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- 01/08/2024 23:00
Maduro no aceptará y la salida no es electoral
Venezuela es una dictadura. Un régimen fuertemente armado que constantemente viola los derechos humanos de sus ciudadanos y obliga a millones a aceptar que lo negro es blanco y que los perdedores son ganadores. Para nadie es un secreto que Maduro se robó descaradamente las elecciones presidenciales de este pasado 28 de julio.
Una cuarta parte del mundo, observadores internacionales, y más de 10 millones de venezolanos - excepto el régimen y sus aliados internacionales - saben que Edmundo González ganó la elección con una gran diferencia. Edmundo, un exdiplomático de carrera, se unió a la política luego de que el dictador Maduro prohibiera a la líder opositora más impresionante de estos últimos tiempos en Venezuela, María Corina Machado, presentarse como candidata, inhabilitándola políticamente.
Las encuestas a boca de urna y los recuentos paralelos organizados por la oposición en la mayoría de centros de votación del país muestran que González ganó con más del 65% de los votos. Sin embargo, después de una demora sospechosa y un supuesto hackeo por parte de Macedonia del Norte —que ya Macedonia desmintió—, el Consejo Nacional Electoral, dirigido por los lacayos del régimen, anunció que Maduro resultaba ganador por un estrecho margen.
Maduro nunca ha sido un demócrata, y desde que llegó al poder hace 11 años lo ha demostrado en cada situación posible. Lo hizo en 2013 cuando se robó las elecciones, en 2016 cuando no permitió el referéndum revocatorio, en 2017 cuando tomó en cuenta el plebiscito, y consideró a la Asamblea Nacional —de mayoría opositora— en desacato, instalando una Asamblea Constituyente queriendo cambiar la constitución y creando así la mayor crisis institucional de Venezuela de todos los tiempos. Esta vez, el régimen inventó millones de votos con ayuda de los chinos para robarle la victoria a la oposición. Algo similar a lo que ocurrió en la República Democrática del Congo —uno de los países más pobres del mundo— en 2018 cuando la dictadura fabricó millones de votos para robarse la elección. La artimaña del Congo tuvo éxito. La de Maduro no debe tenerlo.
Pero esto no será fácil. Que esto suceda dependerá principalmente de nosotros, los venezolanos comunes. El robo es tan descarado que tenemos la obligación de negarnos a aceptarlo y hacer eco a la comunidad internacional para que ellos hagan lo mismo. Afortunadamente, han estallado protestas en todo el país, incluso en lugares que en algún momento fueron considerados bastiones del régimen chavista. Hasta ahora, más de una docena de personas han muerto, más de 100 personas han sido detenidas y 11 han sido secuestradas y desaparecidas, según denuncian organizaciones sin fines de lucro y el comando de campaña de María Corina Machado.
Tanto en Caracas, la capital, como en distintas ciudades del país, ha sido un estruendo de cacerolas y sartenes. Las multitudes han tumbado al menos seis estatuas del fallecido dictador Hugo Chávez, a quien Maduro sucedió en 2013 como líder de la llamada “revolución bolivariana” de temática socialista y autoritaria.
Los venezolanos estamos hartos de los estragos causados en nuestro país en un cuarto de siglo de este régimen autoritario. Primero bajo Hugo Chávez, que logró ocultar durante mucho tiempo la crisis debido a los altos precios del petróleo, que le permitían el derroche sin escrúpulos de dólares para financiar sus fallidos proyectos. Y luego bajo Nicolás Maduro, que ha causado una hiperinflación mayor a la de cualquier país que no está en guerra. En sus primeros ocho años, hasta 2021, la economía venezolana se contrajo drásticamente, la corrupción ha sido astronómica, los disidentes desaparecen, y una cuarta parte de la población (alrededor de siete millones de personas) ha tenido que huir.
Por desgracia, el ejército está bloqueando el cambio y será difícil lograr que abandone a Maduro. Será necesario convencer al alto mando, pero Maduro depende de la inteligencia cubana para mantener a los oficiales a raya. La oposición se ha esforzado por demostrar con detalles irrefutables que las elecciones fueron robadas. Pero esto no es suficiente, la oposición debería organizar manifestaciones aún más grandes. Muchos soldados de a pie, cuyas propias familias comparten las penurias actuales de los venezolanos, no son necesariamente leales al régimen.
El mundo exterior también puede hacer su parte, venezolanos o no. Sin datos electorales completos y creíbles, los países occidentales deberían rechazar de plano los falsos resultados entregados por el Consejo Nacional Electoral. El fracaso debería significar nuevas sanciones económicas y una persecución por parte de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. Occidente también debería aplicar sanciones individuales contra el círculo íntimo de Maduro, incluidos sus generales, lacayos y testaferros —conocidos coloquialmente como enchufados— cuyas familias viajan constantemente al extranjero y se hospedan en lugares donde la mayoría de los venezolanos jamás podrá hacerlo.
Aunque muchos no queramos esta opción, el mundo tiene una última cosa que ofrecer: una salida segura para Maduro y sus cómplices más cercanos, una vida cómoda en una playa cubana, o algún antiguo palacio de los zares rusos, posiblemente incluyendo inmunidad judicial. Eso indignaría a quienes queremos ver a Maduro tras las rejas, enfrentándose a la justicia en La Haya. Pero es un precio que vale la pena pagar para evitar el derramamiento de sangre y empezar a reconstruir Venezuela lo antes posible.