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- 17/04/2023 00:00
Esquizofrenia internética
Nuestra sociedad se ha vuelto violenta y bulliciosa. El ruido ha sido tal, que ya no podemos utilizar un tono de voz moderado, pues nadie podría escucharnos.
Los medios de comunicación y las redes sociales son hoy un mercado, en donde todos ofrecemos algo, a gritos. Con semejante barullo, es casi imposible comunicarnos. Al coartar la comunicación auditiva, nos hemos volcado a las imágenes. Lo visual inunda el ambiente. Colores estridentes o modelos semidesnudos nos venden cerveza, ropa de moda, o un escape relajante. Lo que tengan en común cuerpos esbeltos, con comida rápida es algo que aún no comprendo, pero para el genio del mercadeo tiene todo el sentido del mundo.
Con la ayuda de las máquinas inteligentes, las empresas han logrado desfragmentar y descifrar cada proceso del pensamiento humano, sabiendo justo cuáles imágenes mostrar a nuestro predecible cerebro para lograr obtener un sentimiento de necesidad en nuestras mentes consumistas. La economía está basada en la convicción de que estamos incompletos. Y así nos mantienen entretenidos, ocupados.
Creemos que ese sentimiento de insatisfacción, tan común, del que habla tanta gente, puede ser considerado como un vacío físico. Estamos convencidos de que, al relacionar esa insatisfacción con un vacío, el mismo puede llenarse de manera similar a la que llenamos nuestros estómagos cuando tenemos hambre. Comer para aplacar el hambre. Obtener cosas para llenar el vacío. Mostrarnos a otros para establecer presencia.
Pero el asunto va más allá. No es tan sólo obtener cosas, sino mostrarlas a los demás. El disfrute, otrora personal, se ha transformado en algo que debemos certificar ante los demás. No basta con comernos un plato delicioso de comida para cenar, eso no nos satisface ya. Tenemos una casi obligación de mostrarles a los demás lo que vamos a comer para que el disfrute sea completo. De no hacerlo, caemos en la incómoda situación de que el evento de la cena sea “in-probable”. No es un horror ortográfico. Nuestra palabra parece no tener validez sin la imagen que pruebe o demuestre que hemos cenado, tal o cual cosa.
El valor de las palabras se va perdiendo conforme aumentan los píxeles de resolución en las modernas cámaras, que ahora casi todos tenemos en nuestros teléfonos portátiles. Mientras nuestra certificación auditiva se acerca peligrosamente al borde de la extinción, la verdad se hace con imágenes. Y todo el entorno se altera con esta nueva percepción. Tanto decir la verdad, como mentir, dependen ahora de las imágenes, más que de las palabras. No es de sorprender que los programas de alteración de imágenes estén tan de moda en la actualidad.
Aquel que pueda torcer una imagen para adaptarla a la “realidad” que quiera transmitir, será considerado un ganador. Y así, vemos un desfile de “falsas realidades” que van desde cenas en lugares a los que jamás fuimos, hasta relaciones y viajes inexistentes. “Ah, pero es que yo salgo en la foto”. Caramba, no he dicho nada entonces, amigo lector. La imagen “photoshopeada” supera la verdad.
Todo aquello que sea respaldado por imágenes, por dudosas que sean, va logrando un tinte de real. No es algo nuevo, y lo sé porque el pegajoso ritmo de una canción viene a mi mente.
“On, tú no eres la guial de la foto”.
Hemos llevado la ciencia ficción un paso más adelante. No hemos entrado físicamente al mundo de las redes, como nos indicaban que sería en el futuro, sino que ha resultado al revés. En otras palabras, hemos sacado lo virtual de las redes y lo hemos implementado en lo que fuera el mundo real. Y de esta manera, la humanidad, insatisfecha con tantas cosas, ha logrado finalmente sentirse un poco más cómoda mostrándose como realmente es, o como quisiera ser más bien, ante los demás. Fotos de perfil que atentan contra la seguridad de las personas que las usan. En caso de que se perdieran, jamás las encontrarían usando las imágenes de sí mismas que utilizan en las redes.
Una sociedad que se cimenta en la mentira jamás podrá surgir. Si mentimos en cosas tan básicas, al punto de ni siquiera mostrar nuestro rostro, todo lo que podamos alterar, será alterado.
Somos víctimas de nuestros propios engaños, al punto de haber desvirtuado la realidad. Ese refrán que reza “el papel aguanta todo” debe ser actualizado. Ahora es “las redes sociales aguantan todo”. Resulta curioso que en un mundo en donde nos escandalizamos por cualquier cosa, mentir abiertamente sobre quiénes somos sea considerado como normal.
Quizás nuestro cerebro haya entendido que no somos realmente las personas que decimos ser, con lo que le resulta muy fácil desvincularse de los errores que cometemos, porque precisamente, “eso no lo hice yo” o “eso no lo dije yo”.
“Ese fue @pelafustán789, que es un radical al opinar”. Esquizofrenia internética, que tiene mucho de internet y poco de ética. Una afección virtual por la que no nos consideramos responsables de nuestros actos en la internet.
Mientras nos permitimos errar y no enfrentar consecuencias ni responsabilidades por nuestros actos, ponemos al país en bandeja de plata para que lo despedacen y se los sirvan los peores.
No hay que culpar a la tecnología por el desastre y la crisis actual. Hemos sido nosotros quienes nos hemos puesto demasiado cómodos en nuestras actitudes de inacción. Cada segundo en que permanecemos ofendiéndonos y escandalizándonos por las opiniones que tenga alguien sobre si la proteína animal es necesaria, o no, aquellos enquistados en el poder siguen robándose nuestro futuro.
No vivimos en la “Matriz” ni va a venir “Neo” a salvarnos. Depende de nosotros elegir y actuar bien, poniendo la verdad nuevamente como cimiento social, si no queremos ver lo que era Panamá tan sólo a través de una pantallita de celular.
Dios nos guíe.