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- 21/12/2014 01:00
Paternalismo y poder
El mal llamado bono navideño de veinticinco mil dólares otorgado a cada diputado para repartir en sus comunidades, ha reavivado el debate sobre el mal del paternalismo y el rol natural de la Asamblea Nacional. Es difícil tomar en serio a quien critica la compra de conciencias hecha mediante repartición de jamones, si luego hace lo mismo repartiendo efectivo en vez de jamones. El argumento de que el bono se repartió por igual y en forma transparente, pretende que olvidemos que lo que está podrido no deja de estarlo al rociarle perfume.
Prácticas paternalistas como la repartición de jamones, bonos o cualquier otra forma de dádiva, degrada especialmente a los receptores de dichos obsequios. El ciudadano deviene un mero súbdito cuando así vende su conciencia. Pero el político logra con ello gran ventaja sobre sus adversarios, pues se vende a sí mismo como el gran benefactor que más ama a los pobres. El incentivo del político es el de promoverse, y si gran parte del electorado está dispuesto a vender su conciencia, los políticos tenderán siempre a ofrecer beneficios a la población con tal de lograr esa promoción. Los regalos son a cargo del erario, por supuesto, que va así dilapidándose.
Por lo anterior, nos equivocamos si creemos que el problema es uno de personas. El problema es uno de incentivos. El diputado es un político. Y para entender las acciones de los políticos, primero debemos saber qué los mueve. Y lo que mueve a los políticos, aquí y en todas partes, es primero el deseo de llegar al poder, y luego que lo han alcanzado, mantenerse en él. Todo lo que un político hace o deja de hacer, pasa por el cálculo de lo que él cree conveniente para sus perspectivas de mantenerse en el poder. Para un diputado, eso pasa por ganar elecciones. En democracia representativa, pasa siempre tarde o temprano que los políticos se dan cuenta que pueden lograr el voto de muchos, repartiendo el erario y dilapidando los recursos que en teoría son de todos.
Recordemos la advertencia de Lord Acton: el poder tiende a corromper. Ya escucho críticos replicar que el poder no corrompe a nadie, sino que solo desenmascara. Cuidado, porque la carne es débil y, sin negar que hay personas con sólida entereza ética capaces de resistir muchas tentaciones del poder, es ingenuo pensar que las estructuras de una república pueden depender simplemente de elegir a las personas adecuadas para los cargos públicos. Si realmente creyésemos esto posible, no se habría inventado la república ni mucho menos sus complejos mecanismos de controles y contrapesos al poder, contrapesos que están allí precisamente porque partimos de la premisa de que los gobiernos no están conformados por ángeles.
¿Cómo poner el cascabel al gato? El problema no es tanto a quiénes elegimos. Los incentivos de los políticos son y serán siempre los mismos, y una vez lleguen al poder la tendencia es que serán corrompidos por él. La raíz está en que les damos demasiado poder para que lo abusen. Es el excesivo poder del Estado, concentrado especialmente en el Ejecutivo que parte, reparte y se queda con la mejor parte. La perversión del Legislativo viene por añadidura.
Tenemos que rechazar la idea de que el Gobierno está para repartir el erario en regalos, subsidios y programas asistenciales que en realidad son formas mal disfrazadas de paternalismo. El abuso descarado del poder por el Gobierno anterior, fue posible precisamente por las excesivas facultades que tiene el Ejecutivo en otorgar dádivas y con ello comprar conciencias, tanto de diputados como de ciudadanos.
ABOGADO