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- 26/08/2023 00:00
La magia de los apellidos tableños
Desde tiempos bíblicos, nació la necesidad de distinguir a las personas con un nombre, con un mote o apellido. Es por ello que Jesús le adjudicó un nombre diferente a cada apóstol.
Los historiadores sostienen que en China, la costumbre de llevar apellido surgió por el año 2850 a. C. En Europa, los primeros apellidos aparecieron en la Edad Media, cuando la burguesía comenzó a tener acceso a bienes inmuebles y fue necesario empezar a definir con mayor precisión a qué familia pertenecía cada cosa.
La RAE define la palabra apellido como “nombre de familia con que se distinguen las personas, sobrenombre o mote”. Tenemos claro, que el apellido complementa nuestro nombre y sirve, sobre todo, para diferenciarnos a las personas del mismo nombre u homónimas.
En los pueblos santeños, desconocemos realmente la historia de los nombres y apellidos “nativos”. A raíz de 1671, cuando el pirata Morgan atacó y destruyó la capital panameña (que conocemos como “Panamá la Vieja”), la mayoría de españoles pudientes salió en una vieja carabela, destartalada, lanzándose al océano Pacífico, llevando consigo el altar (en pedazos) de la iglesia de Santa Librada de aquella ciudad y su imagen. Su primera escala fue la isla de Taboga, pero por la proximidad a la ciudad y a los barcos piratas que deambulaban en la bahía de Panamá, decidieron continuar, bordeando la costa hasta la desembocadura del río Cubitá, en donde tampoco se sintieron seguros y acordaron continuar hasta que el destartalado barco “a gatas”, pudo llegar a la desembocadura del río Mensabé, ubicado en la misma península.
Allí en Mensabé, encontraron un grupo de pescadores, quienes, entre señas y su medio castellano, les indicaron la existencia de un pequeño villorrio formado por algunos pobladores parecidos a ellos, como a unas tres o cuatro leguas de allí, denominado Santa Cruz (por su veneración a la Cruz).
Según algunos historiadores, los españoles que llegaron muchísimo antes a esas tierras, fueron producto del naufragio de un barco lleno de prisioneros, cuya misión era participar en la conquista del Perú. Debido a las fuertes corrientes del océano Pacífico, los sobrevivientes aferrados a los restos de la nave nadaron hasta las playas de Mensabé, encontrando tierra adentro, refugio seguro de sus propios perseguidores y de los piratas que infestaban aquellas aguas.
Por las razones expuestas, es lógico suponer que las familias recién llegadas se fueron radicando en el villorrio de la Santa Cruz y sus alrededores y, según nos cuentan, con las tablas del galeón, fueron dándole fisonomía de pueblo a lo que hoy es la pujante ciudad de Las Tablas (esta es una de las teorías más aceptadas con respecto a su origen y nombre).
Llegaron los De Barahona, González, Barrios, Batista, Tejada, Córdoba, Medina, Castillo, Mora, López, Amaya, Cedeño, Carrasco, Urriola, Vidal, Broce, García, Quintero y tantos otros, cuyos descendientes fundaron y habitan nuestro distrito.
Precisamente, y como ejemplo de lo expuesto, me voy a referir a la familia de don CRENDIGECIO ESPINO, español de origen judío sefardita, quien llegó a las costas de Mensabé, en aquel casi inservible barco español en 1671 y cuya historia hemos tratado de pergeñar en este breve artículo. Fundador de la familia Espino en Panamá, con sus tres hijos, Tadeo, Ignacio y Juan.
Don Crendigecio Espino era arquitecto de profesión y en Las Tablas, se le atribuye la construcción de la iglesia de Santa Librada. Su hijo Ignacio, se trasladó a las llanuras de Guararé, con su hijo Pío Espino y García; todo parece indicar que él y su descendencia fueron los primeros Espino de Guararé. Tadeo, sólo tuvo dos hijos y Juan Espino Presbítero con su prole, se radicaron en Guararé Arriba.
En la tercera generación de los Espino, aparece el 18 de septiembre de 1880, don Moisés Espino Espino, hijo de Manuel de Jesús Espino Velásquez y doña Clara Espino.
Don Moisés Espino, fue uno de los hombres más destacados de su época en el distrito de Las Tablas y procreó con distintas damas tableñas, 27 hijos, contribuyendo así con el censo en esta Región del Canajagua, que tanto lo requería a finales del siglo XIX e inicios del XX.
Como diputado de la República, gestionó y sustentó la Ley 55 del 30 de diciembre de 1914, durante el primer período de Gobierno del Dr. Belisario Porras Barahona, que creaba la provincia de Los Santos y por designación del propio presidente, don Moisés Espino se convierte en el primer gobernador de la provincia de Los Santos. El 10 de septiembre de 1915, don Moisés Espino junto al presidente Porras y a don Claudio Vásquez Villarreal, como alcalde del distrito tableño, inauguraron el muy popular parque Porras.
Detrás de cada apellido de nuestra pequeña región, que apenas cuenta con siete distritos; víctima de una constante migración, contamos con apellidos como el que nos ocupa, que han dado brillo y realce a nuestra “tierrita”, a la provincia de Los Santos y al país entero.