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- 09/02/2023 00:00
De globos espías, conspiraciones y 'desinformación'
En estos días fue noticia el que un globo chino sobrevoló gran parte del territorio de los Estados Unidos. El Gobierno de este país acusó al Gobierno chino de espionaje. El Gobierno chino, en cambio, niega rotundamente tal cosa y afirma que el globo era un instrumento de observación científica con fines puramente civiles que se desvió por puro error. El Gobierno de Biden no creyó la versión oficial del Gobierno chino y el globo terminó en el océano Atlántico, derribado por aviones de combate de Estados Unidos.
Es decir, si seguimos y aplicamos la lógica impuesta durante los últimos tres años por Gobiernos de todo el mundo, periodistas, medios, autoridades y llamados “expertos”, el Gobierno de los Estados Unidos es negacionista, conspiracionista y además racista. Negacionista, por cuanto niega la versión oficial del Gobierno de China. ¿No nos han dicho que debemos confiar en lo que digan los Gobiernos y las “autoridades”?
La posición del Gobierno gringo sería también conspiracionista, porque atribuye al Gobierno chino motivaciones no amigables, en contraste con la versión oficial del Gobierno chino de que el globo era una misión científica que se desvió por puro error, y que fue pura coincidencia el hecho de que el globo siguiera una trayectoria que -¡mire usté, qué cosas!- curiosamente abarcó múltiples sitios de interés militar de los Estados Unidos.
Y bueno, para no perder la tradición, la posición del Gobierno de Biden habría también de ser tildada de racista, porque es un acto de la potencia del hombre blanco contra un país de población no blanca, basado seguramente en prejuicios raciales y culturales, porque solo los racistas y chovinistas de todas las clases son capaces de sugerir que en el plano de la geopolítica los Gobiernos no suelen decir la verdad en sus comunicados oficiales. ¿No era así la cosa?
Vamos a ver. Mire que en diciembre de 2019 el Gobierno chino anuncia que han detectado en la ciudad de Wuhan un brote de la enfermedad con el cuadro que se llamaría COVID-19. Rápidamente afirman que ha debido ser una zoonosis o salto natural. Algunas personas, entre ellas virólogos, biólogos y gente con experiencia en diversas ramas, pero también gente lega, pero que no se chupa el dedo, señalaron que resultaba muy curioso el que en Wuhan opera un laboratorio de nivel de seguridad cuatro, el máximo nivel de seguridad de laboratorios de investigación virológica, y que quizás aquello parecía una coincidencia demasiado curiosa, que probablemente indicaba que estábamos ante un escape accidental de laboratorio y que, por tanto, la versión oficial era una coartada; y que el secretismo del Gobierno chino y su negativa rotunda a permitir que los investigadores de la OMS efectuaran una investigación profunda de los orígenes del virus, era en sí otra pieza de evidencia indiciaria de que el Gobierno chino estaba tratando de ocultar algo, conducta que usualmente los seres humanos no demasiado condicionados a alabar los vistosos colores del hermoso traje inexistente del emperador, suelen tomar como fuerte indicio de culpabilidad.
Pero entonces se promovió la narrativa de que todo el que señalara esa curiosa coincidencia, estaba simplemente sucumbiendo ante una insensata teoría de conspiración sin asidero alguno, que además olía a racismo. Con esa narrativa lograron suprimir el debate sobre el origen del virus, eliminándolo exitosamente de todas las plataformas de redes sociales y de los medios convencionales, con el triste espectáculo de ver periodistas -¡sí, periodistas!- defender la censura bajo la excusa de que ello era necesario para “combatir la desinformación”. Eventualmente, en mayo de 2021 -es decir, casi año y medio después— la evidencia era tal que no tuvieron más remedio que permitir el reingreso de la posibilidad del escape de laboratorio a la Ventana de Overton. Al día de hoy, todo el que ha seguido, aunque sea de lejos, la cuestión, sabe que aquella hipótesis, que en aquel momento fue tildada de “teoría conspirativa”, es la explicación más probable, tal como lo halló un comité del Congreso de los Estados Unidos y tal como lo han señalados personas como Robert Redfield, virólogo que era director del CDC cuando inició la pandemia, o el economista Jeffrey Sachs, que fungió como coordinador jefe del comité constituido por la revista médica The Lancet sobre el COVID-19 y que ha afirmado que, aunque inicialmente bebió de la jarra de culéi de que lo del accidente de laboratorio era “teoría conspirativa”, a medida que fue viendo evidencia fue dándose cuenta de que eso de la “teoría conspirativa” había sido una operación de propaganda, precisamente dirigida a ofuscar la posibilidad de una investigación que arribase a la verdad. En otras palabras, los que clamaban “¡desinformación!” eran ellos mismos los desinformadores.
La pregunta es: ¿aprenderán la lección de humildad aquellos que pidieron censura y los que la ejercieron en nombre de “combatir la desinformación”?