• 29/09/2024 23:00

No bastan las buenas intenciones

La educación ha sido a lo largo de nuestra vida republicana la gran niveladora social, donde de escuelas de excelencia como el Instituto Nacional, Fermín Naudeau, Abel Bravo, José Daniel Crespo, Pedro Pablo Sánchez, la Normal de Santiago, Félix Olivares y tantas otras, egresaron bachilleres que se convirtieron en profesionales exitosos y les permitieron continuar estudios en otras universidades, siendo reconocidos como científicos, historiadores, artistas y escritores.

En muchos casos, los graduandos de estos colegios superaban e igualaban a los egresados de los mejores colegios privados, como el Javier, La Salle y más tarde, el San Agustín. Habría que añadir a esta lista los de las escuelas técnicas, como el Instituto Técnico Don Bosco, la Escuela Profesional y el Instituto Nacional de Agricultura, en Divisa. Estas escuelas fueron en su momento de excelencia, y algunas mantienen su prestigio, mas todas necesitarán una revisión de sus métodos de enseñanza.

El país no puede seguir con un sistema educativo arcaico. No es posible aceptar el que algún niño abandone el sexto grado sin saber leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir correctamente, para poder tener acceso a un conocimiento superior, tanto en las ciencias como en las humanidades.

La aparición de nuevas tecnologías obliga a replantearse todo el proceso educativo, lo que incluye el acceso y el uso adecuado de la internet para adquirir nuevos conocimientos y conocer la actualidad científica, literaria y política del mundo moderno.

La entrega de miles de computadoras recién anunciada por la ministra de Educación ya tiene antecedentes en Panamá, sin que nunca se hayan medido los resultados de estas primeras entregas, de manera que sepamos si sirvieron al propósito de facilitar el acceso a los conocimientos requeridos.

Y vuelve a replantearse la necesidad de entender que las políticas públicas no pueden ser meras improvisaciones, aunque provengan de las mejores intenciones y genuinos intereses de resolver problemas, como es el caso de si es o no conveniente repartir miles de computadoras sin haber hecho estudios previos de quienes las necesitan y pueden utilizarlas.

Durante más de 10 años recorrí todo el país, por caminos casi intransitables en áreas rurales de difícil acceso tanto de Veraguas, Chiriquí y, sobre todo, de la comarca Ngäbe Buglé y visité infinidad de escuelas. Los hallazgos no podían ser más desalentadores: sin acceso al agua potable, con letrinas infectas que daban horror por el mal olor y la falta de higiene, con edificaciones en muy mal estado y sin electricidad. A la mayoría de estas escuelas llegaban diariamente miles de niños cruzando caudalosos ríos, bajando por caminos enlodados y peligrosos, sin haber desayunado y con la esperanza de encontrar en su pobre escuela el vaso de crema, la galleta nutricional y un almuerzo elemental, que consistía en arroz, menestra, plátanos y algún aporte de proteína, como huevo, salchicha y algún trozo de pollo.

Este último programa que llevaba a cabo, en ese tiempo, el Ministerio de Educación se deshizo cuando la ministra, que ahora propone repartir computadoras, eliminó este magro almuerzo y lo sustituyó por comida deshidratada, traída de Brasil, que los niños rechazaron por su textura y sabor, tan alejados de nuestras propias costumbres alimenticias.

Las maestras y maestros que atienden estas zonas también viven en situaciones precarias en un salón de clases habilitado como dormitorio, duermen en catres y si hay docentes de ambos sexos, están separados por una improvisada cortina; ellos tampoco tienen acceso a agua potable ni servicios higiénicos para atender sus propias necesidades.

¿Queremos hablar de las escuelas rancho? Pues, hablemos. ¿Por qué proliferan estas escuelas que no son más que chozas improvisadas? Van apareciendo por aquí y por allá y cuando un gobierno dice haberlas eliminado, reaparecen en otro sitio. Para responder hay que plantearse cómo se formulan los programas y las políticas públicas que pueden aplicarse en estas zonas, las que muy pocos políticos conocen.

No, no se puede legislar, no se puede gobernar, sin saber qué requieren y qué esperan los habitantes de estas regiones más pobres y apartadas, con la incorporación de las comunidades para conocer sus necesidades y esperanzas.

Hay que saber de los movimientos migratorios internos de familias que se trasladan para trabajar un pedazo de tierra; estos desplazamientos impiden ofrecer servicios de calidad a grupos humanos que no se han integrado para vivir en un poblado más o menos numeroso, sino que habitan a largas distancias unos de otros y, a veces, a varios kilómetros de donde podrían tener acceso a los servicios de educación y salud. Hay que preguntar desde este Panamá profundo y pobre quiénes, cómo y dónde podrán hacer buen uso de estas computadoras cuando se requiere de algo más que buenas intenciones.

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