• 23/02/2025 00:00

Buscar con la ayuda de otros

El deseo de la verdad toca un sinfín de ámbitos humanos. Buscamos la verdad que nos permita escoger una buena dieta, o que nos explique cómo ejecutar un ejercicio que arregle la espalda, o que señale la mejor ruta para llegar en poco tiempo a la oficina.

Buscamos la verdad para los asuntos ordinarios, prácticos, concretos, y también para temas más existenciales: lo que podría ocurrir, tras la muerte, a cualquier ser humano que se haya esforzado por vivir según la justicia.

En ese continuo buscar verdades, acudimos a quienes, según creemos, pueden ayudarnos. Así, para temas de salud buscamos un buen médico. Para problemas electrónicos, un especialista en la materia. Para cuestiones de filosofía, un pensador que estimule y ofrezca argumentos bien articulados.

La experiencia de buscar verdades con la ayuda de otros caracteriza al ser humano desde el pasado más remoto, y permanece viva en las diversas etapas de crecimiento: el niño, el joven, el adulto y el anciano preguntan y desean encontrar, gracias a otros, luz que les permita acercarse a la verdad.

Sabemos que en el camino hacia la verdad se producen errores, incluso engaños. La historia nos muestra cómo una teoría, defendida por eminencias, un día se descubre en sus imprecisiones y hemos de sustituirla por otra que, según esperamos, sea mejor. Pero a pesar de los errores, no dejamos de recurrir a quienes, con paciencia y habilidad, puedan orientarnos hacia esas verdades que necesitamos, para lo ordinario y para temas más decisivos.

El mundo griego tomó una viva conciencia del hecho de la ayuda que recibimos, y que damos, para aprender cada día nuevos conocimientos, y para corregir errores que nos aparten de la meta de la verdad.

Es cierto que hubo sofistas que enseñaron (siempre como si fueran maestros) que todos pueden saberlo todo. Sus propuestas, sin embargo, fueron contestadas por filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, que defendieron con argumentos sólidos cómo existen entre los seres humanos quienes saben más y quienes necesitan y desean aprender con ayuda de los “sabios”.

La alianza, que es fruto de la solidaridad, entre “conocedores” e “ignorantes”, entre quienes enseñan y quienes aprenden, recorre toda la aventura de la historia humana, y muestra que la ayuda fecunda en el camino hacia la verdad da frutos que pasan de generación en generación.

La famosa frase de santo Tomás, “iuvant enim se homines mutuo in cognitione veritatis” (los hombres se ayudan mutuamente en el conocimiento de la verdad, Summa contra gentes III, 188), conserva una actualidad perenne.

Existen, es cierto, accesos directos a la verdad que no requieren la ayuda de otros: en soledad podemos descubrir un insecto hasta ahora desconocido, o un uso técnico novedoso de cierto mineral.

Esos accesos no rompen ese deseo de buscar con otros, pues casi de un modo espontáneo todo descubridor se convierte en un amigo que comunica a otros su hallazgo, que enseña solidariamente una nueva verdad.

Recibimos verdades de otros, y transmitimos verdades a otros. La búsqueda, en compañía, de saberes, nos enriquece a todos, y permite levantar edificios, construir naves, redactar libros, ensamblar computadoras, y pasar un rato de alegría al recordar viejas historias de familia.

Esa búsqueda en común seguirá viva, también en la era de la informática y de la así llamada “inteligencia artificial”, porque incluso lo que existe en el mundo de la red está allí precisamente porque unos, generosamente, han decidido compartir aquello que saben a otros, ahora a través de ese inmenso océano de conocimientos compartidos que llamamos Internet.

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