Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
La sociedad humana se basó, inicialmente, en la adición de conocimientos que podían aportar sus miembros, conocimientos que eran pasados a todos los miembros del colectivo de manera equitativa para que el grupo pudiera surgir. En la medida en que fuimos aprendiendo a seleccionar semillas, técnicas de irrigación, domesticación de animales y un largo etcétera de frutos del aprendizaje, crecimos tecnológicamente.
Cada tanto aparecía uno o más miembros del grupo que poseía habilidades generadoras de avances en la tecnología del momento, y la calidad de vida del grupo mejoraba. Eran líderes. Gracias a sus capacidades, nos volvíamos más eficientes, producíamos más y podíamos crecer en número, aumentando también el consumo de recursos. Esto presentaba a la sociedad con dos opciones. La primera, crecer tecnológicamente para seguir mejorando la producción. La segunda, limitar el crecimiento de la agrupación.
La historia narra épocas de abundancia, en las cuales creció y se desarrolló nuestra cultura, y también nos cuenta de épocas oscuras, que diezmaron a la humanidad y en las que nuestro conocimiento sufre una involución perdiéndose, temporal o permanentemente, gran parte del acervo tecnológico, cultural y social que habíamos logrado. Nuestros ancestros valoraban la sabiduría y era motivo de elogio, pues se sabía que de su mano caminaba el progreso. Por eso la buscaban. Todo aquel que tuviera la oportunidad de educarse, de buscar el conocimiento, se esforzaba para mejorar como individuo y para aportar con sus habilidades al avance colectivo.
No es casualidad que en las épocas en que más se valoraba la sabiduría, la humanidad floreció, ni que en las épocas en que se le dio la espalda al conocimiento la humanidad casi desapareció.
Cuando valoramos la sabiduría, la habilidad de aprender, como algo superior, divino, un proceso eterno de mejoramiento, surgimos. En el momento en que nos creemos poseedores de la sabiduría, nos sumimos en el error y retrocedemos. Que la sabiduría y el conocimiento no son una meta, sino una búsqueda constante, pues, siendo dinámicas, no permanecen en un punto fijo.
Los valores morales son buenos compañeros de búsqueda para los que anhelamos ese proceso perenne. La contraparte de los valores morales son las que guían el proceso de ensoberbecimiento humano y alimentan la falacia de posesión del conocimiento, que a su vez emite un falso certificado de propiedad de la verdad. “Es lo que yo digo...” pensamiento común en estos días.
La búsqueda del conocimiento es difícil. Es un trabajo arduo y profundo, no una rápida búsqueda de la red. El acceso a la información era muy complicado antes. Para obtener información había que estar dispuesto a invertir tiempo investigativo, y requería esfuerzo. Quizás, por ello, lo que se obtenía era preciado y se guardaba en la memoria como algo poderoso, muy valioso.
Ahora, cualquiera que tenga acceso a un teléfono inteligente tiene acceso a toda la información que desee. No obstante, la mayoría de las personas en la actualidad se las dan de inteligentes tan solo por tener acceso a la información, cual si su celular fuese un apéndice de su cerebro. Tener acceso a la información no es sabiduría, pues no dominamos aquello sobre lo que tan alegremente discutimos en las redes sociales, previa búsqueda en Google.
Basados en lo que exponemos al inicio de este escrito, la sociedad actual está en problemas. No estamos mejorando nuestras capacidades colectivas; muy por el contrario, cada día somos menos brillantes.
Hoy nos enseñan que la educación y el esfuerzo no son reconocidos, pero que usar ropa escasa y moverse de manera sugerente en las redes sociales es la clave del éxito. El coeficiente intelectual se castiga, pero la capacidad de hacer eco al embrutecimiento social es premiada.
La educación se promovió como la estrella en un engaño exitoso de una administración anterior. Resultó ser una estrella fugaz en un cielo nublado. Jamás la vimos.
Poner la esperanza de mejores días en un partido político es un despropósito, pues los comandan personas que no buscan que mejoremos como sociedad, sino que el estado de desastre se mantenga, pues a ellos los beneficia. Y de agua, ¿cómo andamos? ¿Mejor que de seguridad social, o igual? No se atreven a colocar gente capaz en puestos clave, porque dejarían al descubierto al ejército de asalariados que mantenemos con impuestos.
¿Qué podemos hacer? Lea un poco más. Vea un poco menos de televisión. Escuche buena música, no groserías retumbantes. Juzgue a las personas no por lo que dicen, sino por lo que hacen. Ponga la basura en su lugar.
La paradoja humana es que, estando en la cúspide de la tecnología, la sociedad es hoy menos capaz de utilizar el cerebro para generar creatividad, pues pensar cuesta y prefiere que la inteligencia artificial suplante la incapacidad personal.
Como individuos, debemos poner nuestro grano de arena en un esfuerzo de cultivar nuestras capacidades para ponerlas al servicio de la comunidad, mas no así para pagar nosotros lo que otros se roban.
Dios nos guíe.