• 27/03/2025 00:00

La encrucijada presente: ideas para superarla

Pronto se cumplirá un año de las últimas elecciones, las que, si se mide por los niveles de participación, muy por encima de la media latinoamericana y mundial, hay que asumir que fueron tomadas muy en serio por la ciudadanía

Nuestro país sigue inmerso en una profunda crisis política, social y económica que, como el resto del planeta, acusa los efectos de la lucha, cada día más intensa y sin tapujos, por la hegemonía mundial, de cuyos coletazos nadie escapa. El escudo que para las naciones más pequeñas representaban las organizaciones mundiales y regionales que, a pesar de sus limitaciones y pocas virtudes, intentaban mantener el equilibrio internacional basado en la convivencia pacífica, el respeto a los derechos humanos, la vigencia de la democracia y el derecho a vivir dentro de fronteras seguras, se sigue resquebrajando a un ritmo que, por acelerado, es cada día más preocupante y motivo de justificada alarma.

Pronto se cumplirá un año de las últimas elecciones, las que, si se mide por los niveles de participación, muy por encima de la media latinoamericana y mundial, hay que asumir que fueron tomadas muy en serio por la ciudadanía y con la esperanza puesta en que sus resultados se tradujeran, y a muy corto plazo, en beneficios concretos y medibles, especialmente para los sectores que sufren y viven la pobreza, que crecen progresivamente y, desgraciadamente, en la misma medida en que se siguen enriqueciendo los grupos económicamente privilegiados, pelechan quienes han hecho de la política un instrumento de lucro personal y se amplía la brecha de la desigualdad de la que nuestro país es un vergonzoso ejemplo puntero.

Durante la campaña electoral, sin excepción, todos los aspirantes a captar el voto popular prometieron, el que menos, hincharnos de progreso y bienestar; todos asumieron el papel de vendedores de las soluciones, casi que, para ayer, de los principales problemas que lastran a la nación: a) la crisis de la seguridad social, b) deficientes servicios públicos básicos de salud, agua, electricidad, aseo, transporte colectivo y selectivo y seguridad, c) la agravada deficiencia de la educación pública, d) la galopante falta de empleos o, e) el desenfrenado gasto público y su correlato, la deuda pública.

Ideal hubiera sido que la propuesta ganadora recibiera un mayoritario mandato popular; un sólido piso político para gobernar; pero el resultado de las elecciones y el porcentaje de los votos que recibió el ganador evidenciaron, primero, el profundo fraccionamiento político de nuestra sociedad y, segundo, la minoritaria representatividad del elegido.

Ante ese hecho, por las repercusiones que tiene para la gobernabilidad, dos tareas eran y siguen siendo prioritarias y urgentes: una, que el nuevo gobierno dedicara sus mayores esfuerzos para ampliar su representatividad, proyectándose, como declaró en sus primeras manifestaciones públicas, dispuesto a dialogar y buscar consensos y, la segunda, hacer de la transparencia su estrategia para ganar credibilidad.

Para demostrar su compromiso con esos postulados, el nuevo gobierno tuvo dos retos específicos: 1) la gestión durante el segundo semestre del Presupuesto de 2024, que, si bien era el que heredó del gobierno anterior, era de su competencia revisarlo y ajustarlo para los meses de julio a diciembre, como prólogo obligatorio y presagio auspicioso para la elaboración del proyecto del Presupuesto General para 2025 y, 2) definir una clara estrategia para abordar la impostergable crisis de la seguridad social. Su manejo de ambos es muy difícil considerarlos como exitoso.

En el caso del presupuesto, todavía resuena la cacofonía de las nunca precisas explicaciones del responsable de Economía y Finanzas sobre los ajustes al presupuesto 2024 y las todavía peores justificaciones en las presentaciones y las reculadas que terminaron convirtiendo el proyecto del 2025 en una novela de pésimos capítulos.

En cuanto a las tácticas y estrategias con las que fue abordada la crisis de la seguridad social, los resultados están a la vista y por recientes y presentes, y como todavía no terminan de sosegarse las aguas, el tema está muy lejos de una conclusión feliz.

Las elecciones están supuestas a ser un punto de inflexión y de partida para un nuevo ciclo de cambios que debieran ser positivos. Hasta ahora, cuando el nuevo gobierno se acerca a su primer cumpleaños, el sentimiento general es que el país se ha estancado política y económicamente, y ninguno de los indicadores que deben servir para demostrar que avanzamos registra signos positivos. Y los efectos negativos de los embates de la nueva administración instalada en el norte presagian nuevos retos y mayores obstáculos, para los que el nuevo liderazgo nacional no parece tener estrategias definidas, ensombrecen aún más el panorama.

¿Qué hacer en esta encrucijada o cómo enfrentarla? Ese será el tema de la próxima entrega de esta columna.

*El autor es abogado
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