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- 02/10/2022 00:00
Herejías modernas
Las herejías de antaño impulsaron vigorosamente el conocimiento científico, aunque muchos de sus gestores pagaron con sus vidas la intelectual osadía. Ahora, más que nunca, requerimos nuevamente el surgimiento de una gran cantidad de “herejes”, provistos con pensamiento crítico y ético, para desafiar los herméticos lineamientos de los dogmas modernos, no solo en temas religiosos, sino en asuntos políticos y económicos. Resulta muy preocupante observar que los extremismos de derecha o izquierda, con sus perniciosos populismos y nacionalismos doctrinarios, están ganando protagonismo en algunos países. Empiezo a temer que las próximas generaciones sufrirán el colapso de la sensatez y el sistemático despojo de las libertades más elementales (las de expresión, iniciativa privada, facultad de estar donde se nace, salud sexual y reproductiva, equidad de género, intimidad y privacidad, presencia o ausencia de creencias místicas, no discriminación, migración, etc.), por parte del radicalismo imperante en cada momento.
En un libro de mi autoría, titulado Latinoamérica necesita herejes (LibrosEnRed 2005, ISBN: 1-59754-035-8), describo la herejía como la ejercida por un individuo que se aparta o disiente de lo dogmático en cualquiera de las directrices humanas. Allí comento que las mentes latinoamericanas han sido secuestradas por adoctrinamientos que obnubilan el libre discernimiento y obstaculizan el avance de la civilización hacia la conquista de unas libertades individuales que propicien la pluralidad democrática y el pleno bienestar físico, mental y social de los habitantes en nuestra subdesarrollada región. En otra de mis obras, denominada Ética de la Moral Única (Melibea 2016, ISBN: 978-2362527036), hago alusión a que el concepto de moralidad debería ser desafiado desde la perspectiva ética, porque lo moral ha variado según épocas y culturas, debido a la interpretación acomodaticia de los cultos religiosos, convenientemente legitimada por los jerarcas políticos y mediáticos de turno. Lo ético, en contraste, responde a un debate reflexivo sobre las necesidades biológicas, autonomías y justicias inherentes a nuestra especie. La continua manipulación cerebral a que estamos sometidos desde las esferas de poder impide desencadenarnos de atavismos primitivos, paso vital para combatir los hermetismos mentales que nos conducen a sumisión y resignación.
En uno de los capítulos, alusivo a la orientación de mis hijos de cara al futuro, destaco los valores que deberíamos inculcar a la juventud para alcanzar una humanidad más empática, racional y equilibrada, distante de polos ideológicos: humildad, honradez, solidaridad, tolerancia e independencia de criterio. Jamás discriminar a alguien por color, género, orientación sexual, etnia o manera de pensar. Aun sintiendo orgullo por la nacionalidad y genética propia, aprovechar la diversidad cultural de otros nos enriquece a todos. Equivocarse es inevitable, pero cada error facilita el reconocimiento de limitaciones y la implementación de correctivos duraderos. Debemos exhibir flexibilidad ante las razones inteligentes de los demás. Todos tenemos fortalezas y debilidades, nadie destaca en cada una de las facetas del saber. Hay que utilizar la evidencia, la persuasión y la cordialidad como sustento de las opiniones. No hacer ninguna concesión a la hipocresía, a la corrupción ni a la injusticia. Toda obra humana es falible y en cuestiones intelectuales no tienen cabida los dogmas. Es importante mantener un sano escepticismo, investigando y consolidando el pensamiento crítico para no dejarse embaucar por verdades reveladas, charlatanerías fanáticas o conspiraciones negacionistas. Nunca recurrir al rencor; la venganza usualmente propicia arbitrariedades.
Más que codiciar lo material, nuestros descendientes deberían afanarse por ser felices y útiles al entorno. Algo de dinero puede alejar mortificaciones, pero la obsesión por tener mucho las acerca. La prosperidad debe ser conseguida lícitamente, de lo contrario será perturbadora y frágil. Las conquistas más fructíferas y perdurables son las que implican denuedo y constancia, no las fugaces que surgen pulsando teclas u obteniendo favores. Hay que saber huir de los extremos en cualquier controversia. Si se opta por el capitalismo, jamás olvidar que mucha gente no tuvo las mismas oportunidades que uno. Se debe luchar por una mejor educación y salud para todos. Si se prefiere el socialismo, procurar que la meta sea de una nación que viva con suficiencia y dignidad, no donde la mayoría enfrente escasez o vea truncada su iniciativa empresarial.
Por mucho que uno crea tener amplia sabiduría, nunca será suficiente. Lo que se intuye dominar no debe erigirse en el epicentro de cada discusión. Más que información, fácilmente accesible por internet, hay que perseguir el conocimiento a través del análisis y el estudio objetivo de los datos. La franqueza y la transparencia son cualidades fundamentales, jamás esconderse en anonimatos para criticar o emitir puntos de vista. Rectificar y pedir disculpas al fallar ennoblece y otorga credibilidad, sobre todo cuando esa conducta se basa en la convicción, no en el oportunismo. Es primordial revisar las actuaciones y juicios de valor ante cada situación que uno enfrenta. Existen instancias en la vida en que la lucidez palidece y en ese terreno la prudencia se torna razonable. La soberbia y la vanidad, más allá de la indispensable autoestima, tienden a ser improductivas e impiden un franco intercambio de ideas y propuestas.
Las herejías son la mejor manera de mostrar la realidad en su esencia más cruda, desnudando los intereses de los grupos de poder. Tal y como apuntaba Shakespeare: “Hereje no es el que arde en la hoguera, es el que realmente la enciende”. Despertemos...