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- 19/06/2024 23:00
Morir con dignidad, ¿es eso posible?
¿Qué significan en el marco lingüístico corriente o cotidiano el verbo intransitivo “morir”, los nombres comunes femeninos “muerte” y “dignidad”, y el adjetivo “digno”? Si se parte del supuesto de que en un diccionario se registran los usos que una determinada comunidad de hablantes hace de las palabras, entonces - siguiendo al diccionario de la lengua española (versión en línea, actualización de 2023)- “morir” significa “llegar al término de la vida”; puede, también, ser usado como pronominal expresivo, como ocurre en, “morir de amor”, “morir de pena”, etc.
Por su parte, “muerte” significa “cesación o término de la vida”, aunque también puede usarse como sinónimo de aniquilación, destrucción o ruina, como cuando se dice, “la muerte del imperio Otomano”.
Por otro lado, “dignidad” se refiere a la “cualidad de digno” y “digno” significa “merecedor de algo”, “correspondiente, proporcionado al mérito de alguien o algo”, “que tiene dignidad o se comporta con ella”.
Visto fenoménicamente, morir (la muerte) es parte de un proceso. Dicho proceso está caracterizado por una serie de eventos biológicos y temporalmente determinables, en el caso de humanos: fecundación de óvulo por un espermatozoide, desarrollo del feto, nacimiento, crecimiento y desarrollo del individuo nacido, muerte; esto desde luego, no siempre ocurre así (aborto provocado o no, muerte infantil, etc.).
Mientras que “morir” y “muerte” cumplen una función referencial, expresan el hecho de que la vida de alguien ha terminado, “digno” y “dignidad” son calificativos, y - como tal - apuntan más bien a lo que es moralmente aceptable.
En el primer capítulo de la famosa serie Dr. House, la paciente Rebecca Adler se resiste a someterse a un nuevo tratamiento para combatir el problema que padece, tras haberse sometido a varios de manera infructuosa. “Todo lo que quiero es morir con dignidad”, espeta, a lo que el célebre doctor responde con un categórico: “morir con dignidad no es posible”.
De acuerdo con su argumento, el funcionamiento de los organismos fallan en distintos momentos (en estado fetal, al momento de nacer, luego de tres semanas de nacido, etc.), por diversas causas, en algunos casos sobreviene la muerte inmediatamente, en otros no. Pero, en ningún caso, la muerte es (in)digna, es simplemente algo que acaece, no es algo cuyo merecimiento se puede determinar. Morir con dignidad, por lo tanto, no es posible. ¿Qué sentido tiene, entonces, la eutanasia?
Vivir es costoso, supone - por un lado - disponer de recursos escasos (energía, dinero, etc.), invertir en la adquisición de bienes y servicios (atención médica, medicamentos, alimentación, cuidado, etc.) onerosos; supone, también, un retorno: la satisfacción subjetiva, bienestar (psíquico - físico) que se obtiene como consecuencia de dicha inversión. El estado óptimo de esa relación implica que la satisfacción subjetiva sea mayor que el costo / inversión realizada, o - al menos - que la satisfacción - bienestar no sea negativa. A un paciente en estado terminal puede parecerle que los gastos en los que incurre (la inversión realizada) tiene un retorno negativo en términos de bienestar - satisfacción, pues objetivamente su condición no mejorará, y su deterioro será cada vez mayor. En un escenario así, tal vez se debería reconocer la posibilidad de que el paciente solicite formalmente terminar con su vida, sin que ello suponga un castigo para quienes (médicos, enfermeras, etc.) intervengan. Esto en Panamá no es posible, por ahora.
Vista de este modo, la eutanasia no tendría las connotaciones que habitualmente le imputamos: dignidad, bondad, piedad, etc. Más bien tiene como base la percepción subjetiva del paciente de que la relación costo - bienestar no satisface sus expectativas y supone un “precio” que, simplemente, no está dispuesto a asumir.
Posiblemente ver este tema desde la perspectiva costo - beneficio sea excesivamente materialista para la mayoría de las personas, y, por lo tanto, inaceptable. Sin embargo, pienso que tiene algunas consecuencias importantes que pueden ser discutidas. En primer lugar, implica entender el proceso vital de manera naturalizada; en segundo lugar, implica poner en perspectiva el derecho a la vida (¿derecho a la vida, en qué condiciones?); en tercer lugar, pone sobre la palestra el tema de la autonomía y el límite del Estado con respecto a las decisiones individuales; redimensiona la relación médico - paciente y, por último, plantea la cuestión de la racionalidad de la acción en casos límites.