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- 13/11/2020 00:00
Francisco Gómez Miró y la patria grande
El próximo año, Panamá, Centroamérica y México conmemoran sus doscientos años de independencia de la Monarquía católica. En 2010, Tomás Pérez Vejo, en Elegía Criolla, al analizar el Bicentenario de la independencia de Hispanoamérica, sostenía que el problema en ese momento era más de enfoque conceptual que de trabajos de archivo y sería una buena ocasión para una relectura de las independencias a la luz de nuevas propuestas teóricas. En Panamá, seguro que muchos colegas abordarán el tema del Bicentenario por este camino, buscando nuevos enfoques y rescatando figuras que han sido invisibilizadas por mucho tiempo.
Este es el caso de Francisco Gómez Miró, rescatado por Ernesto J. Nicolau, en su libro El Grito de la Villa. En este documento hay mucha información sobre la participación de los pueblos del interior, de sus líderes que decidieron independizarse de la monarquía y asumir las consecuencias. Ya es sabido el papel jugado por La Villa de Los Santos, de líderes como don Segundo de Villarreal y Rufina Alfaro. Por eso, solo me concretaré a la figura de Francisco Gómez Miró y su participación en los acontecimientos de 1821.
Para la década de 1820, la situación en América era de expectación. En este marco, Gómez Miró desde Natá, a través de una proclama, arenga a los pueblos de Natá, La Villa de Los Santos, Santiago y a todos los pueblos cercanos para que lucharan por la libertad. Luego de La Villa, como dice Nicolau, “el primer pueblo que siguió el ejemplo de los santeños fue el de la ciudad de Natá”. La solidaridad de Gómez Miró se puso de manifiesto, cuando quiso impedir que Juan de la Cruz Mourgeon partiera hacia Guayaquil a masacrar a los hermanos de la patria grande.
Luego de la independencia de Natá, el 15 de noviembre, parte para La Villa y allí tuvo la oportunidad de escuchar a los representantes de la Monarquía española, quienes llegaron hasta esta región para que desistieran de sus aspiraciones libertarias, pero se encontraron con la fogosidad de Gómez Miró, quien les dijo que, a nombre de Natá y de Penonomé, a quienes representaba, había una resolución de “perder hasta la última gota de sangre de sus venas” antes de claudicar en sus anhelos de libertad. Es más, sostuvo que los pueblos de La Villa y sus representados, Natá y Penonomé, estaban dispuestos a poner cuatro mil hombres armados para atacar a Panamá, si no se sumaba a la lucha.
Él regresa a Natá, para consolidar la independencia natariega, el 25 de noviembre y pone sus ojos en Santiago, para que se sumara a la independencia. Este lugar era el baluarte de la Monarquía y el hogar de José de Fábrega, el militar que estaba a cargo de la defensa de la Monarquía en Panamá. Para Gómez Miró, si Santiago no se adhería a la independencia, no había posibilidad de presionar a Panamá. Por eso le pone un ultimátum a Santiago de tres días para que se sumara o iría con cuatro mil hombres armados a someterla. Esta se sumó el 1 de diciembre.
Para Gómez Miró la lucha por la independencia era integral, por eso quiso impedir que Murgeon fuera a Guayaquil; por ello apoyó a La Villa, participó en su gesta y cuando vio en peligro la libertad de este pueblo, se puso al frente de la comunidad y, en nombre de sus representados, ofreció apoyarlos. Igual dio la bienvenida a San Francisco de la Montaña, cuando se sumó a la independencia y presionó a Santiago y Panamá para que se sumaran a la causa por la libertad. Por eso sus acciones siempre fuero de una patria grande, regional, nacional y continental.
La población de Natá tiene a Francisco Gómez Miró, quien es digno de emular, de resaltar sus valores e imitar sus acciones solidarias y valerosas que fructificaron en lo que podríamos llamar hoy la base del mito fundacional de la comunidad natariega. Ojalá que en el Bicentenario y en los 500 años de fundación de Natá se le rinda un merecido tributo como símbolo del valor, del coraje, determinación e independencia de su amada ciudad.