Uno que es el grupo de Bohuslan Big Band fue en el Centro de Convenciones de Ciudad del Saber
En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
Las fiestas de Navidad y Año Nuevo siempre son las de mayor movimiento comercial en el país, el shopping o irse de compras es algo que forma parte de nuestras vidas, y no es criticable cuando se hace un consumo responsable. Sin embargo, vivimos en una sociedad en donde reina el consumismo y en la que para ser feliz hay que tener cosas, cambiarlas, no solo cuando se dañan, sino que hay que renovarlas porque todo el mundo lo hace, “por lo que ya las cosas no se compran para toda la vida” (Matos), y esto abarca desde la economía y el empleo, la vida humana y el medio ambiente. Es, pues, una cultura del descarte, de tirar y reemplazar, de desechar cosas, en la que el consumidor es seducido por la publicidad y las redes sociales, que vende felicidad y promete bienestar, y un deseo desmesurado de tener posesiones, “que no tiene fronteras”, en esta revolución consumista (Baumann, Posadas,2013).
Lo lamentable es que esa cultura de descarte, de indiferencia y de caducidad también se aplique a las personas, afectando su dignidad humana, cuando se valoran por razones de productividad, de ventajas, beneficios, de utilidad, o por lo que tienen, hacen o son, como un medio para conseguir algo o a alguien, y luego se descartan.
De este modo, afirma el papa Francisco, que la cultura del descarte “es una cultura de exclusión que se aplica a todo aquel que no está en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”, que excluye “desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios”. Así se afectan directamente las personas frágiles (pobres, ancianos, enfermos, jóvenes, moribundos), las familias, y todo es temporal, nadie es imprescindible, todo es reemplazable para descartar a categorías de personas porque no se ajustan a la cultura imperante, o simplemente “si no sirves para la producción eres dejado atrás” (Bello). Además, agrega el papa Francisco que las personas mayores sufren de esta exclusión al ser desechados como si “fueran zapatos viejos“ cuando, en realidad, representan una fuente de sabiduría. Y, en la misma línea, a propósito de las relaciones de pareja, esa ideología del descarte es perfectamente aplicable tanto a hombres como a mujeres que son considerados basura, cuando son abandonados por su pareja, porque no aportan cosas materiales o dinero o ya no tienen ninguna utilidad. Así tenemos hombres desechables que sufren el abandono de sus mujeres por razones de salud, un derrame cerebral o estar impedidos físicamente para el trabajo. También, hay mujeres que son abandonadas luego de muchos años de matrimonio por su marido, médico, abogado, catedrático u otro, para irse con su amante, estudiante, cliente o socia, situación que la convierte en un objeto descartable, incluyendo sus hijos, pero las mujeres lo superan porque tienen fe en Dios, o como afirma Shakira, “las mujeres ya no lloran, sino que facturan”. Y tendríamos que preguntarnos: ¿somos imprescindibles y reemplazables?
Hay una frase en el mundo de los negocios que dice que “nadie es indispensable y todos somos reemplazables”, dado que, en general, “las personas se ven como recursos sustituibles”, aunque sean personas útiles y necesarias en su trabajo diario (Tirado, 2019), así, valga mencionar, que cuando fallece un compañero de trabajo o renuncia, la empresa ya tiene alguien para ocupar su puesto por razones de continuidad. Y esa idea de que nadie es imprescindible viene de una expresión popular: “a rey muerto, rey puesto”, asociada a Felipe V, El Animoso que, durante la Guerra de Sucesión Española, en los primeros años del siglo XVIII, quiso luchar y sus soldados le recriminaron que no debía arriesgar su vida siendo el rey. Uno de sus hombres le rogó que se pusiera a cubierto, a lo que el rey respondió: “Si el rey muere, otro habrá. A rey muerto, rey puesto” (Paredero,2022), por tanto, no hay tiempo para lamentaciones, alguien tiene que ocupar el puesto en la línea dinástica.
En conclusión, la ideología de la cultura del descarte que coloca como cosas y basura a las personas como seres descartables, provocándoles daños irreparables, es inaceptable porque deshumaniza. Todos somos necesarios y cada persona es única e irremplazable, y no podemos ignorar el valor intangible de la vida humana, su dignidad, ni mucho menos olvidar los deberes de fraternidad y solidaridad humana que tenemos hacia las personas más frágiles de la sociedad.