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Montañas cubiertas de nieve y hielo que surgen justo al borde del mar. Macizos de piedra negra forrados de blancura que se tiñe del color de su entorno luminoso y vibrante, con la fugacidad de la luz que reciben desde el cielo y la atmósfera.
El continente antártico, con su clima duro y frío, es una de las 7 ecozonas planetarias utilizada por la Unesco para definir grandes extensiones de nuestra superficie terrestre, basadas en la distribución de plantas y animales y separadas por elementos geográficos como océanos, desiertos o cordilleras, en este caso, del hemisferio sur.
La fauna actual de la Antártida es muy escasa con varios grupos zoológicos (reptiles, anfibios, etc.), totalmente ausentes. Sin embargo, sus aguas marinas, ricas en plancton, sostienen un gran número de ejemplares de aves y mamíferos marinos, a pesar de la fragilidad de su ecosistema, que además limita su vegetación.
Pero sus corrientes frías (Humboldt, Benguela, etc..), llevan su vida marina desde el océano Antártico a latitudes relativamente bajas, incluso ecuatoriales como las Islas Galápagos. Desafortunadamente, esta fauna antártica “ecuatorial” está hoy en decadencia, paradójicamente afectadas por el calentamiento global.
Lo curioso es que este continente blanco, hoy helado e inhóspito, durante el mesozoico (la era de los dinosaurios, que inició hace 251 millones de años y finalizó hace 66 millones de años) fue boscoso y cubierto de una rica flora y fauna tropical, porque su clima era excepcionalmente cálido en ese entonces.
Su actual territorio se extiende en torno al Polo Sur y está rodeado por los océanos Pacífico, Índico y Atlántico que determinan una ancha faja marina, siendo su límite político el paralelo 60° sur, justo donde se produce la convergencia antártica, o sea, donde las aguas frías antárticas y las subantárticas más tibias se unen y mezclan.
Su masa terrestre tiene una forma circular, a excepción de la península antártica, una cadena de montañas que se adentran al océano Antártico, apuntando con su dedo hacia Suramérica. Por eso es muy visitada por cruceros y otras embarcaciones en el verano austral, aprovechando esas mejores condiciones climáticas.
Ningún país ejerce soberanía sobre este continente porque está destinado solo a trabajos de investigación científica, regido por el Tratado Antártico (1° diciembre 1959) que únicamente permite bases y campamentos científicos nacionales o de condominio, pero no soberanos, si bien 7 países mantienen reclamaciones territoriales sobre partes de su superficie. Este tratado, además, prohíbe actividades militares y la extracción de minerales, explosiones nucleares o la eliminación de residuos nucleares, designándola una ecozona protegida, patrimonio de la humanidad.
Por eso, todas las naciones la toman como una realidad radical, en el sentido de que a ella se tienen que referir como punto geopolítico, ecológico, climático y consultativo por ser todas estas realidades, consustanciales al continente antártico.
Entonces podemos afirmar que la Antártida, en su vasta extensión, acompaña a la Naturaleza, justamente por ser parte sustantiva de ella, sin que esta afirmación sea solamente una sórdida abstracción.
Dicho esto, toca ahora describir sus blanquísimos paisajes y la impresión fugaz que estos dejan en cualquier momento de mínima observación, siguiendo las pautas tanto de luz e instante típica de pintores impresionistas de finales del siglo XIX.
Alrededor del 98% de su territorio está cubierto de una gruesa capa de hielo y nieve, esculpido en curiosas formas, por un viento frío y violento. Enormes glaciares de diversos tonos de blanco, salpicados por rocas negras o grises, relucen bañados por rayos del sol o la luna, dependiendo de la hora.
Barreras de hielo flotante, con superficies muy planas, completan esta blancura glacial, resplandeciente de hielo y nieve, tan íntima y representativa de su alma.