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- 18/10/2024 00:00
Los amantes de Teruel
En el siglo XIII, en Teruel, dos jóvenes llamados Juan de Marcilla e Isabel de Segura veían el uno en el otro una eternidad compartida. El problema, como ha ocurrido desde que el tiempo es tiempo, es que ella, hija de un mercader muy rico, no podía casarse con un humilde campesino como lo era él
El luto es la manera que tienen los vivos de decirle adiós a los muertos. La forma visceral y emotiva de despedirse de aquello que ya no está consciente. Es el único medio para poder desafiar la muralla del fallecimiento y alzar la memoria de aquel que ya no está con nosotros.
El luto, más que un ritual para el muerto, es un paso en el proceso de cicatrización para los vivos. Pero el luto puede matar, descosiendo las costuras del corazón y derramando sobre el féretro un vendaval de sentimientos. Son muchas las obras que representan el dolor que causa la defunción de una persona, pero “Los amantes de Teruel” es una oda a la luz y la sombra, a la vida y a la muerte, a la realidad y a la ficción.
Cuenta la leyenda, que en el siglo XIII, en Teruel, dos jóvenes llamados Juan de Marcilla e Isabel de Segura veían el uno en el otro una eternidad compartida. El problema, como ha ocurrido desde que el tiempo es tiempo, es que ella, hija de un mercader muy rico, no podía casarse con un humilde campesino como lo era él. Y él, desesperado por amor, le pidió cinco años para conseguir fortuna por cualquier medio y ella aceptó. Entonces Juan, cegado, se alistó a la Reconquista y en batalla ganó cien mil sueldos. Durante esos cinco años, el padre de Isabel le exigió que se casara con un pretendiente rico. Ella, aún embrujada por el cariño que le tenía a Juan, le dijo a su padre que deseaba mantener un voto de virginidad hasta los 20 años y así aprender a mantener y regir una casa. Su padre aceptó.
El tiempo pasó y la petición de su padre volvió a los oídos de Isabel. Ella, creyendo que Juan había muerto después de tanto tiempo en batalla, aceptó y la boda se organizó. El mismo día en el que ella dio el sí, Juan regresó, después de muchos contratiempos, para enterarse de la desafortunada noticia. Él trepó hasta la habitación donde dormían los esposos, la despertó con una caricia y le suplicó: “Bésame, que me muero”. Ella, ahora encadenada por los votos al hombre que dormía en su costado, se lo negó. De nuevo, Juan se arrodilló y volvió a suplicar: “Bésame, que me muero”, ella respondió: “No quiero”, y él cayó fulminado a sus pies. En el entierro, escena de donde sale esta pintura de Antonio Muñoz Degrain, ella, inundada por la tristeza, besó el cadáver y ahí cayó muerta a los pies del ataúd.
Muñoz Degrain nos muestra, en esta pintura, cómo la luz ilumina a nuestros protagonistas y la sombra recubre a todo aquel que los rodea. La pintura, la historia, es un equilibrio entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte, y nos transporta a reflexiones sobre la fragilidad de los lazos y la debilidad del corazón. Pero mucho más importante, nos habla sobre el sentido de compromiso y la imbatibilidad del amor verdadero.