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Las mentes brillantes siempre han inspirado a la humanidad y han sido admiradas por sus descubrimientos y aportes en cualquier área del saber universal. El lado obscuro de la fuerza (hay que decirlo), también ha parido abominables creaciones, tanto individuales como colectivas, y siguen repartiendo en los cuatro puntos cardinales del planeta sus oprobiosos legados. El mérito encarnado puede representar en algunas circunstancias una disrupción intolerable para el poder en cualquiera de sus variantes. En otras palabras, pueden ser perseguidos y vistos como sospechosos en algunos contextos sociales, culturales o políticos. La singularidad de cada mérito brillante está basada como mínimo en sus genes, contexto y circunstancias. Ninguna de las anteriores variables puede darse por sí sola. No hay cerebro individual ni colectivo que no integre las variables mencionadas. La cultura que lo envuelva (o lo atrapa) genera la actividad que mantiene vivo y productivo a ese cerebro.
La dinámica de esta última sobrepasa con creces lo que puede hacer por sí solo el cerebro/individuo/persona. A la cultura le debemos el lenguaje, la cohesión social y su sentido; sin ella no es posible ninguna construcción material o inmaterial que nos perpetúe como especie. No hay otra; somos nuestra biología, más la cultura en un bucle perpetuo de combinaciones. Quien cambie las condiciones o tenga la visión de ver tras lo evidente dentro o fuera de esa cultura y del espejismo (¿Matrix?) o no de ese bucle perpetuo, se define como inteligente o brillante y le damos un valor grande o pequeño según el espíritu de la época (Zeitgeist).
Desde la tribu hasta la aldea global han existido hombres y mujeres que tuvieron el don de ser brillantes, ya sea cazando, sembrando, creando arte, mitos, estructuras sociales, paradigmas, tecnología o filosofías, entre otras grandezas. No se quedaron quietos y tampoco esperaron turnos para hablar o hacer. Destacaron por encima de la media.
Todavía hoy día son proclives a ser perseguidos por cualquier ocurrencia paranoica de quienes no creen en ellos o simplemente los envidien a mansalva. Esa actitud todavía pervive en nuestras aulas desde el parvulario hasta los contextos laborales, pasando por la Universidad y la Academia correspondiente. Al ser humano no le hacen falta excusas para discriminar al que brilla. La trillada frase de fuga de cerebros es en realidad una maquinaria de destrozos de cerebros desde su raíz, de los cuales el acoso escolar o laboral es un detalle. Pareciera una conspiración sin conspiradores. El resultado es el mismo: mutilar desde su base a cuanto niño, mujer, ciudadano, funcionario o líder se perfile como una mente brillante, de manera tal que su potencial (genes) o logros no se manifiesten en competencias o habilidades (calladita te ves más bonita). Romper paradigmas da miedo, la comodidad de lo conocido y llevadero es mejor que la angustia por lo desconocido. Quien es vocero o actor principal de esos cambios no la tiene fácil. El radar los detecta desde la escuela. Son los disruptivos, los extremadamente inteligentes (superdotados o de altas capacidades) que no dan tregua. Mentes brillantes. Privilegiados algunos a los cuales les tocó la genética y el entorno adecuado. Otros partieron con un lastre o condiciones adversas, pero igual alborotan el mundo. Para toda sociedad que se precie de civilizada, es una asignatura pendiente crear las condiciones facilitadoras para que el mérito de ser brillante forme parte de su ADN cultural y sea tan natural su aceptación como lo es cada paso que damos y cada palabra que expresamos.