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- 29/08/2021 00:00
Una mirada crítica, pero real
En ocasiones escribimos sobre el Estado fallido, el desgaste institucional, la corrupción rampante y la crisis de confianza que se vive en el país. Y algunos sienten molestia, y nos catalogan de pesimistas.
Nuestro argumento es simple y real: mientras no se identifique un tema país y se defina un plan de desarrollo a largo plazo, Panamá nunca va a mejorar. La gente requiere de un norte claro, no de planes quinquenales politiqueros que sirven de nada. Aquí debemos estar todos enfocados y alineados para alcanzar los mejores objetivos y aprovechar las máximas oportunidades que tiene el país.
Actualmente, se está frente a la expectativa de lo que se decida en una mesa de diálogo, usualmente una instancia de pérdida de tiempo y cero logros. Tomemos la educación como ejemplo, un tema que siempre está en mesas, pero nunca se resuelve. Incluso fue prometida en campaña como una estrella del Gobierno actual y señalada como una sexta frontera, sin siquiera haberse planteado como una estrategia de Estado. Para tener una educación de calidad mundial, lo primero es subir la vara a los maestros, reinventar el modelo gastado y crear más competencia en el sector que, por décadas, ha sido incapaz de modernizarse y hoy es penúltimo en las pruebas PISA de más de ciento ochenta países.
Una educación de clase mundial no se promete, se planea. Y para eso, lo primero es eliminar la burocracia que asfixia al sector. Son las trabas y los aumentos injustificados de salario los que impiden el avance. Es inconcebible que, en medio de tiempos modernos, aquí los maestros y dirigentes utilicen todavía métodos antiguos, lo cual nos saca de competitividad y productividad. Igualmente, cuando los maestros y dirigentes reciben salarios sin tomar en cuenta rendimientos, no hay forma de que la educación avance. Con un código de trabajo y leyes especiales que premian la vagancia y la ineficiencia, nunca vamos a mejorar.
Todo esto, además, afecta otra realidad y es que nuestra seguridad jurídica, criterio fundamental para el crecimiento y desarrollo del país, está muy cuestionada. Son innumerables los casos en los que el Estado de derecho luce más como un concepto de lectura en libros que en la práctica. Decenas de contratos y concesiones, como Campos de Pesé, Barro Blanco, tiendas de “duty free” en Tocumen, Centro Figali, minas y construcciones de obras públicas, han sido cancelados o reformados por caprichos de los Gobiernos o grupos de interés.
Y es precisamente por estos intereses que al final la sociedad y el país se ven afectados. Por un lado, los empresarios piden disminución de subsidios que benefician a la población más desfavorecida, cuando son ellos los que sacan provecho de un alto porcentaje de incentivos, algunos mal manejados, como los certificados de abono tributario en décadas pasadas. También los trabajadores, que enarbolan la lucha contra la corrupción, cuando miembros de sus mismas agrupaciones participan en actos irregulares en componenda con políticos y funcionarios. Y, además, el propio Gobierno que publica listas de morosos de la Caja del Seguro Social, cuando son las mismas entidades públicas las más atrasadas y no cumplen con el pago de la cuota obrero-patronal.
Es evidente que son bastantes los argumentos para sentir pesimismo. Cada vez hay menos rendición de cuentas, menos transparencia, menos planificación, más corrupción y más tráfico de influencia en el manejo de la cosa pública. Estamos preocupados porque cada vez vemos menos decencia y más inmoralidad en la creación de leyes y el desempeño de cargos públicos.
Y todo esto se agrava aún más por una deficiencia en la política comunicacional del Estado. Las personas seleccionadas para dirigir esta área desconocen las técnicas de los nuevos tiempos, sobre todo el uso de las redes sociales. Las cabezas de la comunicación están formadas a las viejas usanzas y utilizan métodos pocos efectivos ante la nueva realidad que vive el mundo. Con frecuencia, las crisis que existen en el país han nacido o han sido provocadas en las redes, y no se han podido contener adecuadamente. Mucho menos resolver.
Y así, una crisis tras otra, llegamos a donde estamos, sin que exista un plan nacional de desarrollo ni la esperanza de que el futuro será mejor que el presente. Posiblemente algunos resienten esta mirada crítica, pero es la verdad. Panamá está así, cada día peor, y de seguir por este camino, por mucho que afinemos la pluma y escribamos cosas optimistas, su gente sentirá menos confianza y tendrá pronósticos más reservados.