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- 24/03/2018 01:03
My Lai y la banalidad del mal
La Masacre de My Lai, perpetrada en la Guerra de Vietnam, cumplió este mes 50 años. Un grupo de soldados estadounidenses atacó y mató a cientos de civiles, incluyendo mujeres, niños y ancianos en la villa de My Lai, Vietnam del Sur. No todos los soldados de la compañía participaron activamente, pero los que no participaron de la matanza tampoco hicieron nada para impedirla.
Fue la tripulación de un helicóptero que patrullaba por la zona la que intervino y evitó que continuara la masacre. El piloto Hugh Thompson aterrizó la aeronave para ofrecer apoyo. Cuando interactuó con soldados de tierra entendió lo que estaba pasando. Thompson conversó con algunos de los oficiales, entre ellos el teniente segundo William Calley, quien le dijo que no podía hacer nada porque solo estaba siguiendo órdenes. Thompson entonces inició junto con sus compañeros de tripulación, una labor de evacuación aérea en la que lograron salvar las vidas de decenas de civiles.
Al llegar a su base, Thompson reportó al superior a cargo de su compañía lo que acababa de ver. Comenzó entonces una labor sistemática de encubrimiento de parte de múltiples eslabones en la cadena de mando. No obstante, hubo suficientes oficiales decentes para iniciar una investigación seria sobre lo relatado por Thompson. La investigación llevó a la imputación de cargos, dos años y medio después, contra 14 oficiales, incluido el general de brigada Samuel Koster por encubrimiento de los hechos. Pero el esfuerzo de encubrimiento no había terminado. Varios congresistas y el propio presidente Nixon trataron de desacreditar el caso, incluso llegando a presionar a testigos clave para que se abstuvieran de declarar. Al final solo el teniente William Calley fue condenado.
Pero lo curioso es que aún luego de que los hechos salieran a la luz, para gran parte de la opinión pública del pueblo estadounidense el teniente Calley seguía siendo el héroe, y el oficial Thompson el traidor. Hasta hubo una canción titulada ‘Battle Hymn of Lt. Calley' (Himno de Batalla del teniente Calley), escrita por Julian Simon y James Smith, grabada y lanzada justo después de la condena en 1971 del teniente Calley por sus crímenes de guerra en My Lai. La canción es una apología del teniente Calley y lo presenta como un soldado que estaba luchando por su patria y fue traicionado desde más arriba. La canción llegó a la posición No. 37 en el Top 40 de los Estados Unidos, lo que dice bastante sobre la postura asumida por gran parte de la sociedad norteamericana en su momento.
El hecho de que tantos oficiales, políticos, congresistas y hasta el propio presidente Nixon trataran de suprimir la verdad y acosar a los testigos que podían señalar a los acusados de tan horrendos crímenes de guerra, no es caso único en la historia. La actitud de gran parte de la población estadounidense, en sentido de poner el nacionalismo por encima del más elemental sentido de justicia humana, tampoco. Algo similar, en mayor escala, ocurrió con los horrendos crímenes de los nazis en Alemania, en que tomaron parte muchas personas normales. Somos muy dados a pensar que estos crímenes solo son cometidos por psicópatas, megalómanos y personas con graves patologías o trastornos de personalidad, pero casos como el de My Lai refutan claramente esa idea. La espeluznante realidad es que dadas determinadas circunstancias, gran parte de la población es bastante capaz de cometer atrocidades, ya sea de forma directa o en calidad de colaboradores.
Esta facilidad con la que personas normales pueden llegar a participar en graves crímenes contra personas indefensas, especialmente cuando aquellas son un eslabón más en una cadena de mando o se sienten parte de una tribu (como las moldeadas por los nacionalismos o las sectas religiosas, ideológicas o políticas), es lo que Hannah Arendt observó y denominó ‘la banalidad del mal', y desnuda la falsedad del romanticismo que subyace a la idea del noble salvaje, esa idea tan popular de que el ser humano es bueno e inocente por naturaleza. Y no es que sea malo, sino que es naturalmente amoral. Es la civilización con sus instituciones como sistemas de límites a la conducta humana, la que puede domar ese espíritu salvaje. Instituciones como la protección de la vida y dignidad de toda persona, sin distingo de color de piel, nacionalidad o religión.
ABOGADO