• 11/10/2024 00:00

Los múltiples desafíos de la creatividad literaria

Escribir obras de ficción (novela o cuento) es siempre indagar y descubrir o redescubrir. Poner en perspectiva, hacer balance, tratar de entender. Pero también es –cuando se trata de una auténtica obra literaria– crear y recrear...

Alguna vez comentó el gran escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984): “Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo”. El cuento, en particular, género literario del que Cortázar fue uno de los grandes maestros hispanoamericanos (véase “Casa tomada”, “La noche boca arriba” y “La Isla al mediodía”, entre otros excelentes), es un tipo de ficción que permite a su autor, mediante la síntesis y la pericia narrativa, establecer un nivel de comunicación emocional o intelectual con el lector.

Hacerlo de forma precisa y contundente, independientemente de cualquier estilo que la escritura ponga de manifiesto; y en algunos casos –privilegiados sin duda– de manera inolvidable. Así, el desafío permanente de la memoria, la súbita descarga de la intuición, la sensibilidad dejándose llevar, el certero conocimiento, la imaginación sin límites y el oficio como producto de la experiencia escritural –propias de la creatividad– todos ellos intercambiando entre sí invaluables resonancias a la hora de escribir una obra literaria orgánica, integrada, con un mínimo de originalidad, son todos requisitos absolutos del talento literario.

Y es que la escritura no solo implica la expresión esquemática de ideas y la articulación de sentimientos mediante el uso de un lenguaje eficaz, sino la capacidad de profundizar en esas ideas y en esos sentimientos de tal forma que el lector pueda comprenderlos e, idealmente, compartirlos con el autor. Por tanto, los razonamientos y las intuiciones planteadas deben ser convincentes.

Esta convicción, al igual que las que expongo a continuación, tienen la intención de serle útil a los numerosos nuevos escritores talentosos -sobre todo cuentistas (y en su mayoría mujeres de muy diversas edades)- que han ido surgiendo en Panamá en lo que va del siglo XXI. No creo exagerar si afirmo que, sumados a los de “la vieja guardia” que todavía hoy continuamos creando, no son menos de cien en total.

Pero hay muchos más: unos surgidos del Diplomado en Creación Literaria (creado en 2001), que anualmente se dicta en la UTP; otros egresados de los cursos PROFE del Ministerio de Cultura, además de los que están en talleres particulares o luchan por sí solos con el reto de escribir lo mejor posible. Para todos ellos, recién he terminado de confeccionar un libro de texto conceptual, pero también las múltiples técnicas narrativas existentes, que espero poder publicar próximamente para que sea un útil apoyo a su creatividad.

Si bien es verdad que cuando se trata de una escritura más compleja, a menudo implica esa necesidad del autor de ponerse a escribir precisamente para tratar de comprender mejor su caos interior o el del mundo externo (a veces a manera de terapia), lo cierto es que el arte de escribir bien implica no solo un innato talento sino a veces también una urgencia por tratar de entender qué es lo que en determinado momento o situación no se entiende de la vida, válgase la paradoja.

Paradoja en realidad sólo aparente, puesto que el solo hecho de saber plantear los elementos de lo indescifrable, lo enigmático, lo misterioso, lo contradictorio o lo absurdo de la vida, ya es una forma de empezar a descifrarlos. Y habría que sumarle las situaciones muy particulares que se dan en cuentos de índole fantástica, erótica, onírica, de horror, socio-política, metaficcional o de ciencia-ficción, entre otras modalidades. Su condición de ser una obra de ficción no le quita un ápice de realidad cuando esta resulta de una adecuada combinación de pasión literaria, verosimilitud y oficio escritural. Por el contrario, aunque a primera vista parezca inverosímil, la ficción ahonda no pocas veces de formas sorprendentes en la materia prima de la realidad, haciéndola más verosímil, generalmente gracias a la gran sensibilidad de ciertos autores y mediante la solvencia singular de intuiciones poderosas.

Escribir obras de ficción (novela o cuento) es siempre indagar y descubrir o redescubrir. Poner en perspectiva, hacer balance, tratar de entender. Pero también es –cuando se trata de una auténtica obra literaria– crear y recrear. Y al hacerlo, añadirle nueva realidad a la siempre presente realidad múltiple que ya de por sí entraña la vida. De tal manera que, dentro de la libertad absoluta que implica todo proceso creativo, lo que no puede haber nunca es rigidez, encasillamiento, repetición, obviedad, chatura intelectual. La fluidez prosística, en cambio, es requisito indispensable, al margen de si lo que se busca es la precisión o la deliberada ambigüedad, como suele ocurrir en cuentos fantásticos, de horror o permeados por el absurdo.

Por otra parte, escribir implica siempre una muy personal acumulación de vivencias profundas y de necesidades expresivas cargadas de intencionalidad, las cuales convergen en una búsqueda impostergable de significación y trascendencia. Y es que hacerlo artísticamente entraña, más que una simple reproducción mimética de la realidad, un ahondamiento en la experiencia humana, la cual es por naturaleza profundamente introspectiva y socialmente pertinente.

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