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- 12/09/2024 14:35
La muerte de Salvador Allende
Murió a sus 65 años, fusil en mano, en el Salón Independencia del Palacio de la Moneda, defendiendo con sangre y fuego a su gobierno de Unidad Popular, contra el golpe de Estado fraguado por las Fuerzas Armadas chilenas, lideradas por el general Augusto Pinochet...
El 11 de septiembre de 1973, el mundo perdió al político socialista y primer presidente marxista de Chile, Salvador Allende, quien con su muerte adquirió la inmortalidad que ya en vida había alcanzado como líder y caudillo del Partido Socialista chileno, adalid y héroe venerado por millones de izquierdistas, dentro y fuera de su país.
Murió a sus 65 años, fusil en mano, en el Salón Independencia del Palacio de la Moneda, defendiendo con sangre y fuego a su gobierno de Unidad Popular, contra el golpe de Estado fraguado por las Fuerzas Armadas chilenas, lideradas por el general Augusto Pinochet, diametralmente opuestos a esa “vía chilena al socialismo”.
Tras su muerte se iniciaron 16 años y medio de dictadura autoritaria militar de extrema derecha, con su consecuente polarización de la sociedad chilena, causando un éxodo de más de 200.000 exiliados políticos, miles de detenidos desaparecidos, con muchos más chilenos encarcelados y torturados en las mazamorras del infame Cuartel Simón Bolívar de la policía secreta de Pinochet, cárcel situada en la comuna de La Reina al nororiente de Santiago.
En esos años bipolares (capitalistas versus comunistas) de plena Guerra Fría, Richard Nixon era presidente de los Estados Unidos de América (EUA) y Henry Kissinger, su omnipotente secretario de Estado, ambos comprometidos irremediablemente con la eliminación de Allende y con un cambio radical de régimen en Chile, con la participación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana.
Trágicamente, por última vez y pocas horas antes de su muerte, se escuchó su voz de “metal tranquilo” en Radio Magallanes, emisora perteneciente al Partido Comunista de Chile, la única adscrita a su gobierno socialista aún sin callar por la “Operación Silencio” de los golpistas militares pinochetistas.
En esa alocución Allende anunció esa mañana sin titubeos a los chilenos: “Yo no voy a renunciar. Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo” cumpliendo al pie de la letra su palabra empeñada, con la dignidad de un hombre bueno y comprometido con su revolución socialista. Esto sucedió porque, tras ganar con un estrechísimo margen su sitial como presidente de Chile en elecciones libres y democráticas el 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende enfrentó, casi inmediatamente, la radicalización de la política chilena, contando con el apoyo de la izquierda unificada bajo la agrupación Unidad Popular y su “vía pacífica al socialismo” pero con la oposición visceral de la coalición de los perdedores liderados por Jorge Alessandri y su Partido Nacional (financiado por la CIA) y sus aliados de Democracia Radical, respaldados por las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile.
Su muerte indica que los grandes problemas y sus evoluciones en la historia casi siempre se deben a dos fuerzas que se oponen dialécticamente sin posibilidad de un síntesis benéfico que resuelva esas diferencias, en este caso chileno, las de los conservadores capitalistas respaldados por EUA contra las de los revolucionarios socialistas, apoyados por la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En este conflicto de ideales, con Allende sus ideas constituyeron una aurora alumbrante en el pensamiento humano porque abrieron horizontes ideológicos temidos en Iberoamérica, mientras que con Pinochet sus doctrinas derechistas formaron un crepúsculo ensombrecido por los nubarrones de su futura dictadura militar.
Por eso, la trágica muerte de Salvador Allende se convirtió en un culto y celebración de su vida, como fuerza inspiradora para muchos, es especial para la juventud de América.