• 28/01/2020 00:00

¿Y ahora dónde se encuentra Panamá? (II)

¿Y ahora dónde se encuentra Panamá? (II)

El istmo andaba envuelto en un cambio de época. Todavía en las primeras décadas del siglo XX era habitual la aspiración de hacer estudios superiores en Bogotá, el nimbo cultural del Panamá ilustrado. No pocos se hicieron profesionales allá, así como otros en Lima y algunos en La Habana, pero solo Europa superaba a Bogotá. En pocas palabras, la centroamericanización del istmo se implantó luego del Canal estadunidense, en la secuela de una política encaminada a hacer más drástica nuestra separación de Colombia.

Con ello vendría asimismo el impulso a estudiar en Estados Unidos, la nueva Meca de la clase dominante. Centroamericanizar la ubicación del país ya atrapado por el imperio reflejó una política dirigida a alejarnos de eventuales reivindicaciones colombianas y solidaridades peruanas o venezolanas. Esto es, a aislar al país, mudándonos conceptualmente a una región con la cual no teníamos comunicación ni historia común.

Lo que años después incentivaría asimismo el propósito de construir la carretera a Centroamérica –significativamente nombrada la Panamericana–, a la vez que hizo proliferar los pretextos para rechazar toda posibilidad de hacerla hacer otra a Colombia y Suramérica. Así el istmo, en vez de realizarse como el puente entre los dos continentes de las Américas, quedó en punto terminal de una ruta al Norte, que muere en la zona canalera. Una asimetría que aún contradice el hecho de que los istmos enlazan continentes, recurso que esa política le negó a Panamá, negándonos el recurso de ejercer como puente intercontinental.

Por mi parte, el siguiente peldaño en la busca de la ubicación de mi país en el planeta ocurrió de nuevo en la escuela, esa vez en São Paulo. Al inicio de clases, la maestra preguntaba a los recién llegados: ¿de dónde tú vienes? Y una mayoría de niños migrantes íbamos contestando: de Pernambuco, de Bahía, de Mato Groso… hasta que un imprevisto trabó la rutina, cuando respondí: “de Panamá”. Sorprendida, alzó el dedo y corrigió: No chiquillo, no es así: se dice “Paraná”. Poco valieron mis protestas; la buena maestra decidió informar a mi madre que su hijo, además de un desajuste sicológico, tenía problemas de dicción.

Fue un trauma peor que el de la guerra aérea. Volví a casa desconcertado: ahora mi país no pasaba de ser un defecto del habla. Sin embargo, la historia patria enseguida vino a mi rescate, de un modo que permite precisar cuándo aquello sucedió: estábamos a mediados de diciembre de 1947. A la entrada del edificio yacía un periódico de ayer cuya primera plana destacaba una noticia asombrosa. Recién concluida la guerra, cuando la superpotencia norteamericana tenía al planeta en el puño del terror atómico, en una pequeña nación el día 12 de ese mes la gente había salido a las calles a exigirle al ejército más poderosos del mundo abandonar más de 300 sitios de defensa y replegarse en la Zona del Canal. Y había tenido éxito.

La siguiente mañana regresé a la escuela con un periódico viejo y un orgullo nuevo que no cupo en el salón. Panamá no solo existe, sino que cuando se identifica como una nación con sus propios objetivos es capaz de proezas que ni Brasil ni Europa osaban imaginar. El apodo infantil que mis compañeritos me habían endilgado cambió de sentido: en vez de aludir a un defecto oral pasó a honrar a un pueblo glorioso. Aquel 12 de diciembre los panameños no solo hicieron saber que ya éramos mucho más que un pedazo de tierra desgajado a Colombia; como en La Rosa de los Vientos, cuando la nación asume sus retos “la azota el vendaval, pero crece por dentro”.

Mas la proeza del 47 no bastó. Esa historia patria aún tendría –y aún tendrá– que sumar otras gestas, como las del 58, del 64 y de los años 70, con las cuales su pueblo continuó forjándose un lugar reconocido y respetado en el planeta. Como nunca antes, la geografía moral y política de este terruño logró hacerse mejor comprendida fue cuando Torrijos la resumió en la extraordinaria metáfora pedagógica de “la quinta frontera”, con la que el mundo comprendió el contrasentido de que en Panamá había cinco puntos cardinales.

Sin embargo, a los panameños todavía nos falta entender que, pese a todo, estos continúan siendo cinco, y que una vez más el quinto es el punto más complicado. Al Norte tenemos frontera con el Caribe, al Este con Centroamérica, al Oeste con Colombia, y al Centro limitamos con nosotros mismos, el más dañado de nuestros puntos, desde que tras recuperar el núcleo del país lo hemos dejado volver a ser una zona enajenada. Solo reanudar el coraje moral y la perspectiva transformadora de nuestras gestas constructoras de nación podrá sacarnos del pantano neocolonial donde la rapacidad de unos y la acomodaticia cobardía de otros nos han vuelto a desacreditar.

Escritor, diplomático y docente 

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