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- 27/10/2019 00:00
'Los miserables'
Victor Hugo escribió en “Los miserables”, “A los que ignoran, enseñadles todo lo que podáis; la sociedad es culpable de no dar enseñanza gratis: es responsable de la noche que produce. Estas almas están llenas de sombras, y allí se comete el pecado. El culpable no es quien ha cometido el pecado, sino aquel que ha hecho la sombra”.
El debate ideológico en estos momentos gira alrededor de la “sombra” que está desatando el conflicto social en que están sumidos varios países en América Latina. El análisis es complejo, pero es importante aportar al debate para encontrar una solución, antes de que sea demasiado tarde.
La primera ola de la globalización data al siglo XIX, hasta 1914. La segunda, termina en 1989, con la caída del muro de Berlín, y la tercera está en una fase de transición hacia la cuarta. La tercera es un proceso que estuvo motivado en parte por la necesidad de ampliar los mercados y mejorar las ganancias de las empresas. Se nos vendió la idea de que la globalización terminaría con la pobreza, pues a través del crecimiento irrestricto del intercambio comercial, todos iban a ganar más.
En su libro “El fin de la pobreza” (2006), Jeffrey Sachs trataba de ofrecer fórmulas para reducir la diferencia entre países ricos y pobres, y criticaba las teorías de desarrollo y las políticas neoliberales del Banco Mundial y del FMI, pero mantenía su optimismo de que eliminando las barreras comerciales se podía terminar la pobreza.
En el año 2007, Robert B. Zoellick, entonces presidente del Banco Mundial, dijo en su discurso que tituló “Por una globalización inclusiva y sostenible”, que, a pesar de todos los logros que había tenido la globalización en materia de crecimiento económico, si no se actuaba de manera urgente en lograr una mayor inclusión, el progreso no iba a ser sostenible.
El hecho es que el éxito de la globalización, como la conocemos, se sustenta sobre el desequilibrio económico y social. Para que unos crezcan, lo deben hacer a costas de otros. Pero, adicionalmente, la globalización como proyecto económico está incompleto, pues mientras progresamos en la integración comercial, postergamos la integración política y la homologación fiscal y monetaria. Hubo intentos de integración transversal con éxito matizado, como la Unión Europea, pero el resto del mundo siguió indiferente.
Mientras existan diferencias abismales entre regímenes políticos y fiscales, los flujos de capital seguirán buscando refugio del pago de impuestos. Este es uno de los problemas fundamentales del modelo. Otro problema es que las métricas tradicionales que se utilizan para medir el desempeño de los países no han evolucionado y solo se concentran en el crecimiento económico. De ahí que algunos países se muestren como verdaderos ejemplos u “oasis” económicos, aunque estén en medio de una olla de presión de descontento social que se ignora hasta que estalla.
El profesor Michael Porter, creador de las teorías sobre competitividad de las naciones y de estrategia empresarial, a partir de 2015 enfocó buena parte de su investigación en el “Índice de desarrollo social de las naciones”. Su investigación parte de la premisa de que el crecimiento económico sin desarrollo social es insostenible.
Lo que ocurre en estos momentos alrededor del mundo no es más que la crónica de una muerte anunciada. Posterior a la crisis financiera de 2008, el mundo empresarial adoptó medidas que buscaban mejorar la “gobernanza”, y paralelamente se promovió la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), como forma de ofrecer algún tipo de aporte a las comunidades. La realidad ha demostrado que esas medidas no fueron suficientes; el problema no solo persiste, sino que ha empeorado.
Aunque no vivamos en la Francia del siglo XIX, la interconexión y carácter viral del mundo moderno son factores agravantes. No nos dejemos cegar por los avances tecnológicos y por las grandes infraestructuras, ya que la fórmula de Victor Hugo tiene más vigencia que nunca: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.
Los líderes de los movimientos de indignados no tienen nada que perder. Para ellos, su valentía les produce oportunidades que nunca tendrían de otra forma. Si todavía existe algo de esperanza en recuperar la estabilidad y lograr una sociedad sostenible, es responsabilidad de los gobernantes y del poder económico eliminar las sombras que generan la ignorancia y la exclusión. De lo contrario, un día nos despertaremos para descubrir que “Los miserables” somos todos.