La Antigua, auténtica joya colonial recién restaurada. Sueño y me dejo llevar por los rieles en medio de la riada de personas en procesión en tanto el incienso se difumina entre rezos y penitencias.
Repuesto del peregrinar busco acomodo en un banco de la plaza, miro el reloj de la catedral y en el instante siete campanadas corroboran el ir y venir de miles de peregrinos. Devoción en las ofrendas hacia El Señor porque la humanidad recobre la sindéresis, habida cuenta de cómo cada día son más las penas que nos aquejan. Como si no bastaran las súplicas en tanto misericordia divina.
25 de abril. Recién leo en La Estrella de Panamá, entre otras noticias además de las glosas de La llorona, el artículo “Reflexiones nada ortodoxas en Viernes Santo”, firmado por Enrique Jaramillo Levi. Escritor, editor y columnista de este diario. De entrada, como bien reconoce el propio autor, ha de resultar polémico. Y, claro, lo es por lo espinoso del asunto. Nada más, nada menos cuando alude a la iglesia. Si hasta las cosas nimias con poca o ninguna importancia desbordan pasiones. Ahora mismo cuestión de dar un vistazo por las redes sociales.
Amerita dejar de lado tantos mensajes en todo caso insultantes del que se aprovecha el común anonimato. Digo por carecer de veracidad. Mientras que Jaramillo Levi asume sus razonamientos de un modo coherente, polémico como bien advierte, pero de respeto hacia una institución milenaria no ajena de los excesos de gente non sancta.
Puertas adentro la iglesia católica ha guardado con celo extremo todo cuanto puede ser signo de enturbiar su reputación. Sobre todo por quienes desempeñan funciones de elevada jerarquía; o de aquellos predicadores de la fe en comunión directa con la feligresía. Siempre hubo de ser así, solo que antes el rumor se difuminaba entre los claustros. Bien porque alguien hacía valer la autoridad o porque el castigo, entiéndase la cruel hoguera de la Inquisición, convertía en cenizas todo signo de blasfemia.
Inocentes confesos. Persuadidos de falsa ilusión de purificación, eran conducidos a la hoguera vistiendo el sanbenito. Y, desde el confesionario alguien investido de sacerdote cometía el más abyecto delito de solicitación*.
Entre tanto, Jesús y su circunstancia. Por quien los creyentes celebramos la Semana Mayor. Pasión, muerte y resurrección del hombre que en tiempos del imperio romano, con apenas sus discípulos, logró unificar alrededor de un único Dios, el credo que hoy puebla a todas las manifestaciones religiosas. Siendo la religión católica, a través de los siglos, la que reúne la mayor cuantía de feligreses. No exenta de desviaciones y corruptelas, inclusive de las más aberrantes como la pederastia. Debajo del manto púrpura subyacen quienes profanan los cíngulos sagrados en la creencia de librarse del marco de la justicia. Sin embargo, el día llegará cuando desde el banquillo de los acusados deberán responder y asumir sus culpas. Será entonces cuando la polémica habría de servir para librar de pecado toda manifestación de fe en la iglesia. De todos los cultos. Morada en cuyos recintos la palabra de Dios redime y cura las heridas. *Solicitación (Derecho canónico) delito cometido por el sacerdote católico aprovechándose de la intimidad de la confesión.