Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
El pasado 6 de este mes se cumplieron 37 años de la odisea familiar/amical e igual nacional e internacional y punto vital del final del régimen de Manuel Antonio Noriega. En mi caso - debe haber otros recuentos de esos hechos - la narrativa que conozco por este aniversario y al que mucho le agradezco, es la del gran maestro de comunicadores y dilecto amigo René Hernández. Me han contado, y es obvio por la repercusión, que hubo variados comentarios radiales.
Me siento con autoridad para mi propia narrativa como epicentro o detonante principal de esos eventos y plasmar y dejar en decenas de miles de memorias no nacidas, infantes o adolescentes para esos días esa historia que no tiene dueños por ser el punto de inflexión para que la Casa Blanca con el dúo Reagan/Bush iniciara el divorcio coyugal con su amante y socio, el dictador panameño.
Resalto y busco sintetizar: Leyenda urbana echada a andar: “Díaz Herrera se peleó con Noriega porque le negó la comandancia”. Lo real; MAN me ordenó armar el asesinato de su íntimo hampón, Silverio Brown, pero ser humano, delante de los difuntos militares Justine y Madriñán y lo mandé para la m. Luego con Madriñán como emisario quiso ordenarme, con testigos como Domitilo Córdoba y Leslie Loaiza en mi casa el asesinato de una humilde doméstica seducida por un delincuente para el plagio de un bebé hebreo del cual era la nana. Con Noriega en el auricular me negué. Silverio Brown fue asesinado. Igual la doméstica y según un exfiscal superior, Rolando Rodríguez a mi pregunta: “Yo era abogado en el D.E.N.I. y la vi viva a la doméstica detenida antes de medianoche que me fui. A la mañana siguiente me dijeron que el mayor Madriñán la había estrangulado. (Obvio silencio de Rodríguez). Además, aunque nunca vi el rostro de Pablo Escobar, ya sabía que el famoso narcotraficante guardaba en sus visitas frecuentes sus aviones en los hangares del jefe militar en Paitilla, y que el componente químico éter etílico importado de Alemania, sin el cual no se elaboraba la cocaína se guardaba en depósitos de la Fuerza Aérea. ¿Cómo me iba a aceptar el colombiano como nuevo socio y yo menos que él? Sus sicarios me habrían matado en 24 horas.
Otra Leyenda:” Noriega ordenó la jubilación de Díaz Herrera”. Lo real Y tengo archivos. Unos 12 días antes del 6 de junio (el estallido público) teniendo unos 4 meses de no ir a la Comandancia, el 25 de mayo de 1987 fui de ropa civil a mi despacho de Jefe de Estado Mayor teniendo ya cumplido de sobra el tiempo legal de jubilación (testigo la señora Irene Guerra de Delgado, citada por mi para darle una información) y ese día pedí al Lic. Balbino Valdés del departamento legal los formularios de mi jubilación por el Seguro Social y luego de ello ordené al coronel Ángel Mina, G.!. que publicara esa tarde en La Orden General del día 30 días de mis vacaciones a partir de esa fecha y el 1 de junio siguiente mi jubilación. Salió publicado. (Orden del Día # 101 y 107).
¿Mi real detonante para explotar? El salvaje asesinato de mi amigo personal Hugo Spadafora. Si bien tuve que esperar dos años, al final el país entero explotó como un tsunami como nunca antes en la historia republicana. La gente en las calles desafiaron las tropas, los gases, toletazos y también perdigones y balas ordenadas por el narcodictador.
Nuestra casa se llenó esa noche del 6 de junio de gente de todo tipo: líderes opositores con estupefacción por mi audacia y temeridad. Recuerdo a Mayín Correa decirme al estilo panameño : “Roberto, ¿cómo te atreviste a hacer esta vaina contra Noriega, si yo solo de imaginármelo me cago?. Ante mí desfilaron para felicitarme Arias Calderón, Billy Ford, Endara y un largo etcétera. Nadie apostaba un cuara contra mil por mi vida. ¿Mi ejército contra miles de Dobermans de Noriega? Mi esposa, dos hijos adolescentes y tres infantes, mis suegros - uno caído en batalla infartado, mi hermana Rita con un pelotón de sus hijos Ruiz Díaz, dos menores, una de ellas niña. Agregados, mi sobrino el teniente Zoroel Díaz Herrera, escoltas principales Gregorio Escobar y Gabriel Pinzón, Héctor Arrocha y docena y media de voluntarios que me es difícil nombrar. Caso especial, el sobrino y médico José Isaac Rodriguez, la periodista muy querida Norma Núñez Montoto, varios menores hijos de la pariente Eyra Reyes, Marcela empleada peruana, Dilsa Centella mi cocinera de confianza, en fin “ una compañía de combate” que en lugar de armas publicaba volantes mimeografiados con el título “El Pito” de unas 3 tiradas diarias que la gente devoraba pasando frente a mi casa. Fue una “guerra mediática” que irritaba al dictador y que por su descuido dejó circular 50 días hasta el salvaje ataque armado a nuestra casa el 28 de julio de 1987 con 300 soldados tipo comandos y varias tanquetas, según un informe notariado bajo juramento de un sargento ya jubilado que quiso dejar constancia “por su alma y vergüenza” según me dijo. Al final “El parte de guerra” que mostró el general de diez estrellas que enfrentó con coraje la bárbara invasión militar de diciembre 89 declaró “una heroica batalla” con 49 capturados, de los cuales como 20 eran mujeres, adolescentes e infantes. Todos pasamos por gases, culatazos, torturas físicas opsicológicas y varios cárceles y destierro de años. Solo salimos vivos porque Dios nos cubrió.
Sin nuestros riesgos de muerte no hubiera habido “Cruzada Civilista”: ¿Hubo actos heroicos? Esos hechos históricos no tienen otro adjetivo, más allá de mi opinión. ¿Los héroes y heroínas? Las mujeres y niños.