• 12/06/2010 02:00

Medicina y eticidad

En nuestra contemporaneidad parece estar acabándose el tiempo (y el espacio se reduce) para que el hombre pueda recuperar, sin grandes p...

En nuestra contemporaneidad parece estar acabándose el tiempo (y el espacio se reduce) para que el hombre pueda recuperar, sin grandes problemas y sin inhumanos obstáculos, la salud perdida. Enfermar se ha convertido, hoy, en un inmenso problema, debido a que el proceso de recuperar la salud se ha vuelto angustiosamente dificultoso y costoso (en particular para las clases media y baja); tanto que no pocas veces tales dificultades y complicaciones terminan por agravar la misma enfermedad primaria, y hasta llegan a producir más (nueva) enfermedad. Son sociedades enfermas generadoras de enfermedad. (Parece ser que al mismo tiempo está expandiéndose el espacio para enfermarnos).

Es evidente que la recuperación de la salud (sin excluir la promoción y el mantenimiento de la misma) ya no parece depender exclusivamente del médico: de su buen diagnóstico clínico, y del seguro tratamiento prescrito (consistente en medicamentos sencillos, eficaces y económicos; junto con la palabra buena de ese buen médico clínico), tal como ocurría, de una manera sobresaliente, y muy evidente (ahora no tanto), hace algunas décadas.

Hoy, el hecho de buscar la salud frente a una enfermedad se ha convertido en un lujo que muy pocos pueden, cómodamente, pagar: la atención médica institucional se ha hecho difícil (en unos espacios) y se ha encarecido inmisericordemente (en esos mismos espacios).

Una oscura oferta para una demanda, para una ‘clientela’ en situación de necesidad extrema (del medicamento). Una oferta que pone los precios de un modo unilateral y muchas veces abusivo, frente al hombre enfermo; hombre situado, como bien se ve, en un como espacio (riesgo) oscuro y muchas veces mortal. Y, por su parte, también las malas administraciones públicas y ‘autónomas’ enferman. Ausencia de caridad y misericordia. Pero en el buen presente hay buenos augurios de bien, verdad y justicia.

Ernest Gruemberg, un psiquiatra epidemiólogo, ha dicho (1968), que en nuestro tiempo: ‘La enfermedad está en función indirecta con respecto al salario familiar; en tanto que la atención médica que se recibe está en función directa de ese salario’.

Cada vez nos morimos menos (bajan las tasas de mortalidad); pero cada vez nos enfermamos más (altas y crecientes cifras de morbilidad). Esto significa mal saneamiento ambiental y mala calidad de vida. La sociedad, enferma de inseguridades sin cuento, enferma al hombre. Inseguridad social y sanitaria, etcétera.

Los altísimos costos de la atención médica institucional y del medicamento, ponen un valladar casi insalvable para la clase media, particularmente (porque la clase pobre parece estar excluida de la misma, casi que definitivamente). Una estancia larga en una cama de hospital o una operación quirúrgica muy especializada (urgente) puede convertirse en una catástrofe económica.

El hombre de la clase media acude a los hospitales privados en su búsqueda angustiosa de buen y seguro servicio médico (opción casi inevitable de esa clase media, frente a la degradada atención médica integral que parece signar, en los últimos años, al Sistema Nacional (Público) de Salud, y al sistema de la Seguridad Social. Una alternativa de Atención Médica (costosísima), que termina empobreciendo a la clase media no empresarial, sobre todo, en muchas ocasiones. Los malhadados ‘deshumanismos’.

Y es evidente que el causante de este complejo fenómeno de inmisericorde encarecimiento de la atención médica, de la búsqueda de recuperación de la salud, no es el profesional de la medicina. Aunque, hoy, con malevolencia, al médico se le presenta desde los medios informativos, y ante la opinión pública, como el principal, o como el único culpable. No debemos olvidar que hoy, en una inmensa mayoría, los médicos ya no reciben honorarios, sino salarios.

No olvido que ciertos médicos se han dejado ganar por (pasan a acompañar) la complicada estructura impersonal de los seguros de vida privados, y de la atención médica institucional, tecnificada y ‘despersonalizante’: venida, casi siempre, de un capital transnacional y nacional sin alma. Recordemos que la Ciencia y las ciencias pueden ser humanizadas, y también la técnica y la tecnología. Busquemos esa humanización. La Eticidad. La humanización. Y no olvidemos que la clínica al lado del enfermo es lo eterno bueno de la Medicina.

El ejercicio clínico (el encuentro médico-paciente, ‘promocionante’ de la persona humana) y la palabra buena del buen médico (El buen medicamento por excelencia), son también lo eterno de la Medicina. Busquemos esa humanización, y esa permanencia. El médico no debe permitir que la máquina y las instituciones, arranquen de sus manos y de su corazón, el don inmenso de dar salud al hombre y a las sociedades del hombre. Expropiación de la salud y de la medicina. Ausencia de Humanismos, y más.

La Ética es, sin lugar a dudas, lo repito, el principal órgano de supervivencia del hombre, y de las sociedades del hombre; de la Humanidad.

La Eticidad se alcanza, hoy, fundamentalmente y de modo más justo, desde las Humanidades, desde los Humanismos, y más; desde los ‘Sobrehumanismos’. Que el médico sea siempre un conocedor profundo de la Ciencia Médica, pero también de las Humanidades; de las Ciencias de la Naturaleza, y también de las Ciencias del Espíritu. Hoy ya no bastan, muchas veces, los Humanismos; se hacen necesarios los ‘Sobrehumanismos’. La medicina, aún al desencarnarse, no ha de quedar en huesos, sino en alma.

*ACADÉMICO NUMERARIO DE LA ACADEMIA PANAMEÑA DE LA LENGUA.

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