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- 06/09/2020 19:35
Una lectura necesaria
A pesar de ser un bibliófilo empedernido, no suelo imponerle lecturas a los demás, aun en la docencia universitaria en que mi especialidad obliga al manejo de una muy copiosa bibiliografía, las sugerencias y recomendaciones a mis estudiantes no tienen ese carácter de obligatoriedad, porque doy por sentado que su presencia tiene como compromiso el estudio, y básicamente la lectura. Esa lasitud que me impide imponerles preferencias, parece ser una reacción a la férrea programación de lecturas durante mis años en el Instituto Nacional, en donde docentes tenaces nos mantenían al trote con su política de “Un libro por semana” en los últimos años de bachillerato.
Entre ese maremágnum del teatro del Siglo de Oro, novelas románticas, literatura y filosofía, destacó un libro que por su contenido singular, directrices formativas y riqueza de lenguaje permaneció entre nuestra generación como obra que marcó nuestras vidas. Se trata de El hombre mediocre de José Ingenieros, breviario obligado de la juventud argentina en las jornadas de la Reforma Universitaria de Córdoba, e incensario permanente para la juventud rebelde e inquisidora y para los hombres que hacen de la dignidad personal el norte de su existencia.
La obra es un extenso ensayo basado en una concepción biologicista del hombre, que le permite distinguir entre el hombre inferior, cuyos atributos principales son el arribismo, la dependencia y la ausencia de criterios morales, vive por debajo de la condición moral promedio y es proclive a la ilegalidad; el hombre mediocre en el cual pervive la actitud de rebaño, de fácil domesticación, servil, ausente de ideales y valores que lo lancen por encima de prejuicios y la ignorancia, su naturaleza acomodaticia lo convierte en ficha útil, pero prescindible, de los poderosos y proclive a la iniquidad y a las bajas pasiones; y el hombre idealista en donde convergen lo elevado del ideal y la experiencia, lo cual lo convierte en un espíritu libre de dogmas y apasionamientos, con la mirada visionaria puesta en el futuro, la templanza y la racionalidad como directrices de sus actos y la verdad y la autoestima como ejes de sus convicciones.
Toda esta digresión sobre una lectura de juventud es motivada por la secuencia y el acumulado de noticias en que están envueltos funcionarios y en las actuaciones vergonzosas de algunos de ellos para encubrir o justificar sus actos. No se trata de simples faltas administrativas por omisión ni de errores en los procedimientos, se trata de violaciones del principio básico en el comportamiento del funcionario de “hacer solo lo que la ley le permite”, pero paralelo a esto hay que enunciar las actitudes serviles, la “pedigüeñería”, el arrastre incondicional y la actitud expectante ante el dolo y la ilegalidad.
No sabemos en qué momento esa armazón de autoestima y honradez, de amor a la patria y solidaridad preconizada por Octavio Méndez Pereira, Guillermo Andreve, Jeptha B. Duncan, José Dolores Moscote y otros destacados constructores del ideario nacional se corroyó y fue echada al olvido. No podemos precisar bajo qué circunstancias las instituciones garantes de la vida democrática abandonaron su rol constitucional para convertirse en guaridas para personajes oscuros cuya voracidad y falta de escrúpulos se exhiben con cinismo ante la opinión pública. Lo único que sí podemos establecer es que vivimos en un triste momento histórico en que la mediocracia y su séquito de inferioridad han tomado el control del Estado para su beneficio personal y comodidad de sus adláteres.
Mentiras, engaños, dobles discursos, racionalización, encubrimiento, colusión, adulteraciones. Todo un rosario de conductas patológicas ha tomado carta de naturaleza y -como es natural en todo aquel que miente a los demás y termina mintiéndose a sí mismo- ni siquiera se dan cuenta de que sus actuaciones y discursos no son creíbles, que cada vez que justifican un acto o articulan una mentira hacen el ridículo, no se percatan de que esas actitudes de predelirio, más que convencer a los demás, llevan a la burla colectiva.
Recientemente, y a solicitud de unos amigos, reproduje un video en el cual un diputado de la Asamblea Nacional, con rostro contrito y húmeda mirada, imploraba al señor presidente más recursos para atender a sus seguidores, que se agilizaran los nombramientos de sus secuaces, se botara a los funcionarios de otros partidos y se consignara más dinero para su proselitismo. Todo un derrame de sumisión incondicional resumido en tres minutos para justificar la conducta de rebaño. Naturalmente, como excelente material para analizar las conductas de racionalización, hice llegar el material a mis estudiantes para su análisis.
Tal vez no todo está perdido, a lo mejor es posible rescatar algo de la debacle que se nos viene encima producto de las pandemias del coronavirus y de la corrupción, aunque el virus tiene la opción de una vacuna; la segunda, solo tenga el aliciente de un paliativo. Mientras, y como contribución a esa mejoría, no necesariamente una cura, el nuevo Ministerio de Cultura debe hacer una edición gratuita de la obra del insigne filósofo argentino para distribuir entre los honorables diputados y los directivos de las instituciones estatales. Es posible que sirva de algo… solo es posible.