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- 28/10/2020 00:00
Fárragos
Es un gran esfuerzo desplegado por las autoridades de Salud para enfrentar esta infección masiva, intensa y violenta que nos azota desde febrero de este año, sin que haya posibilidad de que el hombre común la entienda y menos que el mal amaine, además del brío que la organización impone para alcanzar la añorada credibilidad pública que se tambalea. Por otro lado, el lenguaje de los expertos es incomprensible y en los convites para tales explicaciones, el mortal común es sometido a la verborrea poco edificante, sustentadas con cuadros sumarios de casos mundiales y nacionales acumulativos de un nunca acabar, que se convierte en vigorosa monserga. Dicen que nuestra población doméstica alcanza cuatro millones, que es un tope para la cantidad de pruebas rápidas realizadas de veracidad incierta y dubitativa con cambios de estrategia en esta sindemia, como término agregado por el problema de salud sinérgico, que afecta a la población en sus contextos, sean sociales o económicos.
Convencer a la población menos instruida, aupada por el desalmado comercio que es contrapeso, para atajar la iniciativa de aislar las burbujas familiares, del contagio de este virus más pequeño que una bacteria, que anida en la garganta y luego se traslada a nuestros pulmones que se inflaman con la carga agregada, al extremo de suprimir el oxígeno que se tiene que exportar progresivamente de modo mecánico, una extrema maniobra que pone en juego la existencia del paciente. Tal vez si se explicara, a modo de persuasión, lo angustioso que resulta la introducción de una gruesa manguera a través de esófago para inyectar oxígeno por horas y días, en ese doloroso trasiego o enfrentarse a la muerte inmediata, que la gente trataría de rechazar al combatir al bicho coronado, cuyos síntomas se registran alrededor de cinco a 14 días, supuestamente, en vez de amenazar con cárcel a los desprotegidos que pululan.
Salud nos defiende con medidas preventivas poco afortunadas al tratar asintomáticos, inmunes con eso de medir temperaturas de los que se desplazan en el silencio del bullicio para contaminar, aparte del engaño de la distancia lineal cuando debe ser al cuadrado, en este abrumado torrente de información vacilante, más el daño paralelo del internet con noticias sensacionalistas sobre la creación artificial de este engendro que combinan con el G5 y el macabro proyecto de despoblar a la humanidad que casan con la masiva mortalidad de ancianos, enfermos y débiles, pero, por otro lado, el control de movilidad para dividir el género que en las noches no se juntaran para acorrucarse o de obligar a viejos para que circulen un par de hora en las mañanas, y se apiñan entre cuellos de botella para el contagio. Claro que este mal invisible transita telepáticamente para entrar por los orificios externos descubiertos y otros saltar a los cuerpos humanos cercano y repetir la jodienda.
Al momento de escribir esta onomatopeya, el ministro de Salud, en un exceso de desprendimiento, avisa que a final de este mes podemos ir a la playa siempre que sea en burbujas familiares restringidas y solo de 10 a cuatro de la tarde, en anteponía de otros especialistas consejeros de salud que sentencian con cáncer en la piel a los que se bañan de sol los mediodías. Lo que pasa es que vivimos de amenaza en amenaza, ahora la policía advierte que a los que condenan por andar fuera de las cuarentenas los pueden sumar al pele pólice a los que no pagan las multa por saltar retenes. Dice que nos van a hacer el favor de soltarnos el domingo de día, lo que alegrará a la gente que subsiste de las pequeñas actividades que ahora no se puede con la nueva normalidad anormal con este julepe de atajar a la gente, dicen que para controlar el contagio. Seguro que vivimos de la improvisación y de las experiencias exteriores.
En trazabilidad y en medio de tanta batalla, ahora el virus se queda y advierten de cualquier rebote con todo y que alcancemos la meseta, a falta de la vacuna inyectada, más las secuelas que enumeran sobre lo que nos puede pasar a los graduados en coronado y menos nos queda claro si pueden volver infectarse en este barullo que no tiene fin, entonces queda por preguntar si ese barrido infeccioso, que no lo atajan las cuarentenas, los cercos epidémicos, el aislamiento de positivos, entonces nos queda la confesión.
Señores de la Salud, dejen de amenazar y preocúpense por proteger a los médicos y personal subalternos que caen a mansalva, cansados y faltos de material refractario a la infección silenciosa.