• 18/10/2017 02:02

Fiesta nacional de España*

España encontró hace 40 años, en el pacto constitucional de 1978, la superación de las contradicciones históricas que habían desembocado en el conflicto del 36

La fiesta nacional es un día de celebración de la identidad de un país, España en este caso. Hay países que celebran su independencia frente a una antigua metrópoli; otros celebran su unificación, o una revolución, o el cumpleaños del Jefe de Estado; en la fiesta nacional española celebramos su proyección lingüística y cultural más allá de Europa, celebramos la parte americana del corazón de España, la hermandad iberoamericana. Pero cualquiera que sea el motivo de la conmemoración, el sentido último de la fiesta es celebrar al país que somos hoy, una sociedad orgullosa de lo que es, de sus diversos pueblos y gentes y de las instituciones que la rigen.

España encontró hace 40 años, en el pacto constitucional de 1978, la superación de las contradicciones históricas que habían desembocado en el conflicto del 36. La Constitución de 1978 pareció resolver los tres problemas endémicos de España: la religión como ideología que ejercía un dominio casi absoluto sobre las conciencias y la vida moral de los españoles; la cuestión social que enfrentó las masas rurales y obreras a las clases medias y a la burguesía; y las fuertes tendencias centrífugas dentro del Estado que venían poniendo en peligro la unidad de la nación desde el último tercio del siglo XIX. La Transición logró un pacto social en estas tres cuestiones y dio inicio a uno de los mejores períodos de nuestra historia.

La España monolítica, donde imperaban una sola cultura, una sola lengua, un solo credo, una sola doctrina política y social dio paso a una de las sociedades más plurales, tolerantes y diversas de Europa, donde se hablan varias lenguas, se practican distintas religiones o ninguna, conviven diversas culturas y se enfrentan civilizadamente opciones políticas con visiones distintas y aun opuestas sobre el modelo de país. Esta es la mejor España que hemos tenido en toda nuestra historia, la más libre, la más culta, la más próspera, la más plural, la más igualitaria, la más contenta de su ser que hemos tenido nunca.

Y sin embargo, desde hace algunos años, España enfrenta una grave crisis existencial, en donde las instituciones de gobierno de una comunidad autónoma y una parte de su población reclaman la independencia y han dado pasos decisivos hacia ella contra la Constitución y las leyes. Esa crisis ha estallado en estos días, abriendo brechas y generando divisiones que tardarán mucho en recomponerse.

Se atribuye a Bismarck la frase ‘Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido'. Esta sentencia, que es una boutade , una humorada que refleja el vicio tan español de criticar todo lo propio, se hacía eco de una constante histórica que, desgraciadamente, hoy amenaza con repetirse.

Otto Von Bismarck vivió prácticamente todo el s. XIX y tuvo ocasión de ver cómo España pasó de ser un gran imperio a ser un reino exótico, delicia de los viajeros románticos de ese siglo, que dibujaron un país rural, atrasado, de toreros y gitanas, recorrido por guerras civiles y pronunciamientos, una constante que se comió buena parte del siglo siguiente, hasta que en 1978, en una transición política que fue la admiración del mundo y ejemplo para muchos países latinoamericanos, España pareció haber dejado definitivamente atrás los demonios familiares que la estuvieron corroyendo durante siglos. Pero 40 años después, parece que uno de esos demonios quedó suelto. Debemos leer poca historia los españoles porque solemos repetirla.

Este es un día de celebración y no es el momento de ahondar ahora en la situación actual, de explicar cómo hemos llegado hasta aquí. Sí diremos que en 1978 la nación española eligió la paz y la convivencia y las logró mediante un ejercicio de renuncias recíprocas entre esas fuerzas que se habían estado enfrentando durante siglos. Los españoles rechazaron una visión identitaria de España y aprobaron uno de los mayores niveles de descentralización de cualquier Estado moderno.

El pacto de 1978 es el triunfo de la razón sobre la emoción, un triunfo que nos ha dado 40 años de una España moderna, civilizada, próspera, con un corazón que late al compás del corazón del mundo, comprometida, vigilante, solidaria, creativa. Inigualable.

No podemos perder esa España y no la perderemos. Sabremos encontrar la fórmula que nos conduzca a una solución de consenso, teniendo bien presente que habrá de ser aprobada por el pueblo español, sujeto de la soberanía, y que la Constitución y la Ley son los garantes últimos de nuestra democracia y de los derechos de todos.

EMBAJADOR DE ESPAÑA EN PANAMÁ.

*EXTRACTO DEL DISCURSO PRONUNCIADO POR EL 12 DE OCTUBRE DE 2017.

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