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Hay ocasiones en que una palabra no logra definir adecuadamente lo que queremos expresar. El alcance real del proceso electoral al que estamos convocados los panameños, el próximo 5 de mayo, se queda corto si solo le llamamos: elecciones.
Han transcurrido 34 años de vida democrática, ha sido el periodo más largo de democracia en nuestra vida republicana. Pero, nadie podría decir que los panameños nos encontramos satisfechos con nuestra democracia. No son pocos los estudios que – alarmantemente – señalan que un alto porcentaje de los panameños estaría dispuesto a aceptar un régimen autoritario si le resuelve sus problemas.
Todas las elecciones son importantes, la participación del soberano (el pueblo) y el respeto a la voluntad popular son momentos estelares, pero, el próximo 5 de mayo, más que una elección es una encrucijada nacional.
Lo que hemos venido viviendo, da para una larga lista de hechos que convierten a esta en una elección inédita por todos los costados. Quiero destacar uno en particular: la debilidad institucional.
Hace mucho tiempo, más del que nos gustaría como sociedad, se ha venido señalando que muchas de nuestras instituciones están quebradas o presentan debilidades. Bien podríamos empezar por las entidades de control, la Asamblea Nacional, los servicios públicos básicos hasta llegar a los partidos políticos, la fiscalía general Electoral y un largo etcétera.
Una encrucijada es aquel lugar u ocasión por donde tenemos que pasar y podemos ser víctimas de una emboscada o de alguien que aprovecha para hacernos daño, sorpresivamente.
Salir bien librado de una encrucijada significa estar preparados. Eso amerita esta elección. Nuestro voto, más que nunca, exige que sea bien pensado y reflexionado. Porque en esta ocasión, distinta de anteriores y por las diversidades de la oferta electoral, podríamos ser sorprendidos.
Hagamos un alto, mucho nos ayudará a meditar si, antes que a candidatos u partidos políticos, confrontamos conceptos y principios.
En esta elección estamos escogiendo entre democracia o entrar en una ruta autoritaria; un demócrata con fuertes convicciones o un “strongman” (en su acepción de líder autoritario); la lucha para detener la narcopolítica o la permisividad y el contubernio con el crimen organizado; abrir las puertas a una sociedad que imponga la honestidad como valor superior del servicio público o la consolidación de un Estado clientelista y corrupto.
A fin de cuentas, entre el país en que sus autoridades estén al servicio real, efectivo y potente de sus ciudadanos o en el que su gobierno y sus impuestos están para llenarle los bolsillos a los corruptos.
No hay magia. No hay mesías. Hay trabajo duro y compromiso. No vamos a ser una sociedad mejor porque llegue un presidente con poderes mágicos y una “varita” a resolver nuestros problemas. Seremos una mejor nación, si dentro de la oferta electoral que tenemos sabemos discernir cuál está comprometida con producir el cambio real, porque no tiene ataduras con quienes nos han traído hasta donde estamos.
Los cambios no serán fáciles, reclamarán arduos esfuerzos para construir consensos, lo menos que podemos exigir será que nuestras nuevas autoridades dejen la piel en la cancha. Nos toca a los ciudadanos hacerlo con nuestro voto.
Como en ninguna otra hay un alto porcentaje de indecisos a pocos días de la elección, ¡de la encrucijada! He acuñado una denominación para esos votantes: indecisos duros. Toda candidatura tiene lo que se conoce como voto duro (el que no se cambia por nada) y voto blando (el que se podría cambiar). Estoy convencido que ese votante indeciso duro será el que determinará esta elección porque es exigente y reclama algo realmente mejor.
Panameñas y panameños los invito a una profunda reflexión patriótica, a saltar de sus camas – muy temprano – el 5 de mayo y tomar las riendas de Panamá para entregarle a quien escojamos como próximo presidente de la República antes que la banda, una pica y una pala para que inicie el trabajo sin más dilación.