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- 06/01/2021 00:00
¿Dónde estamos, a dónde vamos?
EL COMPROMISO CORDIAL
La obligante invitación de la Junta Directiva para que participara en esta memorable reunión de transmisión de mando, como orador de fondo, fue una orden para mí. Y no podría ser de otra manera. Porque en APEDE de Azuero me siento en casa; porque APEDE es mi casa, donde la sinceridad, el afecto y el respeto, características de los hombre de esta tierra, son reafirmación de hidalguía alentadora.
Aquí se me ha brindado, repetidas veces, el honor de esta tribuna prestigiada y prestigiosa, algunas veces para hacer recuerdo de la fundación de este pujante capitulo para exaltar la historia de nuestro esfuerzo cívico, para hacer recuento del progreso de esta región esforzada; otras para ofrecer el modesto aporte efectivo a sus iniciativas, para discutir problemas nacionales de importancia, para sumarme a sus hechos y esfuerzos, y también para recibir reconocimiento cálido, en momentos inolvidables, como recobrar fuerzas o restañar heridas en el pesar.
Es el compromiso con la patria chica, la respuesta al llamado fraternal, el orgullo de ser interiorano, lo que no me permite declinar esta distinción, por encima de otras obligaciones.
He acudido esta vez acongojado, con la mirada fija en el destino incierto de la patria, abrumado por la gravedad del momento que vivimos, resuelto a encontrar en la solidaridad, ante la preocupación o el dolor, la perspectiva, la sencillez del hombre cuya inspiración diaria en el trabajo honesto no le permite ni el odio ni la desesperación; encontrar la disposición, sin claudicaciones, para la paz, el bienestar, armonía nacional.
Y no es tarea fácil, ante el complejo panorama de intereses particulares internos y externos que prevalecen sobre el objetivo común. Hay signos que desalientan; hay señales que desconciertan, hay acciones que generan repudio a la vez que aprehensión. Al sentir la angustia del extenso y profundo deterioro general, que a todos alcanza, el panameño se pregunta, a donde vamos?Sin vislumbrar por el momento indicios de una real voluntad de entendimiento y recuperación.
El agudo trance que encara el país no vino sorpresivamente .
Desde el punto de vista económico, hace ya varios años, profesionales responsables, venían señalando el debilitamiento de nuestro tradicional modelo económico: el lento crecimiento industrial, el creciente nivel de desempleo, estructura deficiente en la distribución del ingreso, excesiva concentración de la actividad económica en el área canalera, la vulnerabilidad de nuestra economía ante la alta dependencia financiera internacional.
Las finanzas publicas son afectadas por desproporcionados y crónicos déficit fiscales que han alcanzado mas del 11% del producto interno bruto, apoyados en el endeudamiento.
Por otra parte, es realidad histórica y no concepto subversivo, que a los gobiernos de fuerza o que se extienden más allá de lo prudente o aceptable legalmente, se desgastan inevitablemente, y con ellos la economía y el nivel de vida.
En Panamá, ese agotamiento gubernamental no tiene sólo causa externa de hostigamiento y oposición, si no también internas de disensión, sublevación. Algunas de estas, protagonizadas por las elevadas jerarquías, han ocasionado irreparables daños a la competencia y moral en el ejercicio del poder, y en la confianza y apoyo ciudadano. Y han generado reprensión y castigo debilitando, de manera peligrosa, la cohesión y protección de quien tiene el encargo del orden y la seguridad.
Las sanciones, medidas o restricciones norteamericanas, desleales y erróneamente concebidas, injustamente aplicadas, ilegalmente diseñadas, no han sido menos importantes en esta crisis. El amplio espectro de sus estragos no puede solo medirse en términos de dinero retenido de intereses devengados, de constreñimiento fiscal producido, sino también, y con mayor rigor y desafuero, por ansiedad, sufrimiento, los múltiples perjuicios ocasionados a decenas de miles de trabajadores inocentes atrapados en medio de querellas que encienden desagrado, resentimiento y estupor. Más aun, la pérdida de imagen y de oportunidades para el país, el retraso inevitable en muchos órdenes, y lo que es peor aún, que no ha comenzado a dirimirse, pero que tendrá que hacerse con la mayor severidad y rectitud, es la devolución honesta y respetuosa de fondos que, pertenecen a todos los panameños, y que como los que se producen y malgastan localmente, deben tener objetivos superiores de bienestar nacional.
El inesperado cierre de los bancos de licencia general a partir del 4 de marzo de 1988 por nueve semanas, y la congelación de 3,174 millones de dólares, de los que aun quedan restringidos 1,620 millones en depósitos de ahorro y plazo fijo. El inmediato y creciente impacto en la concesión de créditos y en las transacciones bancarias fue demoledor.
Puedo agregar un penoso elemento a esta lista, seguramente incompleta, de lo que ha conducido a esta vicisitud sin precedente: la responsabilidad individual, que a conciencia, cobra cada cual por la participación ingenua o maliciosa, voluntaria o involuntaria, interesada o no, el largo camino del trastrocamiento moral e institucional de la república.
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