El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...
Desde hace más de 500 años, la historia panameña se sostiene sobre importantes hechos de valor, sacrificios, entrega y dolores que todo panameño debe conocer. Pero de cara al futuro inmediato, es necesario que las generaciones actuales se pongan al día, por lo menos, en lo ocurrido en los últimos 150 años. Un aspecto muy positivo, que ha sido producto de las amenazas del presidente Electo de los Estados Unidos, fue el anuncio del presidente José Raúl molino el 2 de enero en su informe a la nación. Allí dijo: “... he conversado con la ministra de educación, a fin de que se reinstituya en los programas escolares, la materia de Historia de las Relaciones de Panamá con los Estados Unidos. Es fundamental”. Seguidamente hubo aplausos moderados en el hemiciclo legislativo.
Hay ciertas cosas o eventos que las naciones o países enaltecen como imprescindible para su historia. La nuestra, tal vez la más importante del calendario histórico nacional, debe ser el 9 de enero de 1964. Debemos rendir homenaje eterno a los Mártires de esa gesta patriótica; todos debemos hacerlo, todo el tiempo que sea posible hasta que quede grabado en nuestra conciencia como nuestra fecha de cumpleaños. En esta sociedad tan artificial siempre hay intentos por disminuir significado de las cosas importantes y llevarlo por al terreno de lo banal.
Si, banalizar y disminuir su significado. En el 2020 llamé la atención sobre “... un video de dos idiotas que, a, son de rock, prendieron un periódico en la llama eterna ubicada en las afueras del edificio 704, antiguo Colegio Secundario de Balboa en donde iniciaron los violentos hechos de esa fecha”. Así me referí a ellos. Según se supo, eran dos extranjeros. Meses después, un cantante urbano grabó un video musical en ese mismo edificio. No hubo potestas por el desaire y el silencio aún me perturba.
Ese es un lugar solemne y de respeto en donde se honra la memoria de 22 panameños que perdieron la vida por la brutal respuesta que la policía de la entonces Zona del Canal y el ejército de los Estados Unidos.
Yo no cedo a esos principios fundamentales. Ya dicho anteriormente, me tocó madurar durante las tres últimas décadas del pasado siglo. A constituirme en un participante estudiantil activo y comprometido con las responsabilidades que la Patria exigía de sus hijos en ese relevo generacional que había iniciado inmediatamente después que se pusieran en ejecución los tratados que firmó Bunau-Varilla y que tuvo su máxima erupción durante esos primeros días de enero de 1964.
Durante la década de 1970, entre miles de nacionales, participé de las manifestaciones en reclamo de nuestros derechos soberanos y seguí minuciosamente el proceso de negociación. Qué mejor tiempo para madurar entre la intensidad y la efervescencia de las movilizaciones que culminaron con la firma de los Tratados Torrijos-Carter. En una universidad madura y consciente del momento, viví de cerca los detalles de un movimiento político de consideraciones históricas que cambiarían determinadamente la vida de nuestra Nación. Ese tiempo, indiscutiblemente, definió la nacionalidad en un contexto que se sustenta en los hechos finales.
Si nos adherimos a los términos comunes esbozados en varias definiciones y por varios autores sobre qué es identidad nacional, la definición genérica y compartida, incluye los enunciados de: costumbres, lengua, idioma, cultura e historia. Estas asumen como válido el entendimiento de que los rasgos generales son compartidos por los individuos que constituyen una Nación; y, que, a la vez, cada uno de ellos tiene una conciencia clara y definida de aceptación a estos rasgos que los aglutinan (o que debiera aglutinarlos).
Los sentimientos de emancipación que prevalecieron por más de un siglo y por ver el territorio nacional unificado, fue un estado mental y de ánimo que guió a la mayoría de la población hasta que se lograra ese objetivo... o por lo menos hasta 1979, cuando dio inicio un proceso de ‘descolonización’, como lo definiera el general Torrijos. Y no importa cuánto tiempo ha pasado desde entonces, ya unificado el territorio nacional a partir del mediodía del 31 de diciembre de 1999, un sentido superior (o un olfato emocional o político) debería mantenernos siempre vigilantes a que nadie —ningún Gobierno o ningún idiota — mancille el sacrificio de individuos o generaciones pasadas por pinches o inexplicables objetivos.
Celebro con entusiasmo la decisión del presidente Mulino. Las naciones o poblaciones que se respetan conocen muy bien su camino recorrido; rinden tributo eterno a sus héroes y a los que dieron la vida por garantizar el futuro de la cual hoy gozan. Han sido 61 años de la patriótica gesta y no hay orgullo más grande de llamarse panameño que enseñar como debe ser nuestra historia, defender el honor eterno para los mártires de 1964 y que nunca haya desprecio ni óvido.